Aperturas en torno a la revolución y el comunismo

 

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NICOLÁS MIRANDA

 

Se aproxima el centésimo aniversario de la Revolución Rusa de Octubre de 1917, y aunque proliferan artículos sobre el hecho histórico, es llamativo el silencio sobre los problemas de la revolución y el comunismo; queremos con estas breves palabras provocar aperturas para una reflexión necesaria.

 

Con la crisis internacional del capitalismo, se recordó el fantasma de Marx, sobre todo en sus análisis científicos del capitalismo, sobre todo en torno a la globalización, y también las crisis; poco después, sobre el problema de la desigualdad, por su contenido de amenaza latente y activa erosión de la legitimidad del capitalismo.

Se reabren preguntas sobre el enigma del capital, se ensayan salidas y fórmulas de superación. Lo que está significativamente ausente, es la cuestión de la revolución y el comunismo.

Está ausente en los seminarios sobre el marxismo del siglo XXI que se realizan en Chile desde hace unos años. Está ausente en las renovadas reflexiones sobre la izquierda, intensificadas con la crisis de la Nueva Mayoría en el último año.

Tiene un eco débil en la teoría social, en realidad con pretensiones normalizadoras, con sus estudios y reflexiones sobre el conflicto social.

Tuvo un soplo de vida pasajero en la vida misma, con la “primavera árabe” pocos años atrás. La burguesía sigue difundiendo, preventivamente, su imposibilidad, yendo a un punto esencial: la robotización sustituirá a la clase trabajadora.

Utopistas, neo-reformistas, progresistas, bien intencionados de todos los colores, no se preocupan: oponen al 1% el 99%. Y encuentran su expresión política en el anti-neoliberalismo: el horizonte más lejano al que se imaginan alcanzar. Una vez más, aunque retorna por estos parajes el conflicto social, los movimientos sociales, pareciendo reponer los problemas de la lucha de clases, se escamotea el problema de la revolución. Parece, finalmente, “un sueño eterno”, pero “los sueños, sueños son”.

 

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¿Ha pasado “la era de las revoluciones”? Para algunos (Sebreli), “la idea de revolución es eminentemente moderna, se ha celebrado el bicentenario de la Revolución Francesa y todavía no se han cumplido los 300 años de la revolución inglesa. La lectura de la historia nos muestra que el acaecimiento de revoluciones es bastante tardío, lo que nos permite dudar de su inevitabilidad”.

Desde el inicio de último ciclo mundial de ascenso revolucionario en 1968, han pasado casi 40 años, pareciendo ratificar esa duda. Pero otro ciclo se está cerrando: el de la “restauración burguesa”, la contraofensiva neoliberal iniciada a fines de los ’70- inicios de los ’80. La crisis capitalista internacional iniciada el 2007 no encuentra solución, y su paso no ha engendrado revoluciones pero sí está erosionando los regímenes burgueses. La combinación de crisis capitalista internacional, que, sin llegar a nueva guerras mundiales, aguijonea la competencia inter-imperialista; la erosión de los regímenes democrático-burgueses; el aumento –desigual- en el padecimiento de las masas, esta combinación, es partera de revoluciones.

La atracción por las ideas “científicas” de Marx, olvida este elemento. Hasta el momento, en especial en la teoría social, hay una preocupación empirista por cómo se engendran los movimientos sociales y la protesta social, estudian las redes, las inter-acciones horizontales, los marcos de acción colectiva, incluso la inter-acción entre los contendientes. Se elude que la crisis burguesa, en tanto tiene en frente una clase que es su negación, el proletariado, es potencial partera de revoluciones. Sí, la revolución es inevitable, no ha pasado la era de las revoluciones.

 

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¿Pero la burguesía tiene en frente a una clase, el proletariado, que es su negación? ¿Hay un sujeto revolucionario? Después de la borrachera sobre el fin del proletariado, el debate se ha desplazado sensiblemente. Ahora, se lo subsume en los movimientos sociales, ya no directamente como nuevos sujetos que han venido a sustituir al proletariado como clase, en el 99% contra el 1%.

La pregunta es decisiva. En este período de cambios constantes, la idea de acción e inter-acción, la “exorbitancia del lenguaje” (Perry Anderson sobre el post-estructuralismo) parece reinar. De la idea de “proceso sin sujeto” (Althusser) parece haberse pasado a la de sujeto sin procesos, ni estructuras. La configuración de la realidad por el lenguaje, es traducida por el pos-marxismo (Laclau, Mouffe) a la abolición del proletariado como sujeto. Es un neo-idealismo hijo de las derrotas de los procesos revolucionarios que sostienen que la existencia de una clase revolucionaria, presupone la existencia de ideas revolucionarias. Pero hay que volver a invertir esta afirmación, retornando a Marx.

El proletariado ha sufrido metamorfosis (Antunes), es indudable, tanto como el capitalismo imperialista transformaciones profundas. Sin embargo, no cambia la naturaleza del proletariado como clase. “La existencia de ideas revolucionarias en una época determinada ya presupone la existencia de una clase revolucionaria” (Marx).

 

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Su posición como sujeto revolucionario, entonces, no depende de que se movilice por objetivos revolucionarios inmediatamente. “No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o incluso todo el proletariado, se representa. Se trata de lo que el proletariado es y de lo que debe hacer históricamente a su ser. Su objetivo y su acción histórica le son indicados, de manera tangible e irrevocable, en su propia situación de existencia, como en toda la organización de la sociedad burguesa actual” (Marx).

El proletariado es la negación de la burguesía, su sola existencia amenaza la existencia misma de la burguesía, cada vez que se pone en movimiento, incluso en una huelga aislada, pone en cuestión la propiedad privada y el poder despótico del capitalista sobre el proletario. Es “el verdugo en el umbral”.

 

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¿Pero cómo traspasar ese umbral? No se trata de una labor pedagógica, en cualquiera de sus versiones, la paciente propaganda, los “territorios liberados”, la “propaganda armada”. “Para la producción masiva de esta conciencia comunista como para la realización de la cosa misma, es necesario un cambio masivo de los hombres, que no puede operarse más que en un movimiento práctico, en una revolución” (Marx). Lo primero es la propia experiencia, “la revolución enseña” (Lenin).

Un proceso revolucionario es objetivo, tiene sus propias leyes, tiene una escala, y parte en cualquier punto. Como el joven que desesperado se quemó a la bonzo por el hambre y el desempleo desencadenando la “primavera árabe”. “Revueltas, manifestaciones, batallas en las calles, destacamentos del ejército de la revolución: tales son las etapas del desarrollo de la insurrección popular” (Lenin). O los obreros guiados por el cura Gapon en la Rusia de 1905 elevando solicitudes al “padrecito Zar”.

En ese “movimiento práctico” el proletariado debe actuar con independencia de clase, “que la posición y los intereses del proletariado serán discutidos independientemente de influencias burguesas … estableciéndose tan rápido como sea posible como partido independiente y, a pesar de los discursos hipócritas de los pequeñoburgueses, no perdiendo ni un solo instante de vista la organización autónoma del partido del proletariado” (Marx).

Para conquistar esta independencia, el “movimiento práctico” del proletariado necesita reconocer que se trata de la lucha como clase contra otra clase y su Estado. “Pero las huelgas, que son determinadas por la naturaleza misma de la sociedad capitalista, significan el comienzo de la lucha de la clase obrera contra esa estructura de la sociedad. Cuando con los potentados capitalistas se enfrentan obreros desposeídos que actúan individualmente, ello equivale a la total esclavización de los obreros. Pero cuando estos obreros desposeídos se unen, la cosa cambia… Cuando los obreros se enfrentan individualmente con los patronos, siguen siendo verdaderos esclavos que trabajan siempre para un extraño por un pedazo de pan… La huelga enseña a los obreros a adquirir conciencia de su propia fuerza y de la de los patronos; les enseña a pensar no sólo en su patrono y en sus compañeros más próximos, sino en todos los patronos, en toda la clase de los capitalistas y en toda la clase de los obreros… Así pues, las huelgas habitúan a los obreros a unirse, les hacen ver que sólo en común pueden sostener la lucha contra los capitalistas, les habitúan a pensar en la lucha de toda la clase obrera contra toda la clase de los fabricantes y contra el Gobierno autocrático y policíaco. Por eso los socialistas llaman a las huelgas “escuela de guerra”, escuela en la que los obreros aprenden a librar la guerra contra sus enemigos, por la emancipación de todo el pueblo, de todos los trabajadores, del yugo de los funcionarios y del yugo del capital. Pero la “escuela de guerra” no es aún la propia guerra” (Lenin).

 

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¿Entonces, qué es “la propia guerra”, la revolución? “La revolución en general, es decir, el derribamiento del poder existente y la desagregación del antiguo estado de cosas” (Marx), el traspaso del poder de una clase, burguesa, a otra, proletaria.

Podemos llegar así a un nuevo problema. No ya dudar de si las revoluciones “son inevitables” o si ha pasado “la era de las revoluciones”, sino, reponiendo la relación dialéctica entre objeto y sujeto, y contra todo escepticismo, reponer el problema nuevo que separa la teoría de la revolución en Marx y Engels propia del período de ascenso del capitalismo, de la teoría de la revolución de Lenin y Trotsky en la época imperialista, el de la táctica y la estrategia.

“La táctica se limita a un sistema de medidas relativas a un problema particular de actualidad o a un dominio determinado de la lucha de clases, mientras que la estrategia revolucionaria se extiende a un sistema combinado de acciones que en su relación, en su sucesión, en su desarrollo deben llevar al proletariado a la conquista del poder. Ni que decir tiene que los principios fundamentales de la estrategia revolucionaria han sido formulados desde que el marxismo planteó ante los partidos revolucionarios del proletariado el problema de la conquista del poder a base de la lucha de clases. Pero, en el fondo, la Primera Internacional sólo logró formular esos principios desde el punto de vista teórico y a comprobarlos en parte gracias a la experiencia de diferentes países. La época de la Segunda Internacional obligó a recurrir a métodos y a concepciones a causa de los cuales, según la famosa expresión de Bernstein, “el movimiento es todo y el objetivo final no es nada”. En otros términos: la labor estratégica se reducía a nada, se disolvía en el “movimiento” cotidiano con sus fórmulas cotidianas de táctica. Sólo la Tercera Internacional restableció los derechos de la estrategia revolucionaria del comunismo, a la cual subordinó completamente los métodos tácticos. Gracias a la experiencia inapreciable de las dos primeras Internacionales, sobre cuyos hombros se alza la Tercera; gracias al carácter revolucionario de la época actual y a la inmensa experiencia histórica de la revolución de octubre, la estrategia de la Tercera Internacional adquirió inmediatamente una combatividad y una experiencia histórica enormes. Al mismo tiempo, la primera década de la nueva Internacional desarrolla ante nosotros un panorama donde no hay sólo inmensas batallas, sino también crueles derrotas del proletariado a partir de 1918. He aquí por qué los problemas de estrategia y de táctica deben, evidentemente, ocupar el lugar principal en el programa de la Internacional Comunista” (Trotsky).

Deben ocupar un lugar principal. Porque hoy prevalecen los anti-neoliberales (como en Chile el Frente Amplio) pero para quienes la revolución es algo ausente; los que reflexionan sobre el marxismo en el siglo XXI en distintos seminarios, con todo el aire fresco que traen, tampoco lo hacen sobre la cuestión de la revolución y el comunismo. Están también (como el grupo de Nueva Democracia y Mayol en el Frente Amplio) quienes comienzan a hablar de “anti-capitalismo” y “partido de trabajadores” sin plantearse ni “la revolución en general” ni los problemas de táctica y estrategia.

Las “crueles derrotas” que también hoy prevalecen, sin revoluciones en casi 40 años, no sin irreversibles. La revolución es inevitable, pero “la victoria es una tarea estratégica” (Trotsky).

Las distintas estrategias en disputa, pueden ser vistas a la luz de la Revolución Rusa en este 100 aniversario, y esto será materia de próximos artículos.


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