Octubre de 1917: ¿Insurrección Proletaria o Golpe de Estado?

 

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VICENTE MELLADO

En este breve artículo quiero realizar una crítica a la tesis de Orlando Figes que sostiene que el acontecimiento de octubre de 1917, momento fundamental de la revolución rusa, constituyó un golpe de estado realizado por una minoría política (los bolcheviques) en contra de la voluntad mayoritaria del pueblo peterburgués.

Por el contrario, intentaré demostrar que el acontecimiento de octubre fue la realización de una insurrección proletaria de masas, donde el factor de la conspiración y planificación política en el acto insurreccional resultó fundamental en su realización y éxito. La maniobra intelectual que realizan  historiadores y políticos, tanto reformistas como reaccionarios, para definir el acto de octubre como un golpe de estado es separar arbitrariamente la insurrección, en cuya preparación y éxito fue fundamental la dirección bolchevique, del movimiento revolucionario de masas de Petrogrado en 1917. Planteado de ese modo, el abordaje historiográfico y las lecciones estratégicas de octubre no pueden concluir otra cosa más que la realización de un golpe de estado.

 

Octubre, su lugar en la historia humana y sus enemigos

Octubre de 1917 constituyó un punto de inflexión en la historia humana. El posterior desarrollo del siglo XX debe bastante a la revolución rusa y en particular a los acontecimientos de octubre. La construcción de partidos comunistas en todo el mundo, la modificación de las estrategias políticas de las múltiples burguesías y elites dirigentes para neutralizar la acción revolucionaria de las masas explotadas y oprimidas, el avance en conquistas sociales y económicas de los trabajadores urbanos dentro de los elásticos marcos de la democracia parlamentaria liberal, son solo algunos de los procesos sociales y políticos que se desarrollaron durante el “siglo XX corto” a nivel mundial.

En torno a octubre se han sostenido una serie de balances de parte de historiadores, cientistas sociales y economistas. Para los conservadores y neoliberales la revolución rusa constituyó el mayor acto de autoritarismo en contra de la libertad humana y el inicio del totalitarismo.

A inicios del año 2017, el diario El País de Estado Español entrevistó a uno de los sovietólogos burgueses más reaccionarios y conservadores acerca de la revolución rusa. Asesor del imperialismo norteamericano, miembro del Consejo de Seguridad Nacional del gobierno de Ronald Reagan, Richard Pipes afirmó que: “La Revolución Rusa fue uno de los sucesos más trágicos del siglo XX. No hubo absolutamente nada positivo ni grandioso en aquel acontecimiento. Entre otras cosas, arrastró a la humanidad a la II Guerra Mundial. Los sóviets establecieron un régimen de terror sin precedentes. ”. Ver: http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/27/babelia/1485532487_550316.html.

En Chile los ideólogos defensores del neoliberalismo también se pronunciaron acerca del significado de la revolución rusa para la humanidad. Mauricio Rojas Mullor, académico de la Universidad del Desarrollo (UDD), Senior Fellow de la neoliberal y reaccionaria Fundación Para el Progreso, y miembro del comité de campaña de Sebastián Piñera para el periodo 2018-2022, publicó en abril de 2017 el libro “Lenin y el totalitarismo”[1]. El objetivo de su obra es denostar lo que fue octubre y uno de sus principales referentes: Lenin.

No obstante, el ataque intelectual e ideológico contra la insurrección de octubre también ha provenido no solo de la derecha pro imperialista, sino que también de filas demócratas liberales.

 

¿Insurrección de Masas o Golpe de Estado?

 

Un golpe de estado constituye un acto de fuerza realizado por una minoría organizada que se apropia del poder político y lo ejerce en contra de la mayoría del pueblo. Este acto de fuerza tiene como premisa la existencia de un grupo de conspiradores sin mayor vínculo con los sectores de la sociedad civil descontentos con el Estado y su régimen. En otras palabras, el vínculo orgánico con las instituciones u organizaciones de masas no constituye un argumento legitimador para la conquista del poder por el grupo conspirador, es decir, los golpistas. Por lo tanto, el golpe de estado es un acto que se legitima por sí mismo, sin importar el vínculo con franjas de la sociedad civil y la opinión pública.

Uno de los historiadores más prominentes de la revolución rusa, el liberal Orlando Figes, afirmó al respecto que:

 

Pocos acontecimientos históricos han sido más profundamente distorsionados por el mito que los que sucedieron el 25 de octubre de 1917. La imagen popular de la insurrección bolchevique, como una lucha sangrienta llevada a cabo por decenas de miles de personas con varios millares de héroes caídos, debe más a Octubre (la película propagandística de Eisenstein, brillante aunque en buena medida ficticia, destinada a conmemorar el décimo aniversario del acontecimiento) que a la realidad histórica. La Gran Revolución socialista de Octubre, como vino a ser denominada en la mitología soviética, en realidad fue un acontecimiento a pequeña escala, que de hecho no pasó de ser un golpe militar, que resultó inadvertido para la vasta mayoría de los habitantes de Petrogrado. Los teatros, los restaurantes y los tranvías siguieron funcionando de manera normal cuando los bolcheviques se hicieron con el poder[2].

 

La insurrección de octubre fue un coup d’Etat, activamente apoyado por una minoría de la población (y que ciertamente contaba con la oposición de varios dirigentes bolcheviques), pero tuvo lugar en medio de una revolución social que se centró en la conciencia popular del poder soviético (…)[3]

 

Antes de realizar una crítica a dicha afirmación, debo afirmar que la obra historiográfica de Figes recibió una profunda admiración del gran historiador marxista Eric Hobsbawm[4]. Constituye una excelente obra historiográfica que cualquier interesado en la historia de la revolución rusa tiene el deber de leer. Sin embargo, debo realizar algunas críticas desde la vereda de quienes nos proponemos transformar la realidad. Con esto quiero acentuar el efecto político y estratégico de la tesis de Figes al sostener que la revolución de octubre fue un golpe de estado.

En primer lugar, Figes se vio en la obligación de reconocer el estrecho vínculo orgánico entre los bolcheviques y los trabajadores de Petrogrado, así como con las guarniciones del Ejército y la flota naval[5]. Sin embargo, el asumió como premisas que, en primer lugar, los bolcheviques tuvieron una estrategia totalitaria que utilizó el discurso de apoyo a los soviets, y en segundo lugar, al conquistar la dirección de los soviets aprovecharon su temprana burocratización en 1917[6] para concretizar el golpe de estado, fuente de la futura dictadura totalitaria.

Esta tesis del totalitarismo y la ideología dictatorial como inherente al bolchevismo desde sus inicios, ha sido criticada y refutada por otros historiadores especialistas en la revolución rusa, en la que se destaca la obra de Alexander Ravinowitch[7]. Este autor realizó una exhaustiva investigación acerca del primer año de gobierno de los bolcheviques, cuando cogobernaron con los socialistas revolucionarios de izquierda. Concluyó que no existe registro que evidencie en el bolchevismo la existencia de principios totalitarios y dictatoriales. Por el contrario, la degeneración burocrática y la transición al totalitarismo, se explica, según el autor, por circunstancias históricas concretas y no por la existencia previa de una estrategia política totalitaria. Esto quedó demostrado por: la existencia de fracciones y alas al interior del bolchevismo previo y posterior a octubre de 1917; la flexibilidad organizacional que les permitió llegar a miles de obreros; y el cogobierno con los socialistas revolucionarios de izquierda. La participación de estos últimos otorgó legitimidad al gobierno de los soviets como una verdadera república de obreros y campesinos, al aportar cuadros experimentados del campesinado y legitimar a los soviets en el campo como organismos de autogobierno en oposición a la Asamblea Constituyente. Lo que facilitó la degeneración, según Rabinowitch, fue la salida de los socialistas revolucionarios de izquierda del gobierno soviético en 1918, y el inicio de la guerra civil que terminó por minar la base social del bolchevismo. Para el autor, la mantención de los eseristas de izquierda en el gobierno soviético habría permitido que la guerra civil fuese menos catastrófica y habría moderado la política de requisa de los granos a los campesinos. Sin embargo, la permanencia de estos fue imposible en vista del intento de organizar una insurrección contra los bolcheviques, después de que estos impulsaron el acuerdo de paz con el Alto Mando del Ejército alemán realizado en marzo de 1918 en Brest-Litovsk. Según los socialistas revolucionarios de izquierda, semejante acuerdo de paz constituyó una “traición” a los principios de la revolución mundial, ya que obligó a la naciente república soviética a cancelar cualquier intento de extensión de la revolución rusa por vía militar hacia el occidente europeo. Ravinowitch afirmó que ese acto constituyó el “suicidio político” de los eseristas de izquierda.

Al respecto, yo agregaría otro elemento que permite refutar el supuesto totalitarismo inherente al bolchevismo. La posterior prohibición de las fracciones al interior de este en el X Congreso del partido en 1921, si bien se realizó como medida circunstancial para asegurar la rápida ejecución de los planes para ganar la guerra y asegurar el triunfo, terminó siendo la cobertura legal para el afianzamiento de la burocracia y su manifestación estratégica: el estalinismo.

Lo que quiero decir con esto es que Figes, al igual que un sinnúmero de historiadores tanto de derechas como de izquierda moderada, igualan insurrección de masas con golpe estado. La igualación de ambos no constituye una falta de rigor científico o intelectual. Por el contrario, responde a una valoración política tradicional de quienes conciben a la democracia liberal parlamentaria como el único sistema político que garantice la realización de la libertad humana.

Para Figes la revolución rusa y la “dictadura bolchevique” fueron consecuencia de la inexistencia de una tradición de instituciones democráticas en el imperio ruso. Eso propició el desborde de la débil institucionalidad liberal nacida en febrero de 1917. Si hubo en Rusia una oportunidad para cambiar el curso de la historia dirigido por la monarquía absolutista, eso fue con las reformas iniciadas por Alejandro II en la década de 1860. Según Figes, si los zares que le sucedieron hubiesen continuado la obra de Alejandro, es muy probable que se hubiesen desarrollado instituciones políticas y sociales que posibilitaran la canalización de las demandas democráticas impuestas por el pueblo ruso desde 1905 en adelante. Por desgracia, el asesinato de Alejandro II por los nadornik en 1881, tuvo como respuesta del zarismo frenar el proceso de reformas, y un retorno al absolutismo más conservador y reaccionario —iniciado por Alejandro III y profundizado por el último zar, Nicolás II. Planteadas así las cosas, la radicalización del pueblo ruso era inevitable, así como también el aprovechamiento de la situación por minorías y grupos radicales autoritarios[8].

Con esto no busco invalidar la obra de Figes. Por el contrario, lo que busco es dejar las cosas claras: Figes realiza una interpretación demócrata liberal de la historia de la revolución rusa. Para los demócratas liberales la violencia política, bajo cualquier circunstancia, no se justifica. No importa si la violencia es de masas, en tanto que tal, si es canalizada hacia un objetivo político, solo puede terminar pariendo una dictadura. Allí reside la gran diferencia con Figes respecto a la valoración del significado de octubre de 1917. La diferencia es política.

Para los marxistas sí existe un acto de fuerza y violencia legítimas. Es la violencia de masas. No la individual propia del terrorismo de grupos conspiradores ultraizquierdistas, ni actos de fuerza de minorías desligados de los organismos de trabajadores y sectores populares[9]. La violencia de los trabajadores, sectores populares y capas subalternas en contra de la opresión y la explotación constituye un acto legítimo. Y más aún cuando hablamos no de cualquier violencia de masas, sino que en su máximo nivel: la violencia de masas revolucionaria, es decir, cuando lo que se pone en juego es quien ejerce el poder político en un territorio determinado. Al respecto debo decir lo siguiente.

Primero, en cuanto a la violencia de masas puede manifestarse de dos maneras: como un acto espontáneo donde se despliega con plena libertad y en todas direcciones la energía social de las masas; o como un acto que combina lo primero con la conspiración y planificación política que otorgan una dirección para garantizar el éxito de la movilización y asegurar el ejercicio del poder político por las clases subalternas. Esto último es lo que se define como la insurrección. Todo lo contrario de lo que sostuvo Figes.

Segundo, la insurrección no implica necesariamente un acto sangriento con centenares o miles de caídos. El intento de Figes por deslegitimar la insurrección porque no hubo un choque sangriento —más allá de la exageración cinematográfica realizada por Einsestein con fines políticos de propaganda— ni enfrentamiento a gran escala, es muestra de que este sovietólogo no comprende la insurrección como el arte que permite hacerse del mando a los explotados y oprimidos. La insurrección de octubre no puede reducirse al acto de la toma del Palacio de Invierno. Lo que no comprende Figes, así como los liberales y reformistas, es que la toma del Palacio de Invierno —edificio que albergó a lo que quedaba del debilitado gobierno provisional— en la madrugada del 26 de octubre constituyó el acto simbólico que aseguró la realización de una insurrección iniciada dos días antes en Petrogrado. Durante el 24 y 25 de octubre, todas las posiciones estratégicas de la capital del imperio ruso cayeron bajo control de los organismos armados del Soviet. Allí reside la explicación de la insurrección como acto de masas.

 

El arte de la insurrección en Petrogrado o cómo los bolcheviques conquistaron la hegemonía de la clase obrera y los soldados

 

La insurrección es el resultado de la combinación de múltiples fuerzas en movimiento. El acto de octubre implicó la articulación estratégica entre los soviets, comité de fábrica, Guardias Rojas, guarniciones ganados para la revolución y partido revolucionario. De esta combinación surgió la fuerza armada para realizar el pasaje a la insurrección de octubre.

Al respecto, y contrario a lo afirmado por Figes, David Mandel, en su magnífica obra acerca de los trabajadores de Petrogrado durante 1917 y 1918[10], demostró no solo cómo los bolcheviques conquistaron la mayoría de los soviets de Petrogrado y el Norte de Rusia, sino cómo se legitimó su política de derrocar al gobierno provisional de Kerensky. La tesis de Mandel es que los obreros eligieron a los bolcheviques porque eran los únicos que tenían un programa y una salida política a la enorme crisis económica que estaba atravesando Rusia en 1917. Los bolcheviques fueron los principales agitadores de la necesidad de una república de los soviets como única vía para asegurar las conquistas de la revolución.

En este proceso, los comités de fábrica, organismos de trabajadores de monitoreo y supervisión de la producción, fueron fundamentales para mantener en funcionamiento las empresas. Fue el intento del gobierno provisional entre julio y agosto de 1917, en complicidad con las patronales, de debilitar las funciones de los comités de fábrica, así como de cerrar las empresas y trasladarlas a las afueras de la ciudad lo que produjo el colapso de apoyo de los trabajadores al debilitado gobierno provisional de febrero —que en julio reintegró a los odiados liberales e intentó una alianza forzada entre estos y los socialistas moderados. A partir de julio, junto con el intento de golpe militar de Kornilov en agosto, los bolcheviques se hicieron del mando, extendiendo su influencia y dirección sobre el conjunto de los trabajadores y sus organizaciones[11]. Algunas de las principales fábricas metalúrgicas —Putilov, New Lessner, Old Lessner, Vulkan, Nobel— se constituyeron en los bastiones bolcheviques y centros de legitimidad del poder soviético. A esto se debe agregar el crecimiento del electorado en favor de los bolcheviques tanto en las elecciones de la Duma y de los delegados a la Asamblea Constituyente. De este modo los bolcheviques fueron reconocidos como los principales defensores de la instalación de una república soviética. Esta nueva situación política, según Mandel, fue clave en la legitimidad que adquirió el posterior acto insurreccional de octubre dirigido por los bolcheviques. Los trabajadores percibieron este acto como la defensa del único poder que consideraron la alternativa al colapso económico: los soviets.

Por lo tanto, sorprende que Figes haya afirmado con tanta facilidad que el acto de octubre constituyó un golpe de estado, habiendo recurrido a la obra de Mandel y al mismísimo historiador menchevique Sujanov, quien reconoció —en su obra acerca de la revolución rusa— que octubre constituyó una insurrección popular[12]. Lo registrado por Mandel en su extensa obra constituye un fundamento empírico suficiente para dar cuenta cómo los trabajadores y sus instituciones fueron conquistadas por las ideas bolcheviques. No se puede hacer una separación formal entre los bolcheviques y los organismos de masas soviéticas en la víspera de octubre. Afirmarlo no es más que defender un punto de vista político determinado acerca de cómo pueden asegurarse las conquistas sociales de una revolución.

Por lo tanto, el problema de fondo no es si los bolcheviques tenían o no legitimidad en los organismos de masas en Petrogrado y Moscú, las principales ciudades del imperio zarista. El centro de la discusión pasa a ser si es posible y legítima la insurrección de los explotados y oprimidos contra un gobierno que defiende o concilia con los capitalistas, y de ese modo instalar un nuevo régimen político que garantice los derechos de las clases subalternas y transite a una sociedad sin clases sociales.

Respecto a la toma del poder político en octubre, Mandel afirmó que desde agosto de 1917, los trabajadores de Petrogrado estaban en su casi totalidad en favor del poder de los soviets. La ambigüedad de esta consigna residió en que no clarificaba si eso implicaba una insurrección[13]. Por ello, el acto magistral de los bolcheviques fue legitimar el acto insurreccional basándose en la defensa de las conquistas de los soviets ante el peligro de la contrarrevolución que se avecinaba, colocando a las Guardias Rojas y los regimientos a la ofensiva estratégica. Por otro lado, la oposición de los mencheviques y eseristas de derecha a un gobierno soviético, junto a su persistencia de mantener una coalición de gobierno con los liberales, contribuyó a minar su legitimidad ante los trabajadores, soldados y marinos.

En la planificación de la insurrección, es imposible no mencionar el rol de León Trotsky. Yossif Stalin dijo al respecto que “(…) Todo el trabajo de organización práctica de la insurrección se efectuó bajo la dirección inmediata de Trotsky, presidente del Soviet de Petrogrado. Puede decirse con seguridad que la adhesión de la guarnición al Soviet y la hábil organización del trabajo del Comité Militar Revolucionario se los debe el Partido, ante todo y sobre todo, al camarada Trotsky”[14].

Al respecto, el coronel del Ejército norteamericano Harold Walter Nelson, en su obra acerca del pensamiento militar de Trotsky[15], resaltó la habilidad del estratega bolchevique para constituir el Comité Militar Revolucionario (CMR), organismo de defensa de la revolución rusa, dependiente del Soviet de Petrogrado. De este modo, el arte de la insurrección reside en haber preparado la insurrección bajo la tenue cobertura de la “legalidad soviética”, apoyado por un organismo de masas, el soviet. Ante el peligro de la ofensiva del ejército alemán desde Riga en Letonia, y el envío de fuerzas contrarrevolucionarias a la ciudad, el CMR obtuvo toda la autoridad política para armar al conjunto de los obreros y movilizar las guarniciones y marinos en la defensa de Petrogrado. Cuando los regimientos juraron lealtad al soviet y no al gobierno provisional, Kerensky perdió la totalidad de su fuerza armada para frenar la insurrección, lo que en los hechos implicó la concreción de esta y el derrocamiento del gobierno provisional.

Entre el 24 y 25 de octubre, el CMR ejecutó el plan de la insurrección. Las Guardias Rojas y regimientos ocuparon los edificios públicos más importantes de Petrogrado: telefónicas, transporte y principales puentes levadizos de acceso a la ciudad. El CMR consolidó sus posiciones durante el día, recibiendo la aprobación del soviet[16]. Para la noche del 25 y 26 de octubre, toda la ciudad estaba bajo el control del CMR. El único edificio gubernamental que no se había tomado fue el Palacio de Invierno. Este fue conquistado sin mayor resistencia, constituyéndose en el símbolo del aseguramiento de la insurrección de octubre, no en la insurrección misma, cuya ejecución se produjo en el proceso de armamento de los obreros y la declaración de exclusiva lealtad al Soviet por parte de las guarniciones de la ciudad.

 

Con este breve artículo busqué dejar en claro que la igualación de golpe de estado con la insurrección constituye una maniobra ideológica para continuar promoviendo el consenso ideológico de que la única alternativa política viable en la humanidad la constituyen las estructuras republicanas y liberales de poder político. Creo que un marxista, mínimamente consecuente, debe centrar sus esfuerzos en potenciar los organismos de representación de los trabajadores y el pueblo, tanto los que se encuentran dentro de la legalidad republicana y son regidos por el Estado de Derecho, como los que se desarrollen por fuera de esta. Resulta evidente que el desarrollo y fortalecimiento de semejantes organismos que permitan el empoderamiento de amplias franjas de sectores subalternos implicará choques inevitables con el Estado y los capitalistas. Por lo tanto, la decisión por la insurrección para asegurar conquistas sociales, no constituye un capricho ultraizquierdista ni vanguardista. Por el contrario, constituye una opción estratégica para asegurar las demandas sociales, económicas y políticas de un pueblo.

 

 

 

[1] Al respecto ver en esta revista el artículo de Torres, Pablo, “Lenin, el partido y la revolución”.

[2] Figes, Orlando,  La revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo, Edhasa, 2000, p. 538.

[3] Ibid., p. 513.

[4] Hobsbawm sostuvo que la obra de Figes había sido la mejor interpretación de la revolución rusa que había conocido.

[5] En las guardias rojas (p. 418); en La flota del Báltico (pp. 424-425); en los regimientos del Ejército (p. 428); por la entrada de los socialistas defencistas al gobierno (p. 433); en la clase obrera urbana (pp. 442-443); en Kronstadt, la barriada de Vyborg, y el Regimiento Nº 1 de Ametralladoras (pp. 444-445); con la ofensiva de julio giran a la izquierda los soldados (p. 459); la vanguardia obrera (p. 472); con el intento de golpe de estado por Kornilov la influencia bolchevique aumentó y conquistaron la mayoría de los soviets (pp. 502-513).

[6] Figes, Orlando, op. cit., pp. 511.

[7] Rabinowitch, Alexander, The Bolcheviks in power. The first year of soviet rule in Petrograd, Indiana University Press, 2007.

[8] Figes, Orlando, Op. cit., pp. 73-76.

[9] En Chile, el reconocido y prestigioso intelectual marxista Carlos Pérez Soto, afirma en sus escritos que la violencia de masas contra el Estado capitalista constituye un acto legítimo del pueblo oprimido, denunciando correctamente los actos de violencia individual propios de grupos ultraizquierdistas. Sin embargo, considera la experiencia de octubre dirigida por los bolcheviques como un acto vanguardista (eufemismo que utiliza para evitar decir golpe de estado), por lo tanto, un acto de fuerza ilegítimo “sin el pueblo”. Esto se explica porque la propuesta marxista de Pérez para una teoría política revolucionaria, descarta el acto de la insurrección de masas y la existencia de una estrategia de partido revolucionario —que para mí constituye una herramienta fundamental para asegurar el triunfo y profundización de una revolución. Pero lo más importante es que Pérez no concibe la insurrección como un arte que permite combinar la acción del partido y las masas.

Al respecto, debo reconocer que la obra de Pérez constituye un gran aporte para pensar un marxismo del siglo XXI, sin mencionar que es de los poquísimos intelectuales críticos del mundo académico chileno (y quizás el único) que se ha atrevido a decir que es un marxista. La recuperación y análisis crítico del pensamiento de Hegel para desarrollar la teoría marxista en la actualidad, así como su crítica radical al pensamiento y método científicos, constituyen una enorme contribución a la teoría crítica. Sin embargo, la contribución del marxismo de Pérez para la acción política, al descartar la insurrección de masas dirigida por un partido revolucionario, termina siendo más útil para las estrategias de los nuevos fenómenos políticos neoreformistas (ver: Puelma, Fabián, “El laberinto estratégico del Frente Amplio”, Revista Ideas de Izquierda Nº 1, septiembre de 2017), y por lo mismo, termina siendo más tolerable y aceptable en los círculos críticos de la academia universitaria, donde los debates acerca del problema del poder político son completamente inexistentes. Ver su artículo “Elementos de Teoría Política Marxista (2015)”, en particular pp. 14-20. En: https://www.cperezs.org/?p=229.

[10] Mandel, David, The Petrograd Workers and the Soviet Seizure of Power, Mcmillan, 1984.

[11] Ibid.Ver en particular el capítulo 7, “The October Revolution in the Factories”.

[12] Ibid., p. 351.

[13] Ibid., p. 337.

[14] Pravda, 6 de noviembre de 1918. Extraído de El Caso León Trotsky. Informe de las audiencias sobre los cargos hechos en su contra en los procesos de Moscú, Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky”, p. 64.

[15] Nelson, Harold Walter, León Trotsky y el arte de la insurrección. 1905-1917, ediciones IPS, 2016 [1988].

[16] Ibid.


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