Reseña libros: ¿Superar el capitalismo sin lucha de clases?

Juan Valenzuela

El texto De la sociedad mercantilizada a la sociedad colaborativa, de Eduardo Titelman, desarrolla una concepción utópica según la cual sería posible superar el capitalismo a través de lo que el autor denomina la ética del Nos. Pero no de cualquier ética del Nos. La lucha de clases, para el economista se referiría a algo así como una “moderna versión de la ancestral pulsión que enfrentaba a violentas hordas”[1]. Se trataría de una versión “ideológica y contradictoria de la ética del Nos”[2], constituida en contraposición a enemigos: los beneficiarios del injusto sistema social que personificarían el mal.

Resulta llamativo el juicio que realizaba Eduardo Titelman G. en una columna de opinión publicada en junio de 2018: en las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2017 no existió ninguna propuesta político-programática que pretendiese conducir a una “sociedad futura profundamente mejor y estructuralmente superior a la sociedad en que vivimos”[3]. Sin duda, esta crítica es acertada cuando pensamos tanto en los partidos que constituían la Nueva Mayoría como el Frente Amplio: para ninguna de estas vertientes es deseable incluir la construcción de una sociedad poscapitalista o socialista en el programa político.

Titelman utilizó para su libro el subtítulo Ensayo sobre la superación del capitalismo e intentó esbozar los trazos de lo que sería una sociedad colaborativa. Hasta cierto punto, de por sí constituye un hecho llamativo que exista un intelectual que imagina una sociedad “sin propiedad privada de las unidades productivas y sin trabajo como mercancía”[4] y que use aquel subtítulo.

Pero, aunque Titelman proclame ese objetivo, resulta ineludible debatir cómo espera alcanzarlo. A nuestro modo de ver es en la interacción entre fines y medios que construye en su libro, donde revela el carácter utópico de su pensamiento. Titelman quiere superar el capitalismo, pero sin que la violencia y la fuerza cumplan el rol de “comadronas” de la nueva sociedad, sino a través de la empatía, que debe incluir a los sectores que el autor denomina la “clase gestora” que comprende tanto a “familias de gestores acomodados, cuyo ingreso per cápita mensual tiende a superar los 2.000 dólares, hasta las familias del 1% y el 0,1% más rico de la población.”[5]

Piensa que el fracaso de lo que denomina “movimientos antimercantilización del siglo pasado”, en especial a aquellos “inspirados en la concepción de la lucha de clases como motor de la historia, desarrollada por Karl Marx”[6] tiene que ver con esa distorsión de la ética del Nos. Discute contra la idea de una “moral subordinada a los intereses de la lucha de clases del proletariado” o la idea de un permitir “todo aquello que realmente conduzca a la liberación de los hombres”. Su texto compara las concepciones morales de Lenin y Trotsky con las de un Hoederer -personaje creado por Sartre en 1947, quien afirmaba: “Mentiré cuando haga falta (…) No aboliremos la mentira negándonos a mentir, sino empleando todos los medios para suprimir las clases. Todos los medios son buenos cuando son eficaces”[7]. Su balance es lapidario: “La penetración de la ética pragmatista maquiavélica en el alma de los movimientos antimercantilización, anticapitalistas -desvirtuando su sentido solidario y empático derivado de la ética del Nos– fue, pues, su principal talón de Aquiles. Fue la contaminación con la ética del declarado adversario en la disputa por la formación social -el mercado-, la que abrió las compuertas al fracaso de los movimientos anticapitalistas del siglo XX.”[8]

El filósofo marxista Daniel Bensaïd nos recordaba la definición de utopía realizada por Henri Lefebvre como el “sentido no práctico de lo posible”[9]. El texto de Eduardo Titelman puede incluirse perfectamente en esta definición. Cuando el autor intenta expresar los canales prácticos para la realización del proyecto que propone, elabora fórmulas cuya viabilidad es más que cuestionable: “la ética del Nos requiere llegar a prevalecer en la conceptualización multitudinariamente compartida de la realidad social concreta y vivencial, aunando numerosas voluntades hacia una acción transformadora mancomunada, conformando un movimiento social cuyas acciones, organizaciones y objetivos estén impregnados de esa ética” y que “tenga la capacidad real de superar las fuerzas sociales inerciales conservadoras, actualmente hegemónicas […] Para lograrlo, el movimiento solidario deberá ir construyendo un creciente archipiélago de instituciones e iniciativas de cooperación solidaria en el seno de la sociedad mercantilizada. Un foco en continua expansión […] distinta, centrada en la ética del Nos, que acabará prevaleciendo bajo la forma de una sociedad colaborativa”[10].

Acabará prevaleciendo. Tal vez todo el argumento podría concentrarse en este juicio. Titelman, como buen economista, intenta darle un soporte material a sus afirmaciones, y propone que ese archipiélago de cooperación solidaria esté constituido tanto por unidades productivas cooperativas como por otras sostenidas desde el Estado, que deberían superar en la práctica el “complejo de ineficiencia” que le infligió el neoliberalismo. Pero emerge una interrogante ineludiblemente: ¿de qué manera espera Titelman que los grandes grupos económicos chilenos o los capitales trasnacionales que actúan en el país acepten a su lado a un poderoso sector cooperativo o estatal con alta productividad y condiciones laborales superiores? Sin supuestos sobre la clase capitalista: por ejemplo, que es capaz de cambiar a través de un convencimiento ético, o sin una idealización de un programa de reformas sin lucha de clases, es imposible esperar que la clase dominante –“gestora”- asuma la ética del Nos que Titelman pone en el centro. Su texto está construido en base a esas premisas.

Titelman imagina con acierto que los “grandes avances” en “informática, las comunicaciones y las técnicas estadísticas […] hacen técnicamente factible y productivamente muy promisoria, una eficaz planificación económica democrática”[11], pero separa esa disquisición técnica de la cuestión del poder de clase. Hoy, la burguesía, no es capaz siquiera de hacer cuestiones tan básicas como coordinar racionalmente el flujo de cobre desde los grandes centros mineros a los puertos o producir energía sin perjudicar la salud de trabajadores y comunidades: ahí están el conflicto en Quintero y la contaminación en Antofagasta.

A diferencia de lo que imagina Titelman, cualquier conquista duradera es impensable sin un desarrollo de la lucha de clases. Que una cuestión tan básica como el “sueldo mínimo” se haya elevado apenas a $301.000 a contar de 2019 -para volver a discutirse recién en agosto de 2020-, no constituye un acontecimiento ineluctable. Es el resultado de la actuación de fuerzas políticas concretas que concluyeron en un acuerdo con el gobierno de Piñera: la “oposición” en sus variantes ex Nueva Mayoría o frenteamplista. Los cierres de fábricas y el leve incremento en la cesantía nos recuerdan que la clase dominante, a diferencia de nuestro autor, no siente asco a la hora de desplegar su lucha de clases. Y si el medio ambiente recae en las manos del Estado y los empresarios, el deterioro de la salud de cientos o miles se hace ineludible.

Las y los trabajadores -sujetos directamente interesados en elevar su salario en un país que se caracteriza por la baja paga y en defender sus puestos de trabajo-, aparecen en el texto sólo como objetos de una estratificación social pero no como sujetos potencialmente políticos[12].

En 2018, la actividad de la lucha de clases, su manifestación como fenómeno en la vida social del país, ha sido escasa. Esta “constatación” no se separa del análisis del papel que han cumplido las grandes organizaciones sindicales. No se ha desarrollado un frente único obrero defensivo en el país, con un programa contra los cierres, los despidos y la precarización del trabajo. Hay, hasta ahora, movilizaciones parciales. Pensar si la clase trabajadora avanza a constituirse como sujeto, no está separado para nosotros, de responder a estas cuestiones políticas.

Romper, precisamente, este reposo de la lucha de clases es una tarea crucial para quienes militamos en el marxismo revolucionario. De ahí que, nuestra reflexión acerca de la interrelación entre fines y medios sea radicalmente distinta a la que realiza Titelman. Porque para nosotros, si fines tan modestos como un sueldo mínimo de $450.000 o enfrentar la contaminación son inseparables del fortalecimiento de trabajadores y sectores populares a través de sus métodos de lucha y organización, con mayor razón la superación del capitalismo es imposible sin desarrollar la lucha de clases concentrando todas las fuerzas necesarias para derrotar a quienes lo sostienen. Por otro lado, cada vez que gremios y políticos neoliberales ponen el grito en el cielo frente a huelgas posibles o efectivas -como hizo el gobierno frente a Escondida- nos recuerdan que la lucha de clases sí existe al menos como una “amenaza” o una oportunidad -dependiendo desde donde se mire.

Más que un problema ético es un problema estratégico. Estamos hablando de una clase capitalista rapaz, que controla los hilos del poder político y militar. De una clase que gobierna con Piñera y que en su seno está dando a luz a sectores como Acción Republicana de José Antonio Kast, abiertos continuadores del pinochetismo, que están a la espera de “su momento”. Una clase que resistirá con golpes de Estado o represión, cada vez que sea necesario, cualquier cuestionamiento a su propiedad y su poder. Que el trabajo no sea mercancía ni las unidades productivas propiedad privada -intención declarada por Titelman- es algo que no ocurriría sin resistencia empresarial. ¿O hay que confiar toda la historia a la capacidad de persuasión de la ética del Nos?

El marxismo revolucionario en la tradición de Lenin y Trotsky desarrolló un amplio arsenal político-teórico acerca de los medios para conquistar una sociedad socialista alternativa al capitalismo. La apropiación por la III Internacional de la noción de estrategia -término proveniente de la terminología militar- implicó pulir un concepto de la lucha de clases que no se limitaba sólo a dar cuenta de su existencia como fenómeno social espontáneo que necesariamente conduce a la dictadura del proletariado, como aparece en Marx, sino que implicaba un factor subjetivo y de planificación de combates y articulación de éstos.

La clase trabajadora cuenta con una importante tradición de autoorganización: su creatividad ha sido abundante. Pero Eduardo Titelman quiere reducir todo a una cuestión ética. Y pese a que hace una lectura del fracaso de los “socialismos reales” y la burocratización en su texto, no es casual que no debata con la principal corriente que en el siglo XX combatió políticamente esa tendencia: el trotskismo. En su texto, Lenin y Trotsky, que eran enfáticos en la idea de que a las clases no se les puede engañar por medio de maniobras y que los métodos políticos y la moral deben ser coherentes con el objetivo de que emancipación de la clase trabajadora, son amalgamados con la imagen del burócrata ficcional Hoederer que justifica la mentira porque la sociedad está dividida en clases. Titelman termina en una especie de tecno-optimismo al profetizar el papel de los medios informáticos, estadísticos y de comunicaciones en una economía planificada. Al mismo tiempo, sustituye la discusión estratégica de cómo luchar por una disquisición a fin de cuentas moralista, resaltando valores como la empatía y la solidaridad. Por eso su sociedad colaborativa no es más que una utopía tras la cual los prosaicos objetivos de un Estado más activo aliado a un sector productivo privado, esta vez cooperativo, nos recuerdan a los mil veces ensayados y colapsados intentos desarrollistas, esta vez en una versión light y declaradamente gradualista, que declara abiertamente su rechazo a la idea de enfrentar a los capitalistas.

[1] Titelman, Eduardo; De la sociedad mercantilizada a la sociedad colaborativa, Santiago, ediciones El Desconcierto, 2017, p. 179

[2] Titelman, Eduardo; 2017, op.cit. p.179

[3] http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2018/06/07/es-el-mercado-hermana-o/

[4] Titelman, Eduardo; 2017, op.cit. p.194

[5] Titelman, Eduardo; 2017, op.cit. p.20

[6] Titelman, Eduardo; 2017, op.cit. p.179

[7] Titelman, Eduardo; 2017, op.cit. p.184

[8] Titelman, Eduardo; 2017, op.cit. p.184

[9] Bensaïd, Daniel; La política como arte estratégico, Madrid, Ediciones La Oveja, 2013, p. 24

[10] Titelman, Eduardo; 2017, op.cit. p.189

[11] Titelman, Eduardo; 2017, op.cit. p.195

[12] Titelman, Eduardo; 2017, op.cit. p.27


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