La sublevación de los gilets jaunes y los aires prerrevolucionarios de la situación francesa

Juan Chingo. Corriente Comunista Revolucionaria. Francia

 

El tsunami político y social que implica la sublevación espontanea de los Gilets Jaunes (chalecos amarillos) expresa claramente que estamos ante una situación transitoria en la que la se abren brechas por arriba que podrían permitir que la bronca del movimiento de masas entre con fuerza, abriendo una situación pre-revolucionaria en Francia.

 

Después del 17 de noviembre la situación de Francia ha cambiado abruptamente: la irrupción espontanea de una franja considerable de las masas en escena, como no se ha visto en décadas, ha trastocado no sólo al gobierno, sino a todas las mediaciones políticas y sindicales. Como dice preocupado el director del diario liberal L’Opinion:

«Francia baila sobre un volcán. Sabremos en algunos días, al final de las movilizaciones del sábado y las primeras concentraciones con los Gilets Jaunes [Chalecos amarillos], si puede evitar la explosión. Por el momento, hay de que estar inquietos. El discurso de Emmanuel Macron sobre el plan de energía no alcanzó sus objetivos, el apoyo de los franceses a los Gilets Jaunes no disminuyó, y ninguna de las broncas que se fueron sumando durante semanas se han apaciguado”.

Pero este cambio brusco de situación, lejos de ser un rayo en cielo sereno, es producto de contradicciones profundas que se vinieron acumulando en los últimos años y que por eso mismo no son de fácil solución.

Una fuerte crisis de la autoridad estatal

Muy contra la corriente, habíamos anticipado al inicio de su mandato, que el macronismo era un bonapartismo débil, y que la imagen de fuerza que aparentaba no resultaba de su fortaleza orgánica, sino que paradójicamente era una expresión de la crisis orgánica del capitalismo francés que en su necesidad de adaptarse hasta el final a la mundialización neoliberal había derrumbado todo el viejo sistema político y dejado momentáneamente un vacío que el macronismo había sabido ocupar.

Ya antes de las vacaciones, a pesar de la derrota de la huelga ferroviaria que sin embargo mostró una gran determinación de los trabajadores dilapidada por la acción traidora de las direcciones sindicales, señalábamos el desgaste prematuro del presidente y la pérdida importante de su capital político en sectores de la población que al menos hasta ese entonces lo toleraban. Proceso de pérdida de legitimidad que pegó un salto con el affaire Benalla y al comienzo de septiembre con la salida de dos ministros de estado y personalidades centrales de su gobierno: Nicolas Hulot, quien actuaba como caución de izquierda sobre las cuestiones ecológicas y Gérard Collomb. La salida de este último, alcalde de Lyon, que había sido de los primeros en apoyar al presidente, es un síntoma de la forma en que la burguesía provincial está abandonando a Macron.

Frente a esta deconstrucción del poder macroniano, confrontado a la fragilidad de su base social inicial afirmábamos en septiembre que se abría “… una nueva situación distinta a la situación no revolucionaria que caracterizó la primera parte de su mandato…. Una situación transitoria en la que la se abren brechas por arriba que podrían permitir que la bronca del movimiento de masas entre con fuerza, abriendo una situación pre-revolucionaria”. El tsunami político y social que implica la sublevación espontanea de los Gilets Jaunes (GJ) confirman esta previsión.

En términos gramscianos podríamos decir que estamos en las premisas de un proceso de agudización de la crisis orgánica por el pasaje de golpe de “vastas masas”[…] de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto inorgánico constituyen una revolución”. Para el marxista italiano ese tipo de proceso tiene su origen en una crisis de hegemonía, es decir: “Los viejos dirigentes intelectuales y morales de la sociedad sienten que se les hunde el terreno bajo los pies, se dan cuenta de que sus “prédicas” se han convertido precisamente en “prédicas”, es decir, en algo ajeno a la realidad, en pura forma sin contenido, en larva sin espíritu; de aquí su desesperación y sus tendencias reaccionarias y conservadoras: la forma particular de civilización, de cultura, de moralidad que ellos han representado, se descompone y por esto proclaman la muerte de toda civilización, de toda cultura, de toda moralidad y piden al Estado que adopte medidas represivas, y se constituyen en un grupo de resistencia apartado del proceso histórico real, aumentando de este modo la duración de la crisis, porque el ocaso de un modo de vivir y de pensar no puede producirse sin crisis”.

Eso es precisamente lo que se ve hoy, no solo en las predicas vacías de los medios de comunicación y sus opinólogos, sino centralmente en la suerte de Macron mismo: el presidente ahora es rechazado por alrededor el 80% de la población. Todo un logro para un poder cuya única fuerza o “legitimidad” se basaba en superar la crisis de representatividad de los partidos tradicionales, con el agravante de que ese mismo 80% de la población apoya a un movimiento espontaneo que entona cantos por la renuncia del presidente mientras arma barricadas el el corazón de París.

La crisis de hegemonía se expresa así en el hecho de que determinadas clases no se reconocen más en la vida estatal, se separan de los grupos dirigentes dados, pero al mismo tiempo todavía no logran imponerse como nuevas clases hegemónicas. Este es el marco general en el que emerge el movimiento de los GJ.

El despertar revolucionario del “bas peuple”

Si bien la chispa que disparo el movimiento ha sido el aumento de los impuestos sobre los combustibles, hoy estamos frente a un movimiento popular amplio, que, a pesar de su heterogeneidad, sobre la cual volveremos, se está radicalizando y cuestiona hoy de conjunto la política del gobierno e incluso algunos aspectos del régimen.

Lo más subversivo del levantamiento de los GJ son sus métodos radicales así como la expresión abierta de sus sufrimientos que resuena más allá de los GJ, como expresa el apoyo amplísimo de la población que ha crecido incluso después de las imágenes de violencia del 24 en contra de lo que esperaba el gobierno y la gran mayoría de los políticos del régimen.

Por primera vez en Francia, una decisión de bloqueo surgida desde abajo, que escapó a los controles del gobierno y los sindicatos, así como los partidos de izquierda y de extrema derecha, fue efectiva sin concertación previa con las autoridades municipales o sindicales del territorio. Un ejemplo de la actitud subversiva y contraria a la domesticación tan característica de las acciones rutinarias de los sindicatos o de los partidos de izquierda es el hecho de que se haya impuesto el 24 de noviembre una marcha en los Campos Elíseos, en un claro desafío a la prohibición explícita de las autoridades del Estado.

Esta marcha en la “avenida mas hermosa del mundo” y las barricadas mediante las cuales se impuso, son un hecho jamás visto en la historia de Francia, donde en 1968 los enfrentamientos se dieron en la Rive Gauche y en los años 1930, el putsch fascista del 6 de febrero de 1934 fue limitado a la Place de la Concorde. El amplio apoyo da cuenta de una identificación de amplias masas con la cólera de los GJ, quienes como dice un editorialista del conservador Le Figaro luego de la derrota política del gobierno en la jornada del 24 en toda Francia y en especial en París, se han convertido en un símbolo:

“Una vez que las imágenes se calmaron, el sentimiento de un impasse peligroso puede instalarse. Los gilets jaunes ya se convirtieron en un símbolo. Y es a ese símbolo el que una mayoría de franceses parece delegar el poder de oír mejor del Señor Macron”.

Ligado a estos dos aspectos centrales, y a pesar del carácter heterogéneo del movimiento, el nivel de politización y capacidad de expresión de la gran mayoría de la gente que ha sido entrevistada y a menudo presentados como gente bruta de la periferia o del campo, a diferencia de las elites educadas de las grandes ciudades, es sorprendente. Como dice el gran historiador Gerald Noiriel:

«Lo que golpea, en el movimiento de los gilets jaunes es la diversidad de sus perfiles, y especialmente el gran número de mujeres, aunque anteriormente la función de voceros estaba más frecuentemente reservada a los hombres. La facilidad con la que los líderes populares se expresan hoy ante las cámaras es una consecuencia de una doble democratización : el aumento del nivel de estudios y la penetración de las técnicas de comunicación audiovisual en todos los sectores de la sociedad. Esta competencia es completamente negada por las elites en la actualidad, y es lo que refuerza el sentimiento de desprecio en el seno del pueblo».

Junto con estos diversos aspectos ampliamente radicales, se desprenden otras dos características, una que surge de su composición social y otra que es expresión aguda de la crisis orgánica planteada más arriba.

En relación al primer elemento, el movimiento de los GJ está formado mayoritariamente por la clase obrera blanca que se pauperiza producto de la desindustrialización relativa de Francia desde 1980. De la misma manera, está compuesto por emprendedores, de profesiones independientes así como en menor medida pequeños patrones, es decir, sectores que forman, podríamos decir, una clase media empobrecida. La crisis de 2008/9 ha hecho pegar un salto a este proceso, dando lugar a lo que el sociólogo Eric Maurin llamaba en un pequeño libro “El miedo al desclasamiento”, esto es: «Esta angustia sorda, que siente un creciente número de franceses, se basa en la convicción que nadie está asegurado, que todos y cada uno corren el riego de perder su empleo en cualquier momento, su salario, sus prerrogativas, en una palabra, su status. Las crisis, al hacer esta amenaza más tangible, lleva esta ansiedad a su paroxismo».

A esta realidad estructural se agrega la total invisibilización del campo político de las clases populares que implicó la emergencia del bloque burgués que apoya el gobierno, a diferencia de los dos partidos tradiciones de derecha e izquierda que han gobernado Francia en la últimas décadas. El diario Le Monde señala que Macron ha llevado el desprecio de las clases dominantes hacia las clases populares al paroxismo: «La otra gran queja es el sentimiento de no contar, de ser tomado por «mierda» por los líderes políticos”.

De esta base social interclasista que va desde una gran mayoría de sectores de la clase obrera pero que, como consecuencia del retroceso de la organización y de la conciencia del movimiento obrero sumado a la actitud conciliatoria con el régimen de las organizaciones sindicales, no se identifican como proletarios, pasando por los emprendedores a las características más pequeñoburguesas de los sectores de la clase media arruinada, surge el carácter heterogéneo de las reivindicaciones sociales de este movimiento, que van desde reclamos claramente progresistas como el aumento del salario mínimo, por la anulación de la tasa carbono y otros impuestos indirectos, a otros más ambiguos, como la baja de las cargas patronales.

El segundo elemento es abiertamente progresista y son las profundas aspiraciones democráticas que expresan y plantean los GJ, una crítica radical a toda delegación de poder y desconfianza profunda de la práctica del mismo. Por ejemplo, es total novedad que las dos delegaciones de GJ que ha sido recibidos por el ministro de ecología y por el primer ministro (una expresión de la debilidad del gobierno en su intento de desarmar la cólera) exijan que las negociaciones sean transmitidas en directo vía Facebook.

Junto con esto en su pliego de reivindicaciones se expresan toda una serie de demandas que van desde la supresión del Senado, que los funcionarios ganen un salario un poco mayor del salario mínimo, es decir, una desconfianza de los cuerpos constituidos, y una aspiración a que la ley se haga y se aplique por ellos mismos.

Como dice el mismo Noiriel: «La desconfianza popular de la política parlamentaria ha sido una constante en nuestra historia contemporánea. La voluntad de los «chalecos amarillos» para evitar cualquier recuperación política de su movimiento se inscribe en la prolongación de una crítica recurrente de la concepción dominante de la ciudadanía. La burguesía siempre ha favorecido la delegación de poder: «Vota por nosotros y nosotros nos encargamos de todo». Sin embargo, desde el comienzo de la Revolución Francesa, los sans-culottes rechazaron esta desposesión del pueblo, defendiendo una concepción popular de la ciudadanía basada en la acción directa. Una de las consecuencias positivas de las nuevas tecnologías impulsadas por Internet es que pueden reactivar esta práctica de ciudadanía, facilitando la acción directa de los ciudadanos»

Este aspecto democrático radical profundo va al choque de la defensa de la V República y sus mecanismos ultra presidencialistas pregonados por la derecha, aceptados y legitimados desde 1981 por Mitterrand y la izquierda del PS y que son abiertamente reivindicados por la extrema derecha del RN. Digamos al pasar que en este aspecto los GJ no sólo son más avanzados que todos los políticos burgueses del régimen imperialista, sino lamentablemente de la extrema izquierda, que ya sea por su obrerismo y/o sindicalismo, no comprende la importancia revolucionaria de estas demandas por hacer avanzar la lucha por un poder de los trabajadores.

¿Un bloque anti burgués en formación? El carácter canallesco de las direcciones del movimiento obrero

La combinación de la debilidad de los sindicatos para encuadrar la cólera social y la presencia de un poder rígido como fue el caso de 1968, hace temer a la apertura de un periodo ultra convulsivo para la burguesía. El lamento por los llamados “cuerpos intermedios” es la manifestación de este peligro de lo que los GJ son su primera manifestación, pero probablemente no la única en los meses y años por venir, donde el poder central sobre el que descansa todo la pirámide de poder de la V República, es decir, la presidencia Macron está ultra expuesta y aislada. Ya Alexis Tocqueville, en El Antiguo Régimen y la Revolución, da cuenta de este reflejo del poder cuando adviene una crisis y «el gobierno central se asusta de su aislamiento y de su debilidad; querría hacer renacer para la ocasión las influencias individuales de las asociaciones políticas que ha destruido; las llama a su lado, nadie viene y se asombra de encontrar muertos a aquellos que el mismo quitó la vida».

Por otra parte, la reacción ultra conservadora y hostil del conjunto de las direcciones sindicales, desde la abiertamente colaboracionista CFDT y su patrón Laurent Berger, hasta la “combativa” CGT y su seguidista de izquierda SUD es una muestra elocuente del temor de estos a ser pasados por encima por la base, a la vez que su rechazo a llamar a una movilización amplia y política que plantearía la cuestión del poder. El miedo a que la bronca de los millones de asalariados de las pequeñas empresas, a menudo dejados de lado por las organizaciones sindicales, pueda contagiar a los trabajadores sindicalizados con más experiencias pero incapaces durante años de sobrepasar a las dirección sindicales más allá de su mayor combatividad por la ausencia de una estrategia alternativa a las mismas, es lo que explica la actitud abiertamente divisionista de la dirección de la CGT.

Esta actitud de las direcciones sindicales es criminal pues es precisamente en ausencia de una intervención determinada de las organizaciones del movimiento obrero, basándose en las ambivalencias en especial en el plano socioeconómico de los GJ, que la derecha o la extrema derecha podrían avanzar. Pero contra toda caracterización ya hecha de un fenómeno en gestación del tipo de M5S italiano que confunde un movimiento nacional espontaneo con un movimiento estructurado surgido por arriba o peor aún que confunde este movimiento con la acción ampliamente premeditada de grupos de extrema derecha el 6/2/1934, nada de esto está dicho de antemano. Es de esto lo que da cuenta Bruno Amable, quien se pregunta en su columna en Libération, denominada “Vers un bloc antibourgeois? (¿Hacia un bloque antiburgues?) … “¿Y si la cólera de los «chalecos amarillos» pusiera en cuestión especialmente la transformación neoliberal radical impuesta por el gobierno? «. Y agrega que: «… ¿el movimiento de «chalecos amarillos» representa el primer paso en la constitución de tal bloque? Bajo reserva de estudios más profundos, parece que la composición del movimiento, las clases populares y las «pequeñas» clases medias, es la adecuada. Pero la constitución de un bloque social supone una estrategia política, particularmente en su dimensión económica. Es la respuesta a esta pregunta la que determinará la verdadera naturaleza del movimiento de los «chalecos amarillos»: una manifestación reaccionaria, como puede ser el Tea Party en los Estados Unidos o Pegida en Alemania, o el comienzo de la convergencia de luchas tan esperadas desde el Nuit debout” .

Contra el derrotismo objetivista que pesa hoy sobre gran parte de la izquierda y que es la base de su actitud mayoritariamente abstencionista, tiene razón Amable en que la evolución del movimiento actual esta totalmente en abierto y puede evolucionar a izquierda o a derecha. El caracter confuso y heterogéneo del movimiento de los GJ no es una excepción sino más bien la regla cuando se trata del paso a la acción de sectores de masas, aún más cuando esto se da tras un largo periodo de retroceso ideológico. A los revolucionarios nos tocara probablemente intervenir en otros procesos de estas características y lo peor que nos puede pasar es que nos asustemos de la confusión, inmadurez o incluso de los prejuicios reaccionarios de las masas. Como decía Trotsky, en un texto incluso frente a un proceso revolucionario abierto, como fue la Revolución española, donde él señala un cierto número de paralelismos y oposiciones con la misma Rusia de 1917, esa madurez era aún relativa, lo que no impidió su triunfo, ya que:

«La victoria no es el fruto maduro de la «madurez» del proletariado. La victoria es una tarea estratégica. Es necesario utilizar las condiciones favorables de una crisis revolucionaria a fin de movilizar a las masas; tomando como punto de partida el nivel determinado de su «madurez», es necesario empujarle a ir hacia adelante […] Igual de abstracta, pedante y falsa es la referencia a la «falta de independencia» del campesinado. ¿Dónde y cuándo ha visto nuestro sabio en una sociedad capitalista, un campesinado con un programa revolucionario, independiente o una capacidad independiente de acción revolucionaria? […] Para que toda la masa campesina se sublevara, habría sido necesario que el proletariado diese el ejemplo de un levantamiento decisivo contra la burguesía e inspirase a los campesinos confianza en la posibilidad de la victoria. En cambio la iniciativa del propio proletariado era paralizada a cada momento por sus propias organizaciones».

Por una política hegemónica de la clase obrera y una alianza obrera y popular contra Macron y su mundo

Ya hemos planteado en un artículo anterior cómo la política de comités de acción locales que engloben a sindicalizados y no, GJ, sindicalistas, estudiantes combativos y jóvenes de los barrios populares puede actuar de palanca para hacer volar por los aires el obstáculo conservador que son los aparatos sindicales en manos de la burocracia.

Frente al movimiento actual y contra todo normativismo, hay que escapar como de la peste de toda visión propagandista o profesoral típica a muchísimos sectores de la extrema izquierda, que se hacen una imagen ideal o abstracta de la lucha de clases, exigiendo una clase obrera pura cortada de todas las otras clases consideradas como forzosamente reaccionarias. La izquierda revolucionaria si no quiere ser testimonial frente a los acontecimientos debe inspirarse en la audacia estratégica de Trotsky que sin diluirse en el movimiento real pero sin quedarse al margen del movimiento vivo de las masas, adaptaba su estrategia obrera a una táctica llamando a formar comités de acción del frente Popular en 1935, esto es antes de que el mismo arribara al poder. Allí Trotsky planteaba:

“Cada grupo de población que participe realmente en la lucha en una determinada etapa, y que esté dispuesto a someterse a la disciplina común debe influenciar con igual derecho, en la dirección del “Frente Popular». Cada grupo de doscientos, quinientos o mil ciudadanos que se adhieren al “Frente Popular” en la ciudad, el barrio, la fábrica, el cuartel o el campo, junto a las acciones de combate, debe elegir su representante en los comités de acción locales. Todos los participantes de la lucha se comprometen a reconocer su disciplina”.

Viendo en estos un útil medio para la alianza de clase revolucionaria con la pequeña burguesía decía: “Es verdad que pueden participar en las elecciones de los comités de acción, no solamente los obreros, sino también los empleados, los funcionarios, los veteranos, los artesanos, los pequeños comerciantes y los pequeños campesinos. Es de este modo que los comités de acción pueden ser el mejor instrumento para las tareas de la lucha por conquistar la influencia sobre la pequeña burguesía. Pero, por el contrario, hacen extremadamente difícil la colaboración de la burocracia obrera con la de la burguesía”.

Esto último era en realidad el objetivo central de tal táctica ya que «La primera condición para esto: comprender uno mismo claramente el significado de los comités de acción, como el único medio de quebrar la resistencia contrarrevolucionaria de los aparatos de los partidos y sindicatos».

Una política estratégica como esta puede permitir superar el principal obstáculo que es la política de las dirección sindical para que la lucha de los GJ, se generalice a los sectores centrales de los ciudades como los estudiantes y los jóvenes de los barrios populares, y fundamentalmente a los batallones centrales del proletariado, qué por su posición estratégica pueden paralizar la producción y doblegar el poder de Macron y de la burguesía.

Contra todo atajo que pasa por alto la importancia estratégica del proletariado de las grandes fábricas y servicios o peor aún contra los que ya condenaron a un museo a la clase obrera, o se limite a un mero bloque anti burgués ya sea de izquierda o populista en el terreno electoral totalmente impotente para derrotar a Macron y la burguesía, solo una estrategia de este tipo puede aportar una salida progresiva al proceso en curso.


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