PRESENTACIÓN: Ideas de Izquierda en un escenario revuelto

 

JUAN VALENZUELA

 

Este primer número de Ideas de Izquierda aparece en un escenario de fin de ciclo: en los países centrales, las formaciones políticas tradicionales que moldearon la globalización neoliberal -los partidos del “extremo centro” según la expresión acuñada por Tariq Ali-, entran en crisis y abren paso a nuevos fenómenos políticos por derecha y por izquierda. Desde el giro reaccionario que implica el ascenso de Trump a la presidencia los Estados Unidos en tensión con las corporaciones y con base social en todos los “descontentos del neoliberalismo” (pequeños empresarios, cuentapropistas, trabajadores blancos permeados por prejuicios xenófobos) y con una política unilateral agresiva  en el terreno internacional, hasta el crecimiento a 25.000 miembros del partido Socialista Democrático (DSA) en base a sectores de la juventud; desde la escandalosa derrota del PS y la UMP en Francia y la victoria de un candidato ajeno a los partidos tradicionales como lo es liberal Macron y el crecimiento de Melenchon en las últimas presidenciales o el fenómeno más reducido de Poutou, hasta el fortalecimiento de formaciones como Ciudadanos o Podemos en España; desde el terrorismo reaccionario de ISIS en Barcelona o el intervencionismo imperialista en Medio Oriente, hasta la oleada islamofoba impulsada por el Rey de España y a la cual se subordinaron todos los partidos del régimen incluyendo a Podemos y a Pablo Iglesias.

Esta fluidez política es producto de un proceso de disolución del consentimiento neoliberal que se ha desarrollado como tendencia a partir de la crisis histórica del capitalismo que se abrió en 2008. David Harvey, intentando pensar desde Gramsci el proceso de construcción del sentido común propio del neoliberalismo, se preguntaba: “¿De qué modo se consumó la neoliberalización, y quién la implementó? La respuesta, en países como Chile y Argentina en la década de 1970 fue tan simple como súbita, brutal y segura, esto es, mediante un golpe militar respaldado por las clases altas tradicionales (así como también por el gobierno estadounidense), seguido de una represión salvaje de todos los vínculos de solidaridad instaurados en el seno de la fuerza de trabajo y de los movimientos sociales urbanos que tanto habían amenazado su poder. Pero la revolución neoliberal que suele atribuirse a Tatcher y a Reagan después de 1979 tuvo que consumarse a través de medios democráticos. Para que se produjera un giro de tal magnitud fue necesaria la previa construcción del consentimiento político a lo largo de un espectro lo bastante amplio de la población como para ganar las elecciones. Lo que Gramsci llama “sentido común” (definido como el “sentido poseído en común”) es lo que, de manera característica, cimienta el consentimiento. El sentido común se construye a partir de prácticas asentadas en el tiempo, de socialización cultural a menudo hondamente enraizadas en tradiciones regionales o nacionales.”[1]

 

En la situación actual, es precisamente ese consentimiento el que se resquebraja. Por eso, los elementos de crisis en los países centrales no son accidentales o coyunturales, de fácil solución. Los rasgos son los de una crisis orgánica, para tomar la definición de Gramsci.[2]

Los tiempos en Latinoamérica, a grandes rasgos, no son acordes con los tiempos en los países centrales. El resquebrajamiento del consenso neoliberal se había iniciado antes con las grandes acciones de masas que tuvieron lugar a inicios de siglo en diversos puntos del subcontinente como Argentina o Bolivia y la posterior canalización de las aspiraciones en los gobiernos posneoliberales, nacionalistas y reformistas de distinto signo que marcaron una etapa bajo el alero de figuras como el fallecido Hugo Chávez, o el actual presidente de Bolivia, Evo Morales. Pero el carácter de la crisis capitalista abierta el 2008 es mundial y aun simultáneamente con las desigualdades y los tiempos desacompasados, la crisis actúa sincronizando lo divergente: en Latinoamérica las crisis orgánicas se manifiestan abiertamente en Venezuela y Brasil[3]. El ciclo de precios altos de los commodities finalizó y eso redujo radicalmente los márgenes de acción para reformas y concesiones. En Venezuela, con una economía dislocada, esto se ha traducido en una crisis profunda del gobierno de Maduro y una ofensiva de la derecha, en un enfrentamiento entre ambos bandos y una serie de medidas autoritarias por parte de Maduro, como la falsa “constituyente” que refuerza el control del Ejecutivo sobre el aparato estatal y la persecución a cualquier divergencia política no sólo desde la derecha sino desde los trabajadores y el pueblo, y un atrincheramiento de la oposición derechista en la Asamblea Nacional. En Brasil, la debacle del Partido de Trabajadores (PT) producto de su “giro a los ajustes” durante el último periodo de Dilma Rousseff y la proliferación de casos de corrupción en las altas esferas del propio PT, en el marco de una crisis económica profunda, envalentonaron a sectores reaccionarios que protagonizaron un golpe institucional que resultó en el gobierno de Temer y su agenda de reformas neoliberales. Este giro a derecha, ya se había producido en Argentina por la vía electoral, con el triunfo de Macri en las presidenciales. Sin embargo, Argentina es testigo de la emergencia de un fenómeno político de izquierda inédito en el mundo: el surgimiento del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, del cual participa el Partido de Trabajadores Socialistas –organización hermana del Partido de Trabajadores Revolucionarios de Chile- junto al PO e Izquierda Socialista. Se trata de un frente político de independencia de clase, que en las recientes elecciones primarias de mediados de agosto obtuvo alrededor de un millón de votos, destacándose la votación del joven recolector de basura Alejandro Vilca, militante del PTS, en la provincia de Jujuy, que obtuvo 40.000 votos. Este verdadero salto de la izquierda referenciada en el trotskismo, la revolución socialista y la clase trabajadora, que demuestra que podemos ser políticamente ambiciosos y hacer política a amplias franjas sin rebajar el programa y sin dejar de construir un partido que apueste por la conquista revolucionaria del poder en base a organismos de autogobierno conducidos por la clase trabajadora, a un Gobierno de Trabajadores.

Aunque, en Chile, la perduración del régimen de democracia protegida heredado de la dictadura pinochetista y la sobrevida de los conglomerados políticos que le dieron forma, pueda inducir a primera vista a una imagen errónea de una completa carencia de sincronía con respecto a las grandes tendencias de la situación internacional, la realidad, es que esas tendencias también actúan. Los partidos políticos predominantes y los conglomerados del binominal, las formas de hacer política y las instituciones que configuraron el régimen de transición posdictatorial, atraviesan una profunda crisis. El fracaso del gobierno de Bachelet, actúa como un factor propulsor de la crisis. Su fin era cumplir el rol de absorber las demandas sociales en el régimen político, cuestión que finalmente fracasó, pues la agenda de reformas no se tradujo en la expansión del respaldo al gobierno y al conglomerado oficialista. Su senilidad bordea el ridículo. Si el fin de las reformas era ampliar la confianza, ¿cómo hacerlo si el anuncio de reforma al sistema de pensiones es condenado públicamente por el propio ministro de Hacienda que declara que podría acarrear la consecuencia de que se pierdan hasta 395.000 empleos si su implementación no se hace bien? ¿Puede entusiasmar la política educativa de Bachelet si desde su propio ministerio de Educación se anuncia que la desmunicipalización implicará alrededor de 40.000 despidos?

Si en algún momento –cuando la Nueva Mayoría accedió al gobierno-, pareció generarse todo un halo de optimismo en torno a Bachelet, con el andar esto cambió y hoy hablar mal de Bachelet y su gobierno parece ser moneda común, aunque algunos espadachines políticos como Francisco Vidal pretendan ver otra cosa y reduzcan todo a una cuestión comunicacional. La pretensión de la Nueva Mayoría: absorber las aspiraciones de amplias franjas de la población en la agenda de reformas de Michelle Bachelet, fracasó. Su fraccionamiento en dos candidaturas presidenciales –por un lado el PS, el PPD, el PC y el PRSD con Alejandro Guillier, por otro la DC con Carolina Goic- y en dos listas parlamentarias –la DC irá con IC y el MAS- indica que cualquier pretensión de retornar a un idilio político de unidad, actuando como oposición a Piñera, constituye una ilusión. Esto le da un terreno bastante fértil a quienes como Gutemberg Martínez, desde la Democracia Cristiana, defienden la tesis del camino propio.

 

La crisis de la Nueva Mayoría puede ser un factor político revulsivo. En términos históricos sólo puede compararse con la crisis de los frentes populares y la crisis del centro radical. Como es sabido, esa crisis abrió paso a una serie de nuevos fenómenos políticos, sindicales y de la lucha de clases, desde el populismo de Carlos Ibáñez del Campo hasta la fundación de la CUT y el ciclo de huelgas de la década de 1950 en el que destacó la figura de Clotario Blest; desde el “gobierno de los gerentes” hasta la emergencia de un nuevo centro –la DC- y una izquierda referenciada en la Revolución Cubana con la fundación del MIR en 1965. Una analogía siempre tiene límites pero no por eso resulta improductiva para pensar lo actual. Lo esencial en esta comparación tiene que ver con las implicancias que tiene el ocaso de un “partido de contención” que durante un periodo relativamente considerable garantizó una cierta estabilidad en base a una “gran empresa”. ¿Cuál fue y cuál es esta “gran empresa”? Si los frentes populares quisieron sembrar la ilusión de un progreso económico y una parcial sustitución de importaciones propulsado por una alianza entre un sector de la burguesía y las organizaciones obreras como el PC y la CTCh, la Concertación canalizó las luchas democráticas de la década de 1980 a un régimen de democracia protegida que actuó como cobertura de la conservación y profundización del neoliberalismo en Chile, sembrando la ilusión de avanzar en “protección social ” en plena armonía con el neoliberalismo; y la Nueva Mayoría se dispuso nada menos que a canalizar las energías que se desplegaron en las luchas estudiantiles de 2011, que a todas luces abrieron una nueva etapa en la situación nacional, cuyos desarrollos vemos hasta nuestros días. La masiva  impugnación a pilares estructurales del neoliberalismo, como la educación mercantil o el sistema de pensiones, que en los últimos años se ha expresado en masivas marchas y procesos de lucha, continúa siendo un factor del escenario político, aunque ahora no se exprese en grandes procesos de la lucha de clases comparables al 2011. Pero un nuevo consenso no fue posible. El gobierno no consigue siquiera dejar satisfechos a los rectores y durante las últimas semanas hemos visto como profesores, funcionarios y estudiantes en lugares como la Universidad de Chile o el Pedagógico, han realizado asambleas y una marcha el pasado viernes 25 de agosto en el centro de Santiago.

 

De esta manera el régimen político completo se debilita. Sin embargo no necesariamente esto abre espacio a la lucha de clases. En Chile tenemos nuestra propia versión de neorreformismo: el Frente Amplio, un conglomerado heterogéneo en el que participan desde el Partido Liberal de Vlado Mirosevic o los ex asesores del MINEDUC de Revolución Democrática hasta Nueva Democracia y el ex militante del PC Cristián Cuevas, a cuyo análisis dedicamos un artículo de esta revista. Aunque según algunas encuestas la reciente crisis que vivió el conglomerado por la pelea de cupos en el Distrito 10 que enfrentó a Giorgio Jackson y Alberto Mayol le habría traído ciertos costos a la candidatura de Beatriz Sánchez, no deja de ser cierto que la crisis de la Nueva Mayoría le significa un escenario propicio a la hora de hacer cálculos electorales. Pero estas ilusiones reformistas, comparables a las ilusiones que generan organizaciones como Podemos en el Estado Epsañol o figuras Freixo en Rio de Janeiro, no marcan la dirección que tomará la situación. La amplia ventaja en las encuestas del multimillonario Sebastián Piñera, llena de triunfalismo a la derecha. Ya se sienten gobierno.

 

Si Piñera asume el poder ¿actuará en el mismo sentido que Macri en Argentina o Temer en Brasil, atentando en contra de los derechos del pueblo trabajador y barriendo incluso las escuetas reformas bacheletistas? La derecha es consciente del papel que tiene en la situación actual. No está demás, recordar que el anterior gobierno de Piñera concluyó con un promedio de crecimiento de 4,5%, una situación impensable en el escenario actual. Hay menos margen para concesiones. Tanto por la situación internacional, como por la crisis política en curso y las tendencias de la lucha de clases del último tiempo, es posible pronosticar que el gobierno de Piñera tendrá más el sello de los ataques que el de la conciliación con el centro.

 

Producto de la orientación posibilista de las direcciones del movimiento de masas durante los últimos años –una CUT subordinada al gobierno que dejó pasar la reforma laboral o una Confech buscando incidir en las reformas gubernamentales a través de la presión parlamentaria en desmedro de la organización desde la base y la pelea por la gratuidad- se ha generado un escenario paradójico: no es un secreto para nadie el odio que despiertan políticos corruptos y empresarios coludidos; sin embargo el peligro de un triunfo de Piñera –que es tanto una cosa como otra- en las elecciones es real. ¿Cómo prepararnos?

 

Ideas de Izquierda busca contribuir a la tarea central que es construir una fuerza material que pueda no sólo proponerse resistir a los ataques sino que también combatir por un Gobierno de los Trabajadores y un nuevo modelo de sociedad sin explotación, un partido revolucionario de la clase obrera. Después de años de triunfalismo capitalista, las ideas del marxismo fueron vilipendiadas y tildadas de obsoletas en ámbitos universitarios y políticos. Hoy en día, incluso intelectuales de izquierda, asumen las coordenadas ideológicas del debate político que se forjaron durante la ofensiva neoliberal tildando de obsoletas categorías como “proletariado”, burlándose de una supuesta “izquierda con poncho” a lo Carlos Ruiz, o decretando que no es posible una salida al capitalismo. Creemos que batallar en el terreno de las ideas contribuye a forjar una fuerza militante de miles que amplíe su horizonte más allá del capitalismo y es una tarea ineludible para quienes queremos construir una izquierda revolucionaria de la clase trabajadora. Es la misma batalla que en el terreno político dan las candidaturas anticapitalistas del Partido de Trabajadores Revolucionarios en Antofagasta que han instalado la consigna por la expropiación de Escondida bajo gestión de sus trabajadores o la candidatura anticapitalista de Dauno Tótoro en Santiago que plantea que todo parlamentario gane como un trabajador y gratuidad educativa universal, combates que también damos desde nuestros lugares de trabajo y estudio. Ideas de Izquierda está al servicio de estos combates.

 

[1] Harvey, David; Breve Historia del Neoliberalismo, Akal, 2015

[2]  Según Gramsci, podemos hablar de crisis orgánica “ya sea porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran empresa política para la que ha solicitado o impuesto con la fuerza el consenso de las grandes masas (como la guerra), o porque vastas masas (especialmente del campesinado y de pequeñoburgueses intelectuales) han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto no orgánico constituyen una revolución. Se habla de ‘crisis de autoridad’ y esto precisamente es la crisis de hegemonía, o crisis del Estado en su conjunto”.

 

 

[3] Revisar: http://www.laizquierdadiario.com.bo/Brasil-en-crisis-organica y https://www.laizquierdadiario.com/Que-politica-para-la-izquierda-socialista-en-Venezuela


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