Apuntes sobre vanguardia obrera, lucha de clases y partido revolucionario (II)

Lester Calderón

Juan Valenzuela

 

I

 

Si la definición teórica de la clase obrera como sujeto de la revolución -crucial para el marxismo revolucionario-, deriva de su fuerza objetiva ligada a las condiciones materiales de su existencia, la traducción práctica de esta definición resulta mucho más compleja: su realización depende de una lucha política y fraccional incesante en su interior y con los partidos de la clase dominante y de las dinámicas de la lucha de clases con sus flujos y reflujos. La clase trabajadora no es un sujeto transparente que se mira a sí mismo. Es en la lucha de clases y sus sinuosidades políticas que se juega su constitución como sujeto.

¿Es viable entender hoy a la clase obrera como sujeto revolucionario? Separémonos primero, cualquier comprensión dogmática de clase trabajadora: para nosotros agrupa a todos aquellos que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario que impide cualquier acumulación de capital.

“Los trabajadores industriales -argumentaba dos décadas atrás el sociólogo Zygmunt Bauman- son ahora la parte de la población que más rápido se está reduciendo. Se proyecta que dentro de una generación serán reducidos al tamaño del trabajo agrícola a principios de siglo. Los empleados que han desplazado a los tradicionales obreros industriales son transitorios, desorganizados, dispersos y sin especialización, inverosímiles candidatos para gobernar una sociedad racional”[1]. Hoy en día, intelectuales como Carlos Ruiz, hacen eco de estas teorías de la desestructuración para delimitarse de la “izquierda tradicional”[2]. Por nuestra parte, rehuimos de cierto dogmatismo que habla de “clase obrera” homologándola al sector industrial, nos diferenciamos de los neoliberales que tratan de argumentar la configuración de una sociedad integrada sólo por individuos y nos delimitamos en el terreno de las ideas de quienes concluyen precipitadamente que los cambios en su “fisonomía estructural” o “cultural” implican su desestructuración como sujeto capaz de apostar a gobernar.

 

Ahora bien, asumiendo su existencia, la realidad subjetiva, la percepción o la organización de todo este colectivo de obreros, es una tarea ardua: existe una clase obrera fragmentada, dividida, sublimada por las derrotas impuestas por la dictadura militar y el neoliberalismo, eso es innegable. La discusión acerca de cómo transformarla en un sujeto político es ineludible.

Desde acá, nos hacemos una pregunta. Si en el ciclo huelguístico 2013-2015 actuaron los batallones estratégicos del movimiento obrero ¿por qué hoy en día no existe una organización política que se ubique desde una óptica de clase? Esto se relaciona con el hecho de que el ciclo huelguístico no terminó de forjar a un sector de vanguardia.

II

El marzo huelguístico en 2013

El último ciclo de huelguístico iniciado el 2013 tuvo como protagonistas a los trabajadores de sectores que ocupan posiciones estratégicas en Chile: nos referimos a los trabajadores forestales, mineros y portuarios, ubicados en las entrañas de la economía chilena. Según el historiador norteamericano John Womack, las posiciones estratégicas “son aquellas que les permiten a algunos obreros detener la producción de muchos otros, ya sea dentro de una compañía o en toda la economía.”[3] Emilio Albamonte y Matías Maiello en su libro Estrategia socialista y arte militar, escriben acerca de las posiciones estratégicas que por su poder de fuego, también son capaces de obtener concesiones de parte de la burguesía. Este corporativismo es el fundamento más estable –más allá de la compra directa o corrupción de los dirigentes– de la fragmentación y diferenciación social del proletariado con la que opera la burocracia sindical.” Concluyen que “es en el contrapunto entre lucha sindical y lucha política, entre sectores organizados y desorganizados, entre la acción de masas y sus direcciones, donde se juega el valor concreto de las posiciones estratégicas y en definitiva, de la fuerza obrera en su conjunto, es decir su fuerza estratégica propiamente dicha.”[4]

Recordemos que el 15 de marzo de 2013 empezó una huelga de 8.000 trabajadores de planta y casi 20.000 subcontratistas organizados en la CTF, la FOFOCON, la FENATRAF de Ñuble, la FENATRAMACH de Yungay y la FETRAFORSUR de Valdivia[5], ante la necia negación de las empresas forestales de negociar un petitorio de demandas que incluía un incremento salarial para todos los trabajadores, ante el alza del costo de la vida, intentando frenar una ola de despidos en las empresas contratistas.

También en el mes de marzo, el 23, en protesta por la muerte de un trabajador, la FTC que organiza a 18.000 mineros de planta de Codelco, organizó un paro en la mina Radomiro Tomic. La FTC, el 3 de abril comienza una paralización de 24 horas, demandando la renacionalización del cobre y denunciando las condiciones de trabajo y la extensión de la subcontratación por parte de Codelco.

Equivalente proceso de movilizaciones, realizaron los contratistas de Codelco agrupados en la CTC, anunciando una futura paralización si Codelco no aceptaba el fin de la subcontratación, la renacionalización del cobre, mejoras en las remuneraciones y en las condiciones de trabajo establecidas en el Acuerdo Marco firmado el 2007 con Codelco y las empresas contratistas.

Por último, el 15 de marzo de 2013 los portuarios de Mejillones comenzaron un proceso de paralización, demandando media hora de colación. 15 días después se activó un paro en solidaridad de la Unión Portuaria que se extendió a nivel nacional.

Los representantes de los empresarios de la Sociedad Nacional de Agricultura SNA llamaron al gobierno a invocar la Ley de Seguridad Interior del Estado. La administración de Piñera se vio obligada a intervenir con una mesa de negociación para descomprimir el conflicto, que luego de nuevas movilizaciones y la derrota de los portuarios de Mejillones, derivarían en la ley corta portuaria.

Camilo Santibáñez y Franck Gaudichaud reflexionan acerca de la utilización de las “posiciones estratégicas” por los portuarios, señalando que aquéllas “son el resultado de una tensión laboral intrínseca e histórica, que no está predeterminada por la sola vulneración taxativa del tráfico portuario, más que en la medida que tales obreros consiguen efectivamente provocarles trombosis al flujo productivo: el que es asequible de bloquear inicialmente, pero menos fácil de mantener en dicha condición, siendo este último el verdadero garante de la fuerza obrera.”[6] Agregan que “constatada la vulnerabilidad huelguística del tráfico en los frentes de atraque, el empresariado portuario y exportador no solo parece haber obtenido conclusiones propias, sino también una mejor determinación, respecto de qué hacer con las mismas.”[7]

Intentando explicar la derrota del proceso, los autores escriben que “en el dorso de esta persistencia, como se dijo, la incidencia práctica de la asimilación de la propia condición estratégica hacia el 2014, por parte de los obreros portuarios que habían asumido conflictos laborales al alero de la Unión Portuaria, había probado tener serias deficiencias. Básicamente una confusión entre posición estratégica e imbatibilidad. En efecto, el error en Mejillones había sido no conseguir la unidad en el propio puerto, para asegurar la paralización que le reportaba la referida posición.”[8]

No se consiguió la unidad. Se confundió “posición estratégica e imbatibilidad”. ¿Por qué ocurrió esto? Un problema subvaluado por los autores es el rol que cumplieron las burocracias sindicales: mantuvieron una separación corporativa entre los sectores de la clase trabajadora que salieron a la lucha en 2013. Por ejemplo, la FTC y la CTC no desarrollaron un plan común para combatir el subcontrato y para instalar una campaña por la renacionalización del cobre, cuestión que podría haber encontrado eco teniendo en cuenta que en ese momento aun persistía el ciclo de lucha estudiantil que se había abierto dos años antes. Recordemos que la FTC era dirigida en ese entonces por el Partido Socialista y la CTC por el Partido Comunista, que luego se asociarían en la Nueva Mayoría. El PC también tenía peso entre los trabajadores forestales -a través de la CTF- que consiguieron un aumento salarial. Estaba planteado que estos conflictos escalaran a lo político. ¿En qué sentido? En el sentido de que si se hubiesen coordinado su fuerza podría haberse incrementado lo suficiente como para cuestionar pilares que estructuran las relaciones de explotación en Chile: desde el subcontrato hasta la propiedad minera o portuaria. Con un movimiento estudiantil aun en la escena, eso podría haber tenido eco y haberse transformado en nuevas alianzas. Eso iba de la mano de la pelea por un frente único obrero, es decir, por coordinar las filas obreras en la lucha de clases, desarrollar la autoorganización de los trabajadores, tras un programa de acción común. El desarrollo de la política hasta nuestros días no habría sido el mismo. En este ciclo se reveló el enorme potencial que tiene el movimiento obrero y la clase trabajadora de las posiciones estratégicas. Pero también se reveló que eso no basta si no existen factores subjetivos que desarrollan ese potencial, lo que necesariamente va de la mano de enfrentar a la burocracia que divide las filas obreras. Eso es imposible sin un partido revolucionario de la clase trabajadora que actúe con un programa socialista en los grandes centros laborales y entre la juventud y el movimiento de mujeres.

 

Reflexionar sobre los límites que tuvo este ciclo de huelgas es útil para encarar las tareas de construcción de una izquierda socialista en nuevas circunstancias.

NOTAS

[1] Zygmunt Bauman, en La invención y la herencia. Cuadernos ARCIS – LOM, Santiago, 1996. p. 32

[2] Por ejemplo, en De nuevo la sociedad.

[3] John Womack, Posición estratégica y fuerza obrera. Hacia una nueva historia de los movimientos obreros, México, FCE, 2017.

[4] Albamonte, Emilio; Maiello, Matías; Estrategia socialista y arte militar, Ediciones IPS, 2017, Buenos Aires, p. 83.

[5] http://diario.latercera.com/edicionimpresa/arauco-se-enfrenta-a-la-mayor-movilizacion-de-subcontratistas-en-dos-anos/

[6] Camilo Santibáñez y Franck Gaudichaud, «Los obreros portuarios y la idea de ‘posición estratégica’ en la postdictadura chilena (2003-2014)» op.cit. p.329. En Trabajadores y Trabajadoras; Proceso y Acción Sindical en el Neoliberalismo Chileno. José Ponce, Camilo Santibáñez, Julio Pinto. – América En Movimiento

[7] Camilo Santibáñez y Franck Gaudichaud, «Los obreros portuarios y la idea de ‘posición estratégica’ en la postdictadura chilena (2003-2014)» op. Cit. P. 331. En Trabajadores y Trabajadoras; Proceso y Acción Sindical en el Neoliberalismo Chileno. José Ponce, Camilo Santibáñez, Julio Pinto. – América En Movimiento

 

[8] Ídem.


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