El feminismo socialista como ruptura del límite de lo posible

Alejandra Decap
Apuntes para un proyecto político de clase y de combate

Hace ya varios años que viene desarrollándose con mucha fuerza en todo el mundo un movimiento de mujeres que el pasado 8 de marzo del 2017 “hizo temblar la tierra” con huelgas de mujeres y marchas masivas a lo largo del globo. En Chile en particular, ya cerrando el primer semestre del 2018, la rabia se asentó principalmente en las universidades y liceos emblemáticos cuestionando el sexismo en la educación y la violencia machista que se vive cotidianamente en las instituciones educativas.

Dado el desarrollo de dichas luchas, las feministas en sus diferentes tonalidades de púrpura han salido a festejar el hecho de haber tomado la agenda política en un país profundamente conservador y bajo un gobierno de derecha. En particular, las feministas del Frente Amplio y sus aliadas, enviaron el 17 de junio una carta a El Mercurio1 donde ponen en relieve dicha “conquista” y plantean, de manera general, ciertas perspectivas de la lucha en curso, sin abrir cuestionamientos ni contradicciones porque, al parecer, el feminismo es un valor por sí sólo sin distinguir entre sus variantes y disensos, estableciendo una teoría unificada donde no la hay.

De fondo, la discusión que abre esta movilización, más allá de sus limitaciones -que hemos señalado en varios artículos publicados en La Izquierda Diario-2, se refiere a las estrategias que abordan los diferentes feminismos para terminar con la opresión de la mujer y en ese marco, quienes militamos bajo la bandera del feminismo socialista tenemos planteada la tarea de instalar y disputar en cada espacio un feminismo que busque acabar con toda explotación y opresión, no solamente de las mujeres sino del conjunto de la humanidad.

Entonces, no se trata únicamente de mantener debates bizantinos sino de hacerse cargo políticamente y tomar la pregunta abierta por Verónica León Bursch en su interesante artículo “Más allá del cuerpo: el feminismo como proyecto emancipador”3 respecto a si la perspectiva feminista se verá obligada únicamente a tensionar (o correr) los límites de lo posible, o podrá recuperar su potencial de liberación total para romper dichos límites. El presente artículo es un intento por contribuir a dicho debate.

La herencia de la segunda ola del feminismo y sus contradicciones.

A más de 40 años del inicio de la segunda ola del feminismo4, donde los acalorados debates acerca de la relación entre capitalismo y patriarcado -como sistemas de dominación relacionados entre sí- tomaron gran protagonismo, es necesario evaluar el curso que ha seguido el movimiento feminista de los 70’s. Nacido al calor de un ascenso de masas internacional, el desarrollo discursivo y político de la “segunda ola” tiene repercusiones hasta la actualidad. Porque no podemos ignorar que dicho ascenso de masas internacional y los movimientos que la incubaron, fueron todos derrotados, y esta derrota pareciera haber contribuido en la gestación del espíritu neoliberal, elemental para la renovación del capitalismo.

León Bursch (2013) señala que “los promotores del neoliberalismo (…) abogando por la desregulación de los mercados y el desmantelamiento del Estado de Bienestar” encuentran puntos de convergencia con los cambios culturales que impulsaba de manera general dicha segunda ola producto que “las feministas absolutizaron la crítica a la cultura precisamente en el momento en el que las circunstancias exigían redoblar la atención a la crítica de la economía política. A medida que la crítica se dividía, además, la corriente cultural no sólo se desgajó de la corriente económica, sino también de la crítica al capitalismo que previamente las había integrado”5. Esto da origen a una subjetividad neoliberal “individualista, creativa, emprendedora y competitiva, en el tránsito hacia un capitalismo más atractivo y flexible. La crítica feminista (…) sin querer también influenció a este nuevo espíritu, legitimando un imaginario que facilitaría la feminización y flexibilización de la mano de obra, atentando contra las aspiraciones feministas de igualdad”(León, 2013 op.cit).

N. Fraser (2009) nos pone en alerta6 sobre esta “amistad peligrosa” que se gesta entre feminismo y neoliberalismo, abriendo -con su alerta- la posibilidad a una nueva generación de mujeres de romper aquella amistad para hermanarse con teorías que efectivamente busquen sepultar toda forma de opresión y explotación. Pues, como sentencia D’Atri (2013), las respuestas hasta ahora de la herencia de la segunda ola “lejos de atacar el corazón del problema, retomando las críticas más radicales con las que el feminismo había logrado apuntar a la alianza “capital-patriarcado”, establecieron la idea de una emancipación individual, engañosamente asimilada a las posibilidades de consumo y apropiación-transformación subjetiva del propio cuerpo”7.

Con esta maniobra, los empresarios con sus laboratorios neoliberales incorporaron la cooptación e integración de la perspectiva de género -al menos discursivamente- en las democracias capitalistas, convirtiendo así elementos de la lucha feminista en “sentidos comunes” de masas pero en directo desmedro de su radicalidad y potencia transformadora: los feminismos, tanto el institucional como el subalterno, quedaron atrapados en ese pantano de reformas, donde la transformación social radical fue siendo reemplazada paulatinamente por la transgresión simbólica resistente8.

Sobre patriarcado y capitalismo, una vez más.

Los cuidados y las preocupaciones han sido en todo tiempo destino de la mujer; pero nunca ha sido su vida más desgraciada, más desesperada que en estos tiempos bajo el régimen capitalista, precisamente cuando la industria atraviesa por periodo de máxima expansión”. A. Kollontai, 1907

Lo cierto es que desde los 70’s hasta ahora ha pasado mucha agua bajo el puente. La entrada masiva de las mujeres al mercado laboral, el acceso a la educación y a los derechos sexuales y reproductivos en las democracias capitalistas avanzadas (con la brutal explotación a varones y mujeres inmigrantes y economías dependientes como condición de existencia), una mayor repartición entre los sexos del trabajo doméstico y una renovada “conciencia feminista mundial” crean la ilusión de que vamos, progresivamente, avanzando hacia la equidad de género.

El pacto realizado durante estas ya 4 décadas sin revoluciones, sostenidos en el trauma epistemológico devenido del “fracaso de los “socialismos reales”9, la desideologización del discurso político y la tendencia creciente también a la despolitización producto de una sociedad que encuentra su realización en el consumo y la exaltación de los individuos10 fue un golpe al tablero de operaciones del marxismo, feminismo(s) y otras ideologías de emancipación. La contraofensiva imperialista para atomizar a la clase obrera y a los movimientos sociales actuantes tenía directa relación con el proceso de restauración capitalista a nivel internacional, que particularmente desde el feminismo renovó y revitalizó el interés en la relación entre el patriarcado y el capital, dando origen a posiciones que se ligan, por un vértice u otro, a diferentes concepciones del feminismo que se plantea a sí mismo una perspectiva emancipatoria.

Para la autora Cinzia Arruzza11, estas posiciones podrían dividirse en tres grandes grupos de hipótesis:

  1. Teoría dual: donde el patriarcado constituye un sistema autónomo que se entremezcla con el capitalismo; “esto redefine las relaciones de clase y es, a la vez, modificado en un vínculo de influencia e interacción recíproca”.

  2. Teoría del capitalismo indiferente: “el capitalismo tiene un vínculo estructural en esencia con la desigualdad de género, ya que recurre a ella allá donde parece ser útil y la rechaza allá donde estorba” donde la relación es netamente vista desde el oportunismo de los capitalistas, es decir, que la contradicción género-sexo puede ser superada al interior de sus márgenes.

  3. Teoría unitaria: Presupone que dado el desarrollo de sus democracias, no existiría en los países capitalistas un sistema patriarcal que funcionase de manera independiente respecto del capitalismo. Sin obviar las categorías de opresión, mantiene que el capitalismo es “un orden social complejo y articulado, con relaciones internas de explotación, dominación y alienación”.

Reconocer la real antigüedad del patriarcado, como anterior al capitalismo, y dedicar estudio a dicha estructura social, le permitió al feminismo socialista pegar un salto en su análisis12, poniendo sobre el tapete la importancia de los problemas de la mujer. El desafío estaba en cómo resolverlos. Si bien Arruzzo desarrolla en extenso cada uno de los problemas atingentes a las diferentes posiciones descritas, justificando desde la teoría marxista una toma de posición por parte de las feministas socialistas, es fundamental dejar en evidencia que un enfoque metodológico de estas características tampoco está exento de contradicciones. Por que tal como plantea la autora, “una relación de explotación siempre implica una relación de dominación y alienación”. El problema es que eso, desde el feminismo “materialista”13 se transformó en un traspaso mecánico de las categorías económicas del marxismo a las categorías sexo género; el enfoque de clase social constituye para nosotras la clave, no de “jerarquías de la lucha”14 sino de cómo encontrar las soluciones. Una vez más, en hacer política revolucionaria con horizonte de victoria: concebir esa sociedad sin explotación ni opresión como un objetivo político realizable con la fuerza de la clase trabajadora para liberar a toda la humanidad.

Entonces, que sean sistemas con orígenes históricos independientes -las relaciones patriarcales preceden al capitalismo- pero profundamente imbricados, no constituye al patriarcado como un sistema de explotación por sí mismo, donde las relaciones de clases capitalistas se diluyen en la noción de clases sexuales diferenciadas “hombre”-”mujer”15. Tampoco que, al ser históricamente desiguales, las tareas para erradicar la desigualdad de género y el machismo pasen a ser una tarea secundaria, posterior a la revolución. Ya señalaba Alejandra Kollontai en sus “Fundamentos sociales de la cuestión femenina” que “Cualquiera que sea lo que las mujeres proletarias hayan conseguido para mejorar sus niveles de vida es el resultado de los esfuerzos de la clase trabajadora en general, y de ellas mismas en particular. La historia de la lucha de las mujeres trabajadoras por mejorar sus condiciones laborales y por una vida más digna es la historia de la lucha del proletariado por su liberación”16.

Lo que sucede es, que entendiendo las estructuras capitalismo y patriarcado primero como diferenciadas e históricamente independientes -noción que es histórica y lógica- y al mismo tiempo como intrincadas, la conexión que realizan entre sí no es misteriosa17, sino económica y política. La retroalimentación que han desarrollado constituye una unidad heterogénea, puesto que el capitalismo y el patriarcado en términos prácticos actúan simultáneamente: el capital usa la opresión a las mujeres para acrecentar su valor, por ejemplo, cuando presiona a la baja del salario contratando fuerza de trabajo femenina o desconociendo el pago del trabajo doméstico, imprescindible para la reproducción. Las predicciones de algunas feministas sobre el advenimiento de un cambio cultural e institucional chocan con la realidad, y no se trata solamente de que las instituciones no hayan logrado avanzar a la par de las necesidades de la gran mayoría de la población. La desigualdad social se sigue profundizando, y esto por cierto de manera sexuada: el 70% de las personas más pobres del mundo son mujeres y niñas18. El avance y conquista de derechos democráticos han ido de la mano con el aumento escandalizante de la desigualdad económica en todo el mundo19.

Basado en una economía financiera y especulativa, la conquista de derechos se cierne sobre la flexibilización laboral: debilitando sindicatos y contratos colectivos, y “desplazando gran parte de la producción industrial hacia los países del Sur, donde los salarios y regulaciones son mucho menos exigentes” (León, 2009, op.cit.) además de feminizar crecientemente la fuerza de trabajo más precarizada mientras se mantienen también esclavas del trabajo doméstico: favorece así la proliferación exponencial de la pobreza con rostro de mujer, y por lo mismo, renueva el interés en un feminismo socialista que sea capaz de problematizar el capitalismo -y su expresión heteropatriarcal y colonialista-, para así romper con él definitivamente.

Un feminismo de la Revolución Permanente

Las Tesis de la Revolución Permanente20 consideran –entre otras cosas– que posterior a la revolución obrera y socialista, subsisten problemas económicos, políticos, sociales y culturales que no se pueden resolver mecánicamente y que incluyen, entre otros, las relaciones entre varones y mujeres. No creemos posible la eliminación inmediata del orden patriarcal que data de milenios, con la revolución, incluso en nuestros términos. Sin embargo, el Estado obrero otorga las condiciones necesarias para poder realizar las verdaderas y profundas reformas21 para la emancipación de las mujeres y el conjunto de las y los oprimidos; combatiendo conscientemente toda la tradición patriarcal y colonialista, racista, y de todo tipo de opresión. La revolución socialista que llevó al poder del Estado a la clase obrera en Rusia, como relata Wendy Goldman en “La mujer, el Estado y la Revolución” (2010), levantó importantes banderas en la lucha por la emancipación femenina, que posteriormente fueron destruidas por el estalinismo.

Algunos de estos importantes avances fueron: buscar abolir el orden familiar, promoviendo la unión libre y la socialización de las tareas de reproducción social: impulsó políticas públicas de creación de lavanderías, comedores populares y viviendas comunitarias; la creación de programas de cuidado de la infancia; además, legalizaron el aborto y el matrimonio igualitario, fomentaron el desarrollo científico, artístico y laboral de las mujeres, y establecieron organismos femeninos de articulación política para llamar a las mujeres a construir activamente el camino al comunismo, entre otras grandes reformas. El estalinismo se encargó de transformar todas esas medidas en su opuesto22: restableció el orden familiar promoviendo el rol de las mujeres como esposas, madres y amas de casa; derogó el derecho al aborto; convierte en delito la prostitución, como cuando reinaban los zares; directamente liquidó la socialización del trabajo doméstico y todos los organismos partidarios femeninos.

La necesidad de acabar con la opresión de género no puede situarse posterior a la revolución, porque cada paso de avance en las reivindicaciones más estructurales, fortalece el derrumbe del capitalismo como sostén y guardián del patriarcado. Los pocos derechos conquistados en las últimas décadas no fueron una amable concesión de los gobiernos, sino arrancados producto de la lucha y organización de cientos de miles de mujeres en todo el mundo que los pusieron en jaque y obligados a ceder. Tal como la relación de fuerza que les dió cabida, las conquistas no son eternas ni inamovibles.

Desde esta premisa, señalamos que el capitalismo es incapaz de abolir completamente las cadenas de la opresión de género. Porque, aunque haya podido aflojar algunos de los aspectos más irritantes del dominio patriarcal, ha sido en su directo fortalecimiento y conveniencia, y disfrazando como progresivos, los mayores agravios. Requiere disponer del trabajo de reproducción, sostenido en el trabajo gratuito de los cuidados y tareas domésticas. Contrario a la idea de que la mayoría de los pilares de la tan anhelada “igualdad” ya han sido cimentados, tomamos el planteo de D’Atri y Lif (2013, op.cit.) quienes señalan que “en el capitalismo, la igualdad sólo puede existir formalmente, a fuerza de abstraer los elementos particulares de la existencia social. El Estado capitalista consigue ese divorcio fetichista de la política y la economía, ofreciéndonos el resultado de un ser humano escindido: propietario o desposeído, por un lado, es decir, con diferencias; pero igualmente ciudadano, por otro”. El Estado capitalista puede avanzar en tal o cual demanda, mientras sostiene la barbarie cotidiana que atenta particularmente contra las mujeres pobres y trabajadoras.

El error más notorio del feminismo reformista se encuentra en la separación que hace, al igual que el capitalismo, entre la política de búsqueda de derechos y la lucha contra el sistema social que sostiene la relación de opresión. Sistema en el que además, se circunscriben dichos derechos, a merced de los cambios de situación en las democracias neoliberales. En la nueva situación mundial, marcada por la crisis capitalista, “los gobiernos populistas de derecha y otros fenómenos políticos (…) pretenden enarbolar banderas de reformas al mismo sistema en que vivimos explotadas y oprimidas”23. En esa misma línea, aparece como solución a la violencia machista la eficacia ficcional del derecho24 y el fortalecimiento de los mecanismos represivos del Estado. D’Atri (2016) señala al respecto: “el establecimiento y aumento de penas o los castigos ejemplares, que se espera que actúen no solo como retaliación para las víctimas sino también como política de prevención de futuras conductas criminales, demostraron no ser efectivos para acabar con la violencia patriarcal que se sigue reproduciendo, porque es estructural a las sociedades de clase”25.

Los feminismos, en particular los que se definen anticapitalistas, tienen la obligación de reconsiderar el sujeto político a la luz de esta contradicción central: “sin las mujeres asalariadas que constituyen la mitad de la clase enormemente mayoritaria de la sociedad, no hay destino”26. Es la máxima unidad en la lucha con dicha clase mayoritaria la que nos abre el camino. Por eso, la lucha antipatriarcal, desde la perspectiva socialista, no es una lucha anti-hombres, ni tampoco un anticapitalismo miope que ignora que dentro de las mismas clases existe la opresión. La batalla planteada incluye entonces enfrentar los prejuicios sexistas de la clase trabajadora, que los capitalistas han fomentado para mantener su dominio, y ponerse también en primera línea de la lucha por toda conquista elemental. Quien oprime a otro no puede emanciparse a sí mismo. Para poner en movimiento toda su energía, la clase trabajadora no puede eludir el combate contra las cadenas del machismo.

Superar el momento de resistencia para avanzar en la lucha por nuestra total emancipación.

La enorme brecha entre la supuesta “igualdad ante la ley” y la creciente desigualdad ante la vida, se expresa en esta nueva oleada de movilizaciones de mujeres masivas a lo largo del globo terráqueo. El decir “¡Basta!” a la violencia patriarcal nos ha llevado a visualizar que aún tenemos que pelear por cosas tan básicas como el derecho a que no nos maten o decidir sobre nuestros cuerpos en la mayoría de los países. Eso ha sido la lucha por el aborto legal, libre, seguro y gratuito que ya conquistó la media sanción en Argentina y planta la posibilidad de luchar por él en toda América Latina.

Históricamente, la alianza entre la clase trabajadora y las mujeres organizadas por sus derechos, ha demostrado su eficacia y solidez para enfrentar a la minoría parasitaria de capitalistas que consiguen sus privilegios a costa de los padecimientos de la gran mayoría.

Es paralizando los circuitos de la producción y circulación de mercancías, servicios y comunicaciones, con la fuerza de millones de obreras y obreros de la mano con los sectores populares y oprimidos, es que podremos derrocar a quienes nos impiden conquistas duraderas en el tiempo, para llegar a esa sociedad realmente igualitaria y justa con la que tantas y tantos soñamos. Como señalamos en nuestro Manifiesto Internacional de Pan y Rosas27, “sólo un feminismo que pretenda transformarse en un movimiento político de masas, donde la lucha por mayores derechos y libertades democráticas esté ligada a la denuncia de este régimen social de explotación y miseria para las enormes mayorías, con el objetivo de derrocarlo, puede ser verdaderamente emancipatorio”.

Nuestra confianza debe estar puesta sobre quienes generan la riqueza social28, no sobre quienes la expropian. Esta alianza, creemos desde Pan y Rosas que requiere de una herramienta específica; un partido de trabajadores internacional por la revolución socialista: “con un programa anticapitalista, obrero y revolucionario que conduzca a la revolución socialista para imponer un gobierno obrero, que sea a su vez, una trinchera en la lucha por acabar con el capitalismo y todas las formas de explotación y opresión”29. Son las y los trabajadores quienes pueden herir de muerte al capital. No son los sectores progresistas, ni el lobby parlamentario, ni la confianza en los patronos cautelares del capital y sus patriarcas: la Iglesia, el gobierno y los empresarios. Por eso planteamos que en la búsqueda de un programa del feminismo socialista, de actualizar nuestras posiciones y visiones para constituir un corpus político capaz de vencer, debemos romper toda relación de confianza y dependencia con esos patriarcas y burgueses, con los partidos políticos que resguardan su herencia y las burocracias, fieles representantes de los patrones en las propias filas de la clase trabajadora; proclamamos la independencia política de las obreras y obreros y empujamos en esa dirección.

El capitalismo le otorga al patriarcado las mejores condiciones de existencia y fortalecimiento, explotando y oprimiendo a millones de mujeres en todo el mundo. Pero contradictoriamente, eso ha creado una clase obrera gigantesca, como nunca en la historia de la humanidad30. Las feministas socialistas estamos librando ya acalorados debates en nuestro seno sobre las perspectivas de nuestra lucha. Creemos que las conquistas venideras deben ser un punto de apoyo para “una lucha radical por la emancipación de las más amplias masas femeninas”31 en el camino por la emancipación de toda la humanidad. El feminismo socialista se propone romper el límite de lo posible, trayendo el pan y las rosas para todas las que aún habitamos la trastienda de la historia.

1 Varias autoras, Diálogos feministas Fundación Nodo XXI (2018, Junio, 17). “El feminismo llegó para correr los límites de lo posible”, El Mercurio, p. 2.

2 Se recomienda revisar: Brito, B. (2018, Junio, 9). “Un programa para enfrentar a los responsables de la violencia machista: el Estado, los empresarios y la iglesia, y desarrollar la fuerza de las mujeres trabajadoras y pobres”. La Izquierda Diario Chile. Recuperado de http://www.laizquierdadiario.cl/Un-programa-para-enfrentar-a-los-responsables-de-la-violencia-machista-el-Estado-los-empresarios-y?id_rubrique=1201

3 León Burch, Verónica (2013). Más allá del cuerpo: el feminismo como proyecto emancipador. FEDAEPS. Recuperado de http://www.fedaeps.org/spip.php?articles549.

4 Hacia fines de 1960, «en medio de huelgas económicas y políticas, luchas contra la opresión nacional, manifestaciones estudiantiles, de las minorías negras y homosexuales y un poderoso movimiento contra la guerra imperialista en Vietnam, las mujeres irrumpieron en la vida política internacional. Un número cada vez mayor de mujeres participa, entonces, en campañas por el derecho al aborto y los anticonceptivos, por instalaciones suficientes de guarderías, contra toda restricción legal a la igualdad. Denuncian el sexismo en la política, el trabajo, la educación, los medios de comunicación y la vida cotidiana» (D’Atri, A., Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo, p.104). Surge así lo que se conocerá como el feminismo de la “Segunda Ola”, que será la respuesta a las transformaciones en las relaciones entre los géneros debido a los cambios económicos y de configuración de las fuerzas de trabajo que se da en los países centrales, luego de la Segunda Guerra Mundial.

5 Fraser, N. (2009) El feminismo, el capitalismo y la astucia de la historia. New Left Review, p. 87-104

6 Fraser, N. (2009) op.cit.

7 D’Atri, A. y Lift, L. (2013) La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial. Ideas de Izquierda 1, p. 29-31

8 D’Atri, A. y Lif, L. (2013) op. Cit.

9No solo las diferentes burocracias stalinistas o maoístas se pusieron a la cabeza de la restauración en los Estados donde se había expropiado a la burguesía y se transformaron ellas mismas en parte de las nuevas burguesías, sino que fueron, en muchos casos, las implementadoras de los planes del FMI. En los Estados capitalistas, la socialdemocracia, que a partir del estallido de la Primera Guerra Mundial había demostrado en repetidas oportunidades su carácter políticamente contrarrevolucionario, pero había mantenido un papel reformista en lo social, se transformó en agente directo de la ofensiva capitalista como implementadora de las contrarreformas neoliberales. Los Partidos Comunistas siguieron un curso parecido, siendo parte en varias oportunidades de gobiernos “social liberales” en alianza con los PS.” Albamonte, E. y Maiello, M. (2017). La imperiosa actualidad de la estrategia. Estrategia socialista y arte militar. Argentina, Ediciones IPS.

10 Ver E. Albamonte y M. Maiello, “En los límites de la restauración burguesa”, Estrategia Internacional 27, Buenos Aires, 2011. Tomado de D’Atri, A. y Lif, L. (2013) op. Cit.

11 Arruzzo, C. (2014). Remarks on Gender. Viewpoint Magazine. Recuperado de: https://viewpointmag.com/2014/09/02/remarks-on-gender/

12 Ver: Hartmann, H. (1980, edición de 1996) Un Matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo, en Papers de la Fundació 88, Fundació Rafael Campalans, España.

13 Con esta categoría, Arruzzo se refiere a las feministas que desde la “teoría dual” justificaron la política feminista radical.

14 Con frecuencia se tiende a equiparar un feminismo marxista con uno que pone la lucha de clases “antes de” la lucha por la emancipación de las mujeres, como si dichas batallas para nosotras estuvieran disociadas.

15 Quien postula por primera vez esta teoría de manera acabada es la feminista radical Shulamith Firestone en su obra “La dialéctica del sexo” (1970).

16 Tomado de la edición digital de Alexandra Kollontai: Los fundamentos sociales de la cuestión femenina y otros escritos (1907), Tamara Ruiz (ed.). En Lucha: España, 2011. Recuperado de http://www.enlucha.org/site/?q=node/15895

17 Debatiendo con la afirmación de Arruzzo donde señala que “Las causas del cruce entre los sistemas de explotación y dominación siguen siendo un misterio, ¡igual que la Santísima Trinidad!”. Arruzzo, C. (2014). Op. cit.

18 ONU Mujeres (2016, marzo, 8). El 70% de los afectados por hambre a nivel mundial son mujeres. Noticias ONU. Recuperado de https://news.un.org/es/story/2016/03/1352391

19 “Las personas más ricas del mundo son mayoritariamente hombres, mientras que la probabilidad de que una mujer sea pobre es mayor que la de un hombre. El Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Foro Económico Mundial han reconocido que estos niveles de desigualdad económica extrema son malos para el crecimiento económico, la lucha contra la pobreza y la cohesión social. El FMI también ha demostrado que los países con una desigualdad de ingresos alta tienden a presentar también una elevada desigualdad de género”. OXFAM, 2016. Informe de Oxfam. Recuperado de https://www.oxfamintermon.org/es/documentos/29/04/16/mujeres-1-desigualdad-economica-extrema-desigualdad-de-genero-deben-abordarse-co

20 Ver Trotsky, L. (2000) Teoría de la revolución permanente (compilación). Argentina. Ediciones CEIP.

21 “No fue la lucha por las reformas la que preparó y promovió la revolución, sino la revolución la que abrió paso a las más profundas y verdaderas reformas”. Liebman, M. (1978) La conquista del poder, Mexico, Editorial Grijalbo, citado en el prólogo que escribe Andrea D’Atri al recomendable libro de Wendy Goldman “La mujer, el Estado y la Revolución” (2010) p. 16. Argentina, Editorial IPS.

22Arruzza, C. (2010) describe sintéticamente estas medidas en Las sin parte: Matrimonios y divorcios entre feminismo y marxismo. Editorial Izquierda Anticapitalista, España. P. 65-73

23 D’Atri, A. y Murillo, C. (2017) 8 de marzo: cuando la tierra tembló. Ideas de Izquierda, p. 17

24 Sobre esta cuestión, revisar Segato, R. (2003) Las estructuras elementales de la violencia. Editorial Universidad Nacional de Quilmes, Argentina.

25 D’Atri, A. (2016). “Patriarcado, crimen y castigo”. Ideas de Izquierda, p. 36-38.

26 D’Atri y Murillo, (2017) op.cit

27 “Manifiesto Internacional de la agrupación de mujeres Pan y Rosas” (2017) Recuperado de

https://www.laizquierdadiario.com/Manifiesto-Internacional-de-la-agrupacion-de-mujeres-Pan-y-Rosas

28 “Cualquier bloque insurgente capaz de desencadenar una transición al socialismo será de composición plural y varia; pero solo será más que un cotejo de disidencias si posee un centro de gravedad en aquellos que producen directamente la riqueza material en la que se basa la sociedad del capital”. Anderson, P. (1983) Tras las huellas del materialismo histórico. México, Editorial Siglo XXI

29Manifiesto Internacional(…)” (2017) op. cit.

30 La fuerza de trabajo asalariada estimada por el Banco Mundial es de 3,4 mil millones de personas. Fuente: https://datos.bancomundial.org/indicador/SL.TLF.TOTL.IN

31 D’Atri, A. (2013) Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo. Argentina, Ediciones IPS


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