Bolchevismo para los combates del presente

 

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JUAN VALENZUELA

En 1924 -en Lecciones de Octubre- León Trotsky se refería al problema de transformar la experiencia revolucionaria bolchevique de 1917 en un aprendizaje con modo de uso estratégico para la Internacional Comunista, es decir, en un activo para el combate por la revolución mundial. Pues no se trataba -para los bolcheviques- de hacer el socialismo en un solo país. Según Trotsky, a Lenin -el principal dirigente de la Revolución- “el mundo habitado por los llamados hombres civilizados se le aparece como un solo campo de combate […] Ninguna cuestión de importancia puede encerrarse en un marco nacional. Amenazas visibles e invisibles solidarizan cada cuestión con docenas de fenómenos acontecidos en todos los extremos del mundo. En su apreciación de los factores y de las fuerzas internacionales Lenin era más libre que la gente imbuida de prejuicios nacionales.”[1]

En un momento, después de la victoria de Octubre 1917 pero antes del proceso de burocratización del Estado, existía una importante carencia de herramientas para estudiar el proceso y extraer lecciones útiles para la acción política. Esto resultaba complejo desde el punto de vista de la estrategia. Recordemos que es en esa época -durante la Primera Guerra- cuando el marxismo revolucionario se apropia de la noción de estrategia, concepto proveniente de la terminología militar. Antes de la Primera Guerra, según Trotsky, en el movimiento marxista sólo se hablaba de “la táctica del partido proletario; esta concepción correspondía exactamente con los métodos parlamentarios y sindicales predominantes entonces, y que no sobrepasaban el marco de las reivindicaciones y de las tareas corrientes. La táctica se limita a un sistema de medidas relativas a un problema particular de actualidad o a un terreno separado de la lucha de clases. La estrategia revolucionaria cubre todo un sistema combinado de acciones que tanto en su relación y sucesión como en su desarrollo deben llevar al proletariado a la conquista del poder.”[2]

Llevar al proletariado a la conquista del poder: estrategia es el arte de vencer. La complejidad era cómo transformar a Rusia en un bastión de la revolución mundial evitando su aislamiento, derrotando a la burguesía y al imperialismo. Que la revolución permaneciera recluida en fronteras nacionales en un terreno económico y social atrasado como el ruso actuó como un factor que contribuyó al desarrollo de la burocracia. Las derrotas en Europa y Oriente durante las dos décadas posteriores empujaron en ese sentido.

Para el bolchevismo la “conquista del poder” no puede entenderse en clave estrictamente nacional. Si el mundo habitado por los llamados hombres civilizados se aparece como un solo campo de combate, el espacio de despliegue de la estrategia es mundial. Mientras la burguesía y el imperialismo retengan el poder las contradicciones y los peligros persistirán como bien lo demostraría toda la historia posterior -desde la política militar errática de la década de 1930 que abrió las puertas a la invasión nazi hasta la conversión de la burocracia en burguesía y el desmantelamiento de las conquistas de la Revolución.

Eso no estaba definido todavía cuando Trotsky en 1924 redactó Lecciones de Octubre a raíz de una polémica con otro dirigente del partido, Zinoviev. Había que dar una lucha política para que la experiencia de Octubre sea elaborada como lecciones estratégicas con modo de uso para la Internacional Comunista fundada algunos años atrás: “Aunque nos ha acompañado la suerte en la Revolución de Octubre no la ha tenido ésta en nuestra literatura. Todavía no poseemos una sola obra que ofrezca un cuadro general de tal revolución y que haga resaltar sus momentos más culminantes desde el punto de vista político y organizativo […] Llevada a cabo la insurrección, parece que hemos decidido no tener que repetirla ya. Diríase que del estudio de Octubre, de las condiciones de su preparación inmediata, de su realización y de las primeras semanas de su consolidación no esperamos una utilidad directa para las tareas urgentes de la organización ulterior.”[3]

¿Y hoy? ¿Resulta pertinente, cien años después, estudiar Octubre a fin de extraer lecciones con utilidad en el presente?

Creemos que sí. El estudio de la Revolución de 1917 es imprescindible para quien se proponga construir una estrategia revolucionaria basada en la clase trabajadora en el siglo XXI. No se trata de elaborar un recetario, sino de disponernos a tomar las lecciones de Octubre para encarar las tareas de hoy.

El problema de la discontinuidad

En la introducción a su Breve historia del neoliberalismo el geógrafo marxista David Harvey escribe que “no sería de extrañar que los historiadores del futuro vieran los años comprendidos entre 1978 y 1980 como un punto de inflexión revolucionario en la historia social y económica del mundo”.

Como sabemos, ese “punto de inflexión revolucionario” -más precisamente, contrarrevolucionario- se gestó a través de cruciales derrotas al movimiento obrero en distintos lugares del mundo. Fueron esas derrotas las que allanaron el terreno para el proceso de desposesión en gran escala que ha significado el neoliberalismo. Proceso signado por el desmantelamiento de derechos sociales, ataques a las condiciones laborales y depredación de los recursos naturales y cuyo único fin ha sido restaurar el poder de la clase capitalista.[4]

Eso tuvo un impacto subjetivo sin precedentes en la clase trabajadora que dejó de concebir como posible la construcción de una sociedad alternativa al capitalismo. Para pensar desde un punto de vista estratégico, hagamos una comparación con la derrota de la Comuna de París de 1871 que abrió las puertas al desarrollo imperialista del capitalismo y la degeneración reformista de la Internacional Socialista y que por esa vía preparó las condiciones para la Guerra de 1914. La principal diferencia es que luego de esa derrota, la existencia de unos ciertos hilos de continuidad con la tradición marxista y socialista, hoy no son evidentes. Por ejemplo, la debacle de la II Internacional en 1914 no devino en una supresión de la tradición marxista y socialista: de su seno surgió una fracción revolucionaria que se opuso encarnizadamente al giro chovinista: Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo, entre sus representantes más destacados, fundadores de lo que sería la III Internacional, referenciada en el bolchevismo y protagonistas -en el caso de los dos primeros- de la primera revolución obrera triunfante de la historia. El reformismo que se basaba en un sector privilegiado de la clase obrera, la llamada “aristocracia obrera”, -fenómeno en cierto modo previsto por Marx en sus análisis de los obreros británicos-; colapsó cuando estallaron las contradicciones interimperialistas. El alineamiento con sus propias burguesías nacionales, pudo más que el internacionalismo de clase.

Esto, sin duda, constituyó una importante “crisis subjetiva” para la clase trabajadora. El periodo de crecimiento económico que se abrió después de la derrota de la Comuna fue acompañado de una serie de victorias tácticas en el ámbito parlamentario y sindical especialmente en Alemania y que en Francia se expresó con el ministerialismo. Eso generó la ilusión de que era posible implementar un proceso de mejoramiento gradual de las condiciones de vida de la clase trabajadora, sin necesidad de una revolución violenta.

Pero inmediatamente después del colapso de esta internacional, triunfó la Revolución en un país como Rusia y surgió la III Internacional. En la ofensiva neoliberal, en cambio, se le dio un golpe a las organizaciones de la clase obrera: a diferencia de la derrota de la Comuna, la derrota del ciclo 1968-1980 no preservó a una corriente reformista de peso en el movimiento obrero. Los partidos socialistas y comunistas se “liberalizaron”, en Chile el PC es parte de un gobierno burgués, aunque mantiene raíces en la burocracia sindical. La idea de “revolución” y “socialismo”, o la defensa de los trabajadores como un sujeto social y político con capacidad de transformar la sociedad, desapareció del “imaginario social”. En la actualidad, el único lugar del mundo donde organizaciones referenciadas en el trotskismo, en el socialismo y la idea de “gobierno de trabajadores”, tienen peso político e influencia nacional es Argentina, con el Frente de Izquierda y de los Trabajadores, cuyo principal referente es Nicolás del Caño, militante del Partido de Trabajadores Socialistas.

La neoliberalización constituyó un ataque de tal magnitud, que la perspectiva de una sociedad alternativa al capitalismo y las organizaciones que pretendían atribuirse una adscripción a aquella tradición -incluyendo, por supuesto, a los partidos comunistas que usurparon la tradición de 1917- fueron profundamente debilitados. En los últimos años, incluso organizaciones referenciadas en el trotskismo, como la ex LCR francesa, se disolvieron dando paso a partidos de nuevo tipo. El reformismo también cobra un nuevo cariz: si antes eran los partidos socialistas o los partidos comunistas quienes se dedicaban a pelear por reformas en los marcos del capitalismo hoy son corrientes como Podemos o Syriza -o nuestra versión local, el Frente Amplio. Pero esto acontece en una etapa histórica que -a diferencia del periodo que se da entre la Comuna y la Primera Guerra- está signado por el desmantelamiento de conquistas. Si en ese periodo se formó una “aristocracia obrera” a costa de la expoliación de la periferia por el centro, en la actualidad son liquidadas todas las conquistas del Estado de bienestar y golpeadas las condiciones de vida de los trabajadores, en los centros, la periferia y los ex Estados obreros deformados.

Si en los Estados Unidos -para dar inicio a la neoliberalización- fue clave la derrota del movimiento sindical municipal de Nueva York en 1975 y 1977 y la derrota que le propinó Reagan a los controladores aéreos en 1981 -con reemplazos militares y despidos masivos-, en el Reino Unido de Margaret Thatcher fue clave el golpe propinado a los mineros del carbón que estuvieron en huelga durante cerca de un año en 1984, resistiendo a la oleada de despidos y cierre de minas anunciada desde el gobierno que eligió importar el mineral. De todas maneras, ni en los Estados Unidos ni en Reino unido fue necesario suprimir el régimen democrático formal y ejecutar un Golpe de Estado análogo al chileno para derrotar al movimiento obrero. En China la vía fue la conversión restauracionista de la burocracia del Partido Comunista, desde fines de la década de 1970, primero, a través de la autonomización de los municipios y los bancos con respecto al Estado, las políticas para bajar el valor de la fuerza de trabajo empujando a la emigración masiva desde el campo, en la apertura creciente a la inversión privada extranjera y en una fluidificación de las relaciones con Hong-Kong que actuó como una especie de “puente con el mercado mundial” y propulsor capitalista. En la URSS y Europa del Este, la vía fue el desvío de movilizaciones con un bajo nivel de subjetividad, producto de las derrotas previas de las revoluciones políticas que acontecieron desde la década de 1950 en algunos países de la mal llamada órbita socialista; como aconteció en Hungría o Alemania. Polonia -que podría haberse transformado en un gran proceso de revolución política y en un factor de defensa y contraataque a los planes neoliberales-, en 1980, marcó un giro a derecha en este sentido, fertilizando el terreno para la restauración.[5]

Según Harvey, de conjunto, no se trataría de un proceso basado eminentemente en la coerción. Según su visión, “para que se produjera un giro de tal magnitud fue necesaria la previa construcción del consentimiento político a lo largo de un espectro lo bastante amplio de la población como para ganar las elecciones. Lo que Gramsci llama “sentido común” (definido como “el sentido poseído en común”) es lo que, de manera característica, cimienta el consentimiento. El sentido común se construye a partir de prácticas asentadas en el tiempo de socialización cultural a menuda hondamente enraizadas en tradiciones regionales o nacionales. No es lo mismo que el “buen juicio” que puede construirse a partir de la implicación crítica con las cuestiones de actualidad. Por lo tanto, el sentido común puede engañar, ofuscar, o encubrir profundamente problemas reales bajo prejuicios culturales […] La palabra “libertad” resuena tan ampliamente dentro del sentido común de los estadounidenses que se convierte en un “botón que las elites pueden pulsar para acceder a las masas” con el fin de justificar prácticamente todo.”[6]

En Chile, evidentemente y como el propio Harvey reconoce, el giro no se hizo a partir de una previa construcción del consentimiento político. Fue con el golpe de 1973 que se abrió paso a las recetas neoliberales. Se trató de una derrota física. La “producción del consentimiento” fue una labor que se le legó a la “democracia de los consensos” y a la antigua Concertación. Describiendo el momento de shock neoliberal, cuando se dio rienda suelta al recetario de la “libertad”, Harvey escribe que el resultado del trabajo coordinado de la dictadura, los Chicago Boys “junto al FMI fue la reestructuración de la economía en sintonía con sus teorías. Revirtieron las nacionalizaciones y privatizaron los activos públicos, abrieron los recursos naturales (la industria pesquera y la maderera, entre otras) a la expropiación privada y desregulada (en muchos casos sin prestar la menor consideración hacia las reivindicaciones de los habitantes indígenas), privatizaron la Seguridad Social y facilitaron la inversión extranjera directa y una mayor libertad de comercio. El derecho de las compañías extranjeras de repatriar los beneficios de sus operaciones chilenas fue garantizado. Se favoreció un crecimiento basado en la exportación frente a la sustitución de las importaciones.”[7]

Harvey explica bien la obra de la dictadura en términos económicos y sociales. Desde el punto de vista político-estratégico, esto significó una importante derrota que implicó la destrucción o conversión de las organizaciones sindicales y políticas que se desarrollaron en el periodo de ascenso. A diferencia de lo que acontecía antes de 1973, los procesos de la lucha de clases, no suelen ir acompañados de debates de estrategia y programa a nivel masivo y entre las organizaciones políticas. Por eso, recuperar la experiencia de la Revolución Rusa de 1917, desde el punto de vista estratégico, es un modo de combatir contra los resultados de la derrota histórica y preparar el “derecho a la resurrección de los vencidos”.

El poder estatal

La relativa pérdida de soberanía de los Estados nacionales frente al gran capital ha llevado a muchos a asumir como propio el discurso que establece una dicotomía entre quienes serían partidarios de menos Estado y quienes bregarían por más Estado, situando a los primeros en la derecha y a los segundos a la izquierda. La principal consideración en esta matriz de pensamiento es que el Estado ha abandonado su rol en la economía. Pero lo cierto es que el abandono de la actividad empresarial desde el Estado -y la entrega descarada de los recursos naturales y servicios que controlaba a diversos grupos capitalistas- no tiene nada que ver con su desaparición como actor en la sociedad. Harvey escribe: “Los teóricos del neoliberalismo albergan, sin embargo, profundas sospechas hacia la democracia. El gobierno de la mayoría se ve como una amenaza potencial a los derechos individuales y a las libertades constitucionales. La democracia se considera un lujo, que únicamente es posible bajo condiciones de relativa prosperidad en las que también concurre una fuerte presencia de la clase media para garantizar la estabilidad política. Los neoliberales tienden, por lo tanto, a favorecer formas de gobierno dirigidas por elites y por expertos. Existe una fuerte preferencia por el ejercicio del gobierno mediante decretos dictados por el poder ejecutivo y mediante decisiones judiciales en lugar de mediante la toma de decisiones de manera democrática y en sede parlamentaria. Los neoliberales prefieren aislar determinadas instituciones clave, como el banco central, de las presiones de la democracia. Dado que la teoría neoliberal se concentra en el imperio de la ley y en la interpretación estricta de la constitucionalidad, se infiere que el conflicto y la oposición deben ser dirimidos a través de la mediación de los tribunales. Los individuos deben buscar las soluciones y los remedios de todos los problemas a través del sistema legal.”[8]

El entramado es complejo. Es evidente que el término democracia por sí mismo es sumamente insuficiente para determinar el carácter del Estado y el régimen en Chile. Es, más bien, una democracia blindada, en la que la existencia del sufragio, el parlamento y la representación coexiste con instituciones como el Tribunal Constitucional que puede considerar que la “titularidad sindical” constituye un atentado contra la libertad individual, como se expresó en un reciente fallo que mantuvo la legalidad de los grupos negociadores, mostrando a qué intereses responde esa maraña institucional. O con el fortalecimiento de la maquinaria represiva que evidentemente actúa para proteger los intereses del capital como lo vemos en la Araucanía.

Surge de aquí una pregunta ¿cómo es posible alcanzar fines políticos contrarios a los intereses capitalistas si existe tal entramado de poder para protegerlos? La actualización de este problema refuerza la definición leninista del Estado como una maquinaria para oprimir a la clase explotada. Esto no niega la complejidad del factor de que este perfeccionamiento se desarrolla con una forma democrática.

Alternativas erróneas frente a esto sería no reconocerlo como problema estratégico y negar el Estado como concentración de poder. En Chile el golpe de Estado y la dictadura pueden ser entendidos como el Estado en su máxima expresión: destacamentos de hombres armados defendiendo la propiedad privada capitalista.

¿Cómo encarar esta cuestión? En 1917 coincidieron dos cuestiones: por un lado, un proceso de disgregación del Estado y por otro la preparación del Partido Bolchevique y su dirección para encarar las tareas que esta situación abría desde el punto de vista del poder. Producto de las penurias de la Guerra, esos “destacamentos de hombres armados”, tendían a la desagregación. Según Harold Walter Nelson, Coronel del Ejército norteamericano, admirador y estudioso de Trotsky como estratega militar, “la falta de cohesión y el bajo nivel de habilidades para el combate que caracterizaba a la guarnición de Petrogrado había sido un importante factor determinante para el resultado de la Revolución de Febrero. Hay evidencia de que las autoridades de Petrogrado percibían la posibilidad de disturbios y habían desarrollado planes para enfrentar esa contingencia antes de la crisis de Febrero. Pero los planes tuvieron poca significación histórica, ya que los memoristas son casi unánimes en señalar la falta de un esfuerzo coordinado para sostener destacamentos leales al Gobierno. Hasta los planes para alimentar a las patrullas de seguridad eran inadecuados. La guarnición cayó en la inactividad, aceptando con pasividad el resultado de la Revolución de Febrero, pero convirtiéndose en terreno fértil para los agitadores bolcheviques.”[9]

El zarismo no pudo defenderse. La pugna posterior entre el gobierno provisional en manos de los socialistas moderados y el bolchevismo también fue una pugna por el control de las fuerzas armadas. La práctica bolchevique en 1917, no se trató ni de una incorporación al régimen democrático burgués nacido de la revolución de Febrero ni la formación de un aparato estatal-militar de manera totalmente externa al aparato estatal central, con capacidad de contraponerse a las fuerzas armadas del gobierno provisional con sus propios recursos. Fue más bien la conjugación entre la moderación del gobierno que no satisfizo la demanda de finalizar con la guerra y de tierra; la acción revolucionaria de las masas con la clase trabajadora y los campesinos desplegando su iniciativa y formando soviets; las penurias; y en cuanto al Partido Bolchevique, la lucha contra el programa reformista y una política que simultáneamente desarrolló la inserción en el frente y en la Guarnición de Petrogrado, con la formación de milicias obreras y milicias rojas; lo que preparó las condiciones para una victoria.

No es condición sine qua non una guerra imperialista para la apertura de crisis estatales y del aparato represivo. Pensar hoy cuáles son las posibles vías para escenarios de este tipo, es alejarse tanto de la ilusión reformista de querer “reformar a las fuerzas armadas”, noción que en Chile olvida como actuaron en 1973.

La huelga general y la insurrección

La Revolución de 1905 había situado la cuestión de la huelga general como un problema estratégico central, mostrando el potencial de la clase trabajadora para desorganizar las fuerzas de represión del Estado a través de ese método, su combatividad y capacidad creativa, que impactó a grandes personalidades revolucionarias como Rosa Luxemburgo. Sin embargo, en 1917, la relación entre la huelga general y la toma del poder se planteó de manera más compleja. De cierta manera, la experiencia de 1905 enseñaba que no bastaba una huelga general para que el proletariado conquiste el poder. Por eso 1905 también planteó el problema de la insurrección que se desarrolló fundamentalmente en la región de Moscú, siendo derrotada por el ejército. Trotsky escribe, años después que en “1917, a pesar de la política correcta del Partido Bolchevique y del desarrollo de la revolución, las capas más desfavorecidas e impacientes del proletariado comenzaron desde septiembre-octubre, incluso en Petrogrado, a apartar su mirada el bolchevismo y volverse hacia los sindicalistas y los anarquistas […] A partir del conflicto de julio de 1917, la táctica de los bolcheviques fue distinta: no impulsaban las huelgas, las frenaban, porque cada gran huelga tenía la tendencia a transformarse en un enfrentamiento decisivo cuando las premisas políticas no estaban todavía maduras. Sin embargo, en el curso de estos meses los bolcheviques siguieron colocándose a la cabeza de todas las huelgas que estallaron, a pesar de sus advertencias, esencialmente en los sectores más atrasados de la industria […] Si en ciertas condiciones los bolcheviques desencadenaron resueltamente huelgas en interés de la revolución, en otras condiciones, por el contrario, disuadieron a los obreros de entrar en huelga, siempre en interés de la revolución. En este campo, como en los demás, no existe ninguna receta preparada. La táctica de las huelgas para cada periodo se integra siempre a sus tácticas generales, y la ligazón de la parte y el todo está clara para los trabajadores de vanguardia.”[10]

Lejos de cualquier fetichismo del método, el bolchevismo actúa en base a análisis concretos de situaciones concretas y piensa los métodos de lucha acorde a este análisis. Es con esta lógica que Lenin escribió, por ejemplo, El Izquierdismo, enfermedad infantil del izquierdismo, donde discute el uso de la táctica parlamentaria, de la participación de los revolucionarios en sindicatos reaccionarios o de los acuerdos y compromisos con adversarios y enemigos. Incluso en un escenario tan convulsivo como la Revolución de 1917, conviene la flexibilidad táctica, siempre que se subordine a la estrategia: la conquista del poder por la clase trabajadora.

Pero hecha esta consideración, la valoración de la insurrección como arte, constituye una de las principales conquistas estratégicas de la revolución de 1917. Sin una disposición a planificar militarmente la toma del poder, en base a la disgregación del aparato estatal y la formación de milicias, la toma del poder hubiese sido imposible.

Ganar la mayoría y pasar a la ofensiva

Pero para realizar la insurrección, la clave es la preparación política. La insurrección, momento ofensivo de la revolución, requiere una preparación política. El bolchevismo defendió en 1917 un programa que empalmó con las masas: paz, pan y tierra, mientras el gobierno provisional no otorgó ninguna de las aspiraciones de las masas.

Durante todo el proceso esto fue clave para que los bolcheviques ganaran la mayoría. Lejos de un ultimatismo militarista, la clave fue la táctica que más tarde se denominaría frente único. Según Trotsky, cuando se produjo la asonada de Kornilov que pretendía destruir el bastión revolucionario, Petrogrado: “Qué curso tomó el Partido Bolchevique? No vaciló ni un momento a llegar a un acuerdo práctico con sus carceleros. Kerensky, Tseretelli, Dan, para luchar contra Kornilov. Por todas partes se crearon comités de defensa revolucionaria en los que los bolcheviques eran minoritarios, lo que no les impidió jugar un papel dirigente. Cuando existen acuerdos que tratan de desarrollar la acción revolucionaria de las masas, gana siempre el partido revolucionario más consecuente y decidido. Los bolcheviques estaban destruyendo las barreras que los separaban de los obreros mencheviques y, sobre todo, de los soldados socialrevolucionarios, para atraerlos tras de sí”.[11]

Una vez consolidada la victoria contra Kornilov, los bolcheviques plantearon la táctica de “abajo los ministros capitalistas” declarando que estaban dispuestos a renunciar a la insurrección si el gobierno expulsaba a los burgueses. El gobierno provisional se negó. Su papel no cambió: siguió usando a campesinos y obreros como carne de cañón de la guerra imperialista y sin entregar la tierra.

Pero los bolcheviques habían conquistado la mayoría de los soviets. Al calor de la defensa contra Kornilov se había expandido el armamento de los trabajadores. La Guarnición de Petrogrado le obedecía ahora al soviet y no al gobierno. Se formó el Comité Militar Revolucionario, dirigido por Trotsky. A través de una combinación entre una ofensiva estratégica: el crecimiento de la capacidad militar de revolución a través de las guardias rojas, la Guarnición, el Comité; y una defensiva táctica para garantizar la realización del Segundo Congreso de los Soviets y legalizar ahí el traspaso del poder a éstos en contra del gobierno provisional; se consuma la toma del poder, el 25 de Octubre, según el calendario de ese entonces. Esto fue con importantes crisis internas en el Partido Bolchevique, pues mientras Lenin y el ala izquierda eran partidarios de no esperar el Congreso para la insurrección otro sector como Zinoviev y Kamenev se oponían a ella. El escenario que finalmente se dio concordaba con el esquema propuesto por Trotsky, cubrir la insurrección con la legalidad soviética para aprovechar las ventajas de la defensiva en la ofensiva estratégica.

La principal lección de Octubre

“Ha quedado demostrado -escribe Trotsky en 1924- que, sin un partido capaz de dirigir la revolución proletaria, ésta se torna imposible. El proletariado no puede apoderarse del poder por una insurrección espontánea. Aun en un país tan culto y tan desarrollado desde el punto de vista industrial como Alemania, la insurrección espontánea de los trabajadores en noviembre de 1918, no hizo sino transmitir el poder a manos de la burguesía. Una clase explotadora se encuentra capacitada para arrebatárselo a otra clase explotadora apoyándose en sus riquezas, en su “cultura”, en sus innumerables concomitancias con el viejo aparato estatal. Sin embargo, cuando se trata del proletariado, no hay nada capaz de reemplazar al partido.”[12]

Después de las derrotas históricas como las que padecimos durante la ofensiva neoliberal, esta lección de Octubre es quizá la más importante. ¿Pues cómo vamos a darle un “valor de uso” a la rica experiencia de 1917 si no hay una organización que se disponga a pelear por los objetivos por los cuales pelearon los bolcheviques? Hoy, como ayer, seguimos viviendo en una sociedad capitalista que condena a la aplastante mayoría de la población a la miseria mientras un número reducido de empresarios se enriquece. La lucha de clases es una realidad. Construir un partido que pueda dirigir estratégicamente a la toma del poder a la clase trabajadora, es una tarea de actualidad.

  

[1] Trotsky, León; Imágenes de Lenin, Serie Popular Era, México, 1970, p. 11.

[2] Trotsky, León; Stalin, el gran organizador de derrotas, Ediciones IPS 2012, Argentina, p. 131.

[3] Trotsky, Lecciones de Octubre, El Yunque editorial.

[4] Para una discusión sobre el concepto de “restauración burguesa” y las contradicciones de éste proceso en el marco de la crisis capitalista, revisar “En los límites de la restauración burguesa” de Matías Maiello y Emilio Albamonte, disponible en http://www.ceip.org.ar/En-los-limites-de-la-restauracion-burguesa

[5] Una discusión sobre la complejidad de los ex Estados obreros deformados y cómo se preparó el terreno para los procesos de restauración, es la que hace Claudia Cinatti en “La actualidad del análisis de Trotsky frente a las nuevas (y viejas) controversias sobre la transición al socialismo”, disponible en http://www.ceip.org.ar/La-actualidad-del-analisis-de-Trotsky-frente-a-las-nuevas-controversias

[6] Harvey, David; Breve historia del neoliberalismo, Akal, 2015, España, p.48.

[7] Ídem, p. 15.

[8] Ídem, p.76.

[9] Nelson, Harold Walter; León Trotsky y el arte de la insurrección, Ediciones IPS, Argentina 2016, p. 190.

[10] Trotsky, León; La lucha contra el fascismo en Alemania, p. 195. Ediciones IPS, 2013, Argentina.

[11] Ídem.

[12] Trotsky, Lecciones de octubre, El Yunque editorial.


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