Julieta Kirkwood, una revisión marxista de su legado. Parte 1

Constanza Guerrero, trabajadora militante de PyR

Ahora que las mujeres gritamos, que nos hemos levantado en todo el planeta, que confluimos en las calles para oponernos a las aberraciones que ha engendrado el capitalismo con Trump y Bolsonaro, que hemos dicho ni una menos y que hemos germinado como radiantes semillas en los pañuelos verdes de las pibas de Argentina y las estudiantes chilenas. Ahora que ya no hay silencio, las mujeres nos preguntamos cómo nuestros deseos y necesidades cuajan en las distintas estrategias de transformación social y cómo las diversas estrategias son capaces de proponer un camino certero hacia un orden social que pueda garantizar no sólo la conquista de todos nuestros derechos arrebatados, sino que también sea capaz de fundar las bases para una real emancipación y el surgimiento de nuevas relaciones entre los sexos.

Es en este momento histórico en que en la mitad de la clase obrera mundial deviene en rostro femenino, cristalizaran las ideas más audaces o las más moderadas para responder al silencio impuesto durante años de transición pactada y democracia capitalista, el silencio de las mujeres fue quebrado por las propias mujeres. Hoy es urgente, entonces, revisar profundamente cada legado que reivindicamos o de cual renegamos, pues una verdad incuestionable es que en esta lucha por nuestra emancipación no partimos de cero.

 “Democracia en el país y en la casa” y la crítica a la izquierda chilena.

En Chile han operado importantes cambios en la estructura social y económica desde que la Dictadura  arrasó con el proceso ascendente de la lucha de clases abierto en los años setentas al calor de revulsiones como el Mayo Francés, la guerra de Vietman y la revolución Cubana; la gran experiencia de los Cordones Industriales, de sus protagonistas, sus testigos y sus sobrevivientes nos afirman que antes de los fusiles, los centros de tortura y las desapariciones hubo no sólo grandes esperanzas, sino grandes posibilidades de que la victoria llevara a las masas a plantearse la sociedad en nuevos términos, o al menos, sentar las bases materiales e históricas para lograrlo, aunque no exentas de nuevas contradicciones y nuevos desafíos como la abolición misma del patriarcado. El fallido intento chileno de la vía pacífica hacia el socialismo al alero del gobierno del Unidad Popular de Allende, propició que el imperialismo de EEUU aliado con la derecha y las fuerzas armadas se asentara en la región transformando al país en el laboratorio trasero de sus políticas neoliberales, barriendo con derechos sociales, abriendo el mercadeo de estos mismos, como la salud, la educación y las pensiones; y entregando a la desgarrada clase trabajadora y nuestros recursos naturales a las garras de las grandes transnacionales que hallaron en la nueva división mundial del trabajo una oportunidad de aumentar sus ganancias y sostener su hegemonía a costa de la precarización del nivel de vida de las grandes masas.

En el período de los ochenta en Chile se desarrollaron protestas masivas en el marco de un duro proceso de rearticulación para la militancia y el activismo de izquierda, tanto organizaciones obreras como la Confederación de Trabajadores del Cobre, quienes llamaron al gran paro nacional del 11 de Mayo de 1983 en la que, contra todo pronóstico, desbordó las calles santiaguinas, o la Coordinadora Nacional Sindical, así como los comités de cesantes que fueron víctimas de la creciente desocupación que llegó a alcanzar un 35%. El movimiento estudiantil también reemerge y las mujeres vuelven a organizarse y a jugar un rol central en la pelea por los derechos humanos y contra la precarización de la vida.

En este contexto se rearticula el MEMCH 83 (sucesor del MEMCH histórico), año que se considera clave para la refundación del movimiento feminista y en cuya gestación destaca la socióloga y activista Julieta Kirkwood.

Este naciente movimiento de mujeres fue un férreo opositor a la Dictadura y se manifestó por primera vez con fuerza el 8 de marzo de dicho año convocando a tres mil mujeres a marchar por las calles de Santiago contra el régimen. El lema “Democracia en el país y en la casa” nos remonta a la nueva necesidad de las mujeres de identificarse con las luchas contra la Dictadura pero también abre todo un abanico de nuevas perspectivas y certeras críticas al rol que la sociedad relega a las mujeres, cumpliendo el agotador trabajo doméstico o de reproducción social (que en ese mismo año teorizaba la marxista Lise Vogel en otra parte del globo), subordinadas en lo económico y lo social y, además, sin un espacio político dentro de las corrientes de izquierda.

El eco de la segunda ola del feminismo adquiría carne propia en tierras chilenas, lo que nadie esperaba que se develara, en un contexto de dura represión, emergen las consignas “Lo personal es político” y “Democracia en el país y en la casa”, ideas que en el marco de la lucha contra la dictadura las feministas apelaban no sólo a la tradición profundamente machista de la izquierda chilena estrechamente ligada al estalinismo como el Partido Comunista, sino que también conducen a esa interlocución común que surgió una década antes en el “primer mundo”, entre marxismo y feminismo tras la expansión de la Unión Soviética en el hemisferio oriente del mundo.

Las feministas militantes de izquierda se habían decepcionado. Eran acusadas de replicar anhelos de las feministas americanas en otras tierras, desterrando el valor del nuevo horizonte que se abría tras la entrada de un movimiento feminista caldeado al calor de grandes procesos de ascenso en la lucha de clases en países capitalistas como el mayo francés, pero que también hacían tambalear a la órbita mal llamada socialista de la Unión Soviética como sucedió en el año 68 con la Primavera de Praga.

“Lo personal es político” no sólo es una manifestación de nuevas sensibilidades, se ponían en juego nuevos desafíos estratégicos para las corrientes revolucionarias frente la oleada de retrocesos enormes en los derechos de las masas, especialmente de las mujeres, en toda la órbita de los países “solcialistas” y, por otra parte, la avanzada a punta de fuego y sangre del imperialismo de EEUU sobre los países latinoaméricanos.

En la Rusia posrevolucionaria, tras el ascenso del estalinismo, las mujeres debieron volver a sus hogares y eran premiadas con medallas cuantos más hijos parieran, perdieron el derecho al aborto, volvió a ser penalizada y perseguida brutalmente la diversidad sexual. Esas mismas mujeres que en el curso de la revolución eran el centro de apasionantes discusiones sobre emancipación, sobre crianza colectiva, amor libre y socialización de labores domésticas, sobre instrucción escolar y eran comisarias del pueblo en todo lo que interesa al bien común y colectivo, hoy debían volver a encerrarse en sus hogares a cumplir el rol histórico que le había asignado el capitalismo tras la destrucción de la economía familiar precapitalista. No es que el patriarcado haya nacido junto con el capitalismo, pero la explotación discriminada que hace el capitalismo de las diversas opresiones reinventó las cadenas que cargamos las mujeres y las puso a su entera disposición. Trotsky siguió y explicó con gran lucidez los motivos y consecuencias de cada paso de la deformación en las conquistas históricas de la revolución, su retroceso y su posterior bancarota, como lo realizó en su libro La Revolución Traicionada.

“La legislación del matrimonio y la familia instituida por la Revolución de Octubre, que en su tiempo fue objeto de legítimo orgullo para ellos, está siendo transformada y desfigurada por amplios préstamos tomados del tesoro legislativo de los países burgueses”

Con esto resumía el destino que la burocracia le estaba imponiendo a las mujeres de regresar a sus hogares, de volver a relegarlas al mundo de lo privado. Esta burocracia que, a costa del trabajo a destajo de la clase trabajadora, acomodaba el mercado y distribuía las riquezas de acuerdo con las “necesidades” y lujos de esa nueva casta social y política que se hacía del poder del Estado. La burocracia volvía a poner al centro la unidad familiar como la institución responsable de cubrir la reproducción social dejándola caer sobre los hombros de las mujeres; sin resolver la insalubridad de los hospitales y retrocediendo en el derecho al aborto, la pésima calidad de la alimentación, de la vivienda, de escasez de ropa y enseres básicos. Corolario de esto fue la paulatina negación de los derechos básicos de las mujeres, situación que muy poco se diferencia de lo que ocurría en los países capitalistas. Fueron las mujeres, la clase trabajadora, los campesinos pobres, la infancia y la juventud los que debieron pagar los costos y ser nuevamente postergados en el curso de la historia.

Este lamentable devenir histórico, sumado a los intentos de expansión imperialista sobre los países del este de la Unión Soviética, de un proceso que comprometió profundamente los anhelos emancipatorios de las mujeres abrió la pregunta, en todo el espectro feminista que se esforzaba por teorizar los nuevos tiempos, sobre si la revolución proletaria es suficiente para la emancipación de las mujeres. En el espléndido análisis  que hace Andrea D’ Atri en su artículo Marxismo y feminismo, más de 30 años de controversias, nos  sintetiza la respuesta:

“…otras autoras señalan que fue el mismo “desencanto ante el socialismo surgido de la revolución [lo que] ha dado un impulso a la aparición de la teoría feminista”. Incluso postulando que el análisis de Kate Millet, en su reconocido libro Sexual Politics, fue lo que permitió al feminismo radical llegar a la conclusión de que “era necesaria una revolución para cambiar el sistema económico, pero no suficiente para liberar a la mujer””

Por otra parte, esta postergación práctica y material buscó su correlato en el discurso y las ideas para sustentarse. Para la reproducción de su existencia misma, la burocracia estalinista, necesitaba la revitalización de la existencia de la familia en la cual las mujeres se llevan el peso del trabajo invisible y esto se tradujo entonces en la penalización del aborto, la negación del derecho al divorcio y el ensalzamiento de la maternidad; el fracaso del termidor estalinista en resolver la cuestión de la emancipación de la mujer, se tradujo en una transferencia mecánica de esa postergación que se proyectó a escala mundial en los discursos de los partidos de izquierda de los países capitalistas, y también sus semicolonias y países dependientes como Chile, partidos que lejos de hacerse del poder político, reprodujeron estructuras machistas en sus propias organizaciones partidarias y desecharon las demandas del movimiento de mujeres postergándolas mecánicamente para “después de la revolución”.

De ahí la necesidad de mantener en un margen no muy molesto y más bien silencioso a las mujeres que militaban en la izquierda; no podían darse el lujo de darles sus propias tribunas sin ponerse ellos mismos (me refiero a ellos como su tradición estratégica) contra la pared, en la paradoja histórica de sus propias derrotas y el surgimiento de la segunda ola del feminismo y del movimiento de mujeres.

Los ecos de estas justificadas escepticidades feministas que el estalinismo generó como producto de una de sus tantas contradicciones, se transmiten en el pensamiento de Julieta quien lo aborda como un desafío para el surgimiento de su nueva propuesta política para el movimiento de mujeres:

“Las feministas nos proponemos una inmensa tarea que tal vez nos sobrepase en dureza, más no en entusiasmo. ¿Cómo se concretiza dicha opresión y discriminación de las mujeres en distintos momentos de la evolución social?; ¿cómo son asumidos o no por el proyecto popular? ¿Cuál ha sido la real participación político-social de las mujeres? ¿Qué fundamento ha tenido su adscripción de clase?

Este desafío se da en el marco del abandono de la izquierda de las ideas marxistas y del legado de los revolucionarios y revolucionarias antes de Stalin sobre la lucha por la emancipación de la mujer, y denuncia:

“Se les plantea (a las mujeres) la socialización de los medios de producción en circunstancias que más del 80% de las mujeres chilenas son calificadas como in activas por estar fuera de lo definido como » fuerza de trabajo productivo» que habrá de socializarse. Se les plantea subvertir el orden de la relación dominante-dominado, en circunstancias en que ella permanecerá siendo la dependiente compañera de un «hombre libre». El proyecto político popular propone al hombre el umbral de la libertad; para las mujeres, la libertad no termina de traspasar el umbral de la casa.”

El distanciamiento de la izquierda chilena estrechamente ligada al estalinismo de las ideas verdaderamente revolucionarias del marxismo en cuanto a la mujer fue tan profundo que el legado inicial de sus propios precursores, Marx y Engels, fue a dar a las gavetas del olvido. El renovado interés por proteger a la familia como institución por parte de la izquierda despierta la desconfianza feminista:

“Las formulaciones más combativas en el discurso izquierdista-progresista radican en la disputa, con la derecha, de la condición de adalid de la defensa de la familia – léase la familia proletaria- que es definida como «núcleo revolucionario básico», pero dejando intocadas las redes interiores jerárquicas y disciplinarias que conforman históricamente a la familia, sin alterar la reproducción del orden en la socialización infantil. Con ello la izquierda disputa – sin quererlo- la reivindicación de valores del Orden conservador.”

Lo que la activista fundadora del Memch olvida en su interlocución directa con el Partido Comunista y la izquierda ochentera es que para el marxismo la incorporación de la mujer al trabajo productivo no es la emancipación propiamente tal hablando, pero sí su base material irrefutable por la misma necesidad de abolir el umbral entre lo público y lo privado. Engels,  sentó las bases de este análisis  en su Origen de la Familia, el Estado y la Propiedad Privada.

«… la emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado. La emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante. Esta condición sólo puede realizarse con la gran industria moderna, que no solamente permite el trabajo de la mujer en vasta escala, sino que hasta lo exige y tiende más y más a transformar el trabajo doméstico privado en una industria pública.»

Sin ahondar más profundamente en esto, sólo basta con mencionar que para Marx y Engels la familia patriarcal, que perdura hasta nuestros días, es una institución que nació y se consolidó con el surgimiento de la propiedad privada y la sociedad de clases. En un primer momento de la historia de las clases para derrocar el derecho materno e imponer el derecho paterno de línea hereditaria de la nueva propiedad privada naciente en la historia, la mujer debía subordinarse para engendrar los herederos del patriarca y en un segundo o tercer momento, las mujeres ya diferenciadas en clases sociales, engendrar la mano de obra que los capitalistas necesitan para extraer la plusvalía que produce la explotación de su fuerza de trabajo:

“El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuño también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada, y en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida”.

Si bien Julieta plantea críticas correctas en tanto al desplazamiento de las mujeres que daban cuenta de una realidad incuestionable de los movimientos sociales y los partidos de la época, pero que por sobre todo daban cuenta de la debacle estratégico y práctico que significó el peso del reformismo y el estalinismo, que fueron la deformación del marxismo revolucionario. La correcta negación del machismo en la izquierda, la transformó en la negación de la emancipación social, amputando de esta manera al movimiento de mujeres la posibilidad de pensar la abolición de sus cadenas desde una perspectiva histórica (materialismo histórico).

Los precursores del marxismo dejaron abierta la tarea a los revolucionarios de profundizar las ideas y las tareas encaminadas hacia la emancipación de las mujeres, pero sentaron una base filosa sin la cual las mujeres no pueden pensarse más allá de lo que los capitalistas son capaces de ofrecerles. Ni siquiera la segunda ola pudo sellar esa brecha.

En este ácido desencuentro entre la izquierda y el movimiento de mujeres en Chile, Julieta Kirkwood se sitúa concretamente en la necesidad de enfrentar la Dictadura desde la vereda del retorno a la democracia capitalista como el máximo horizonte, compartiendo política y estratégicamente con los partidos que criticaba esta perspectiva.

La defensa de conquistas logradas en las democracias capitalistas es algo que convoca a burgueses progresistas, socialdemocratias, reformistas y revolucionarios, sobre todo en épocas de dictadura y represión, todos se encuentran en la misma vereda en esa trinchera pero desde veredas opuestas; porque existe una diferencia sustancial en la defensa de esos derechos y la defensa de la Democracia capitalista como orden social garante de la dictadura del capital, cubierto por el manto de derechos civiles esconde su verdadera cara: nunca podrá otorgar la igualdad ante la vida, la emancipación ni de las mujeres ni de ningún oprimido y explotado.

¿En que marcos, o bajo qué máscaras de la democracia capitalista, puede ser posible y viable, el progreso de las mujeres para Julieta?

La fundadora del Memch 83 fue heredera de la tradición frentepopulista de su organización antecesora. Muchas mujeres del Memch fueron militantes del Partido Comunista, una relación política que estuvo imbuida, desde un comienzo, de las tensiones entre el ala criticada como vocera de un feminismo burgués que desplazaba las demandas de clase y por otra parte el aislamiento dentro de la organización feminista de las mujeres que aún mantenían una doble militancia en el partido y en el Memch, esto último muy propiciado por la política de  Gabriel González Videla y  su Ley de Defensa Permanente de la Democracia que declaró la ilegalidad del Partido Comunista.

Sin embargo, más allá de las crudas tensiones, en términos generales, dentro de su concepción de la democracia como “ampliación de derechos” Julieta y el Memch tenían como proyecto estratégico un modelo de sociedad sostenido por un Estado que iría resolviendo las necesidades de las grandes masas, confiando así que en democracia capitalista es posible conquistar una sociedad igualitaria (lo que ni siquiera es posible cien por ciento en términos formales-legales) en un régimen social que se funda sobre la explotación de la gran mayoría de la humanidad por un puñado poderoso y parasitario, en la que la ausencia del derecho a la propiedad colectiva de lo que produce la humanidad, la propiedad del bien común sobre lo que nuestra fuerza de trabajo es capaz de producir y la desvalorización del trabajo de reproducción social o trabajo doméstico, son ausencias fundantes.

La ausencia en Julieta Kirkwood de un balance sobre la estrategia frente populista (sobre la cual no ahondaremos por ahora), de conciliación de clases, la llevó a cuestionar el machismo en la izquierda sin criticar los fundamentos estratégicos que hacían a ese problema en la izquierda, el abandono de una política de la conquista de un gobierno de las y los trabajadores de ruptura con el capitalismo, de la independencia de la clase trabajadora, de la necesidad de la toma del poder, que luchara por la constitución de sujetos y sujetas políticas de transformación social, por tanto, que luchara consecuentemente contra toda la ideología de la burguesía, contra toda opresión que divide a oprimidos de explotados, contra las cadenas que atando a las mujeres atan también la posibilidad de la emancipación de toda la humanidad.

Kirkwood, siendo una férrea defensora de los derechos de las mujeres e incansable luchadora contra la dictadura, defendió la ilusión de que es posible conquistar la igualdad sin derribar a todo el orden existente, renegó del machismo de la izquierda que había levantado la UP, pero no de su estrategia. La miopía de su lucha incansable estuvo en los estrechos límites de su horizonte, la ampliación democrática.

De esta incuestionada/incuestionable estrategia nace la constante necesidad de mantener como interlocutora a la izquierda chilena, porque en esa batalla por la ampliación de derechos, una batalla de la cual las marxistas revolucionarias no renegamos jamás, sino que la consideramos en una estrecha relación (aunque material y dialéctica desde nuestra perspectiva) con la lucha por erradicar al capitalismo, el patriarcado y sus insufribles abusos, tienen que poner en el primer lugar de necesidad de los sectores políticos a los cuales responder, a las mujeres populares; sobre todo en años en los que esas mujeres, y también muchas de estratos medios, estaban en primera línea en la pelea por botar la Dictadura, rotas por el dolor de sus asesinadas y asesinados, llenas de rabia por la impunidad, y agobiadas por la crisis económica y social como corolario de la instauración de las políticas neoliberales.

En este contexto y tras ese proyecto estratégico en un marco más global, las mujeres devienen en sujetos políticos que Julieta desea reconstruir para unificarlas en términos de identidad política, toda su obra esta circulada por preguntas que metodológicamente desea responder tanto desde la situación objetiva, pero principalmente desde el relato subjetivo que la segunda ola del feminismo  logró como conquista instalar en los debates y las discusiones entre panfletos, marchas, reuniones y charlas universitarias.

Esta búsqueda de identidad de las mujeres, su posibilidad o imposibilidad, es lo que abordaremos en una segunda parte de estas Notas sobre Julieta Kirkwood, una revisión marxista de su legado.

Y para concluir esta primera parte, se debe señalar la importancia que estos debates cobran hoy en que ha cesado el silencio feminista que las autoras de la época acusaron, ha cesado en un escenario en donde la correlación de fuerzas entre el capital y los sectores explotados y oprimidos ya no está signada por la relativa estabilidad política y económica de los años noventa, años en que el movimiento de mujeres fue burdamente cooptado por la institucionalidad burguesa, sino que en años en donde los enfrentamientos entre ambos bandos apuntan cada vez más hacia venas más profundas, no sólo de la anárquica selva de la economía capitalista, sino también del complejo entramado entre capitalismo y patriarcado, entre capitalismo y racismo u homolesbotransfobia. Hoy en que las mujeres somos la mitad de la clase obrera y llevamos en nuestras espaldas la letra escarlata del patriarcado, el capitalismo necesita de nosotras en niveles macabramente insospechados y es tan determinante esa necesidad que tienen de nuestra labor productiva y reproductiva que jamás, las marxistas revolucionarias, vislumbraremos el horizonte de la emancipación completa de las mujeres en los marcos de las democracias más o menos amables del capitalismo. Hoy no está demás decirlo, las mismas democracias que pueden vestirse de Donald Trump, Vladimir Putin, Angela Merkel o derivar en Latinoamérica por mandato de las potencias, en fenómenos aberrantes como Bolsonaro.

Bien podemos ir arrebatando al gobierno burgués que esté de paso muchos de nuestros derechos negados, esa batalla es ineludible para las y los revolucionarios; las mujeres ya no somos las sombras políticas de prácticas y concepciones de la izquierda estalinista, hoy construimos organizaciones, dirigimos nuestros partidos, nos tomamos las calles, nos enfrentamos al imperialismo como Las Leonas de PepsiCo, y a Bolsonaro en Brasil y Latinoamérica. El comprensible contexto en el que Julieta pudo esbozar su legado hoy ya no es el mismo y merece ser revisado desde la realidad, y no ser tomado acrítica y mecánicamente como lo hace el Frente Amplio en su teoría y práctica política. Para eso, qué mejor herramienta de análisis y acción que las concepciones de una corriente que fue la primera en declamar que no sólo perseguimos la igualdad ante la ley, sino que la igualdad ante la vida y que sobre esta profunda comprensión sentó las bases del proceso histórico más progresivo en su gestación en avances para la mujer en el camino de su emancipación,  una experiencia que fue abortada por la derrota de la clase obrera Alemana y el acechamiento permanente del capitalismo logró triunfar con la complicidad de la burocracia, y con eso mantener vivo al patriarcado. Lo logró, pero nuestra lucha es para que no sea por mucho tiempo más.

FUENTES

Ser Política En Chile. Julieta Kirkwood, Chile 1983.

El origen de la Familia, el Estado y la Propiedad Privada. Engels, 1884.

La Revolución Traicionada. Trotsky, Noruega 1936.

Pan y Rosas, pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo. Andrea D´Atri, Argentina 2004

Marxismo y Feminismo, más de 20 años  de controversias,  Andrea D´Atri, Argentina, 2004

La Mujer, El Estado y La Revolución. Wendy Goldman. (Edición en Español) Estados Unidos, 2010

El curioso Noviazgo entre Feminismo y Socialismo, Batya Weinbaum, 1984

https://www.laizquierdadiario.com/11-de-mayo-de-1983-primer-paro-protesta-contra-la-dictadura

http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-3611.html

http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-94602.html

 


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