La ilusión retrospectiva del Frente Amplio

 

Juan Valenzuela

El sociólogo frenteamplista Alberto Mayol y el licenciado en historia Andrés Cabrera -de la fundación Crea, referenciada en Nueva Democracia, también del FA- publicaron hace poco más de dos semanas un libro en el que analizan al nuevo conglomerado político. Entre otras importantes cuestiones se refieren a su relación con el 2011 en tanto acontecimiento, a su papel actual en la política y a sus posibles desarrollos.

El lanzamiento del libro -terminado en enero-, no fue tomado por la mesa del Frente Amplio como un hito del conglomerado. Evitaron darle un “aval”, señaló Mayol en La Segunda. Se trataba de evitar que parezca algo así como El Libro del Frente Amplio. Por esa razón tampoco asistió a su presentación Beatriz Sánchez.

Aun así, según el sociólogo “es la primera obra sobre la historia y el proceso político que implica la creación del FA”. Se refiere al texto como una obra académica. Aunque no deja de ser cierto que la escritura de aquél se asume desde un posicionamiento político determinado al interior del FA: Mayol, en varios pasajes del libro, se refiere a la exclusión que sufrían Ukamau, Socialismo Allendista e Izquierda Cristiana de la Mesa Nacional del FA, y al papel que cumplió él mismo en “abogar por la incorporación de estas fuerzas”. Explica como ofreció una articulación instrumental a través del Movimiento Democrático Popular, para conseguir la representación en la mesa, lo que se logró recién después del famoso incidente con Natalia Castillo, Giorgio Jackson y Revolución Democrática a partir de la disputa por un cupo en el Distrito 10, que el texto narra con bastantes detalles.

Es desde esa misma óptica que el libro toma una postura determinada en relación a lo que el FA representa en el espectro político. Marcando distancia con la posición bastante difundida de que el conglomerado no es ni de izquierda ni de derecha, Mayol y Cabrera señalan que el 19 de noviembre el FA era, “en términos de propuestas, el infierno de los empresarios y del viejo orden. El Frente Amplio reivindicaba el fin de las AFP, el cambio a un seguro público de salud universal, la Asamblea Constituyente, la educación gratuita universal, la condonación del Crédito con Aval del Estado, legitimaba las expropiaciones y promovía la existencia de un sistema tributario ostensiblemente menos favorable a los más ricos. Es decir, a poco de las elecciones era muy evidente que el Frente Amplio era una fuerza disidente y orientada a cambiar el modelo o, para decirlo con la palabra que a ratos resultaba prohibida, era obvio que el Frente Amplio era de izquierda”.

Sin embargo, en la “hora uno” del Frente Amplio, con Piñera recién instalado en el gobierno y los parlamentarios ensayando sus primeros lineamientos legislativos, podemos abrir la pregunta ¿continúa el FA siendo en términos de propuestas “el infierno de los empresarios y del viejo orden”? Mayol y Cabrera abren sus páginas diagnosticando que nadie “puede dudar hoy que el Frente Amplio surfea la ola correcta, o al menos, una ola que existe” y más adelante -en el mismo espíritu de transformar lo factual en justificación de una necesidad política- señalan que “se torna real lo que era una fantasmagoría. No es un fantasma el que recorre Chile, es un hecho duro como el suelo que usted pisa (…). La idea de malestar con el modelo era ante todo una discusión académica y carecía de carne. Hoy es simplemente evidente, se manifiesta en el hecho, incomprensible a primera vista, que hayan sido electos Diputados y un Senador cuyo principal atributo frente a la opinión pública es no pertenecer a las elites, no ser conocidos, no tener nada más que la impronta de una coalición que además tiene un año.” Teniendo en cuenta esto, podríamos abrir la siguiente pregunta: ¿acaso el gesto de Gabriel Boric, Natalia Castillo o Jorge Sharp de hacerse parte de las comisiones “prelegislativas” de infancia y seguridad impulsadas por el gobierno de Piñera, operan como una amenaza infernal para los empresarios y el viejo orden? ¿Esa acción es la expresión directa del “malestar social” o la consecuencia mecánica del 2011?

Nada de eso. Por mucho que la justificación sea la “urgencia” de tratar aquellos temas lo que ha llevado a Jackson, por ejemplo, a declarar que es necesario un acuerdo nacional respecto a migración -en vez de poner en el centro una denuncia a la política restrictiva que está implementando el gobierno en esa área, especialmente con la inmigración haitiana-, por mucho que Jorge Sharp a justifique su participación en la comisión de seguridad a partir de su rol edilicio en Valparaíso, es un hecho que el acto mismo de participar en las comisiones le sirve al gobierno de Piñera.

Conviene además tener a la vista que Sharp debatió con un discurso teórico, la posición que considera «de la izquierda»: “este no es debate fácil, para la izquierda es complejo, o tenemos aproximaciones negacionistas o buscamos evadirlo. Tenemos que dejar de hacer referencia exclusiva a las determinantes sociales que llevan a generar el fenómeno delictivo, que tiene que ver con desigualdad, con la ausencia de derechos. Eso es insuficiente, tenemos que enfrentar el problema de la seguridad pública en sí mismo.” Para Sharp eso implica ampliar la mirada de la seguridad a cuestiones como los incendios, tener la capacidad de abordar tareas como la modernización de Carabineros, la mejora de las condiciones de Gendarmería, transformar a los municipios en centros preventivos del delito, pulir el sistema de inteligencia en un país democrático con respeto a los derechos humanos, reformar el sistema penitenciario, entre otras cuestiones. En su operación teórica se hace necesario diferenciar a la suboficialidad de Carabineros, con la que Sharp dice toparse todos los días y que hace un importante trabajo con la comunidad, de los sectores que se enriquecieron ilegalmente. Los primeros pueden ser incluidos en un trabajo conjunto con la ciudadanía.

Sin embargo la tesis que hace de soporte de esta posición: la existencia de una suboficialidad “honesta” que trabaja con la comunidad, entra en crisis cuando individuos de esa misma suboficialidad cometen abusos de todo tipo contra la población, contra el movimiento estudiantil o los mapuche. O denuncias como las que realizaron tiempo atrás vecinos de La Legua a propósito del trato recibido, justificado por el peso del narco. O el trato recibido por vendedoras ambulantes mapuche. Suman y siguen los ejemplos. Otra tesis, que es la que defendemos los socialistas revolucionarios, es que el problema no son los altos mandos sino la institución como tal. La disolución de esta institución no es ilusoria si superamos esta sociedad que condena a una competencia por la existencia individual y si los medios de vida están garantizados, lo que sólo será posible socializando los medios de producción. Discutir la seguridad en sí o ampliar el horizonte hacia una sociedad de ruptura con el capitalismo que permita visualizar la disolución de la policía: esa es una disyunción política que hace al «orden».

Más que el “infierno de los empresarios y el viejo orden”, en el «momento uno» del Frente Amplio estamos viendo gestos de “respetabilidad”, el intento de demostrar que el FA no es una “fuerza subversiva”. Tienen razón Mayol y Cabrera cuando dicen que la radicalidad no es parte de la cultura política del FA. Lo que estamos viendo: podemos hablar de seguridad con Harboe, de infancia con Alfredo Moreno y Felipe Kast y Manuel José Ossandón. Pero lo problemático de todo esto es que no sólo “en términos de propuestas”, sino en términos de estrategia -el cómo alcanzar esas propuestas- con estos pasos el FA revela que su programa “contra el régimen” puede ajustarse a las reglas “tan del viejo orden” y “tan conocidas” de los diálogos en comisiones asesoras presidenciales. Para ser justos digamos que es lo mismo que siempre hizo el PC.

Acontecimiento y momento cero

“El cambio del ciclo político -escriben Mayol y Cabrera- se da dos veces: primero socialmente, después políticamente; primero por inundación, luego por competencia. Al primero aquí lo llamaremos acontecimiento; al segundo momento cero. El primero es desborde, el segundo es irrupción. El primer instante desestabilizará la geología de los procesos políticos y sociales, el segundo los reestructurará. El primer momento lo identificamos con los movimientos sociales -especialmente el de educación- en 2011, el segundo lo identificamos con la elección nacional del 19 de noviembre de 2017.”

Mayol y Cabrera hacen uso de la definición de acontecimiento propuesta por el filósofo francés Alan Badiou. En su lectura de éste, el acontecimiento es “lo indescifrable, característica que redunda del hecho que todo acontecimiento inaugura un régimen de verdad, pues se presenta al mundo con él mismo como único antecedente”. Mayol y Cabrera están interesados en demostrar que el resultado electoral del 19 de noviembre que le permitió al FA transformarse en un “hecho duro como el suelo que usted pisa” y las movilizaciones centradas en la educación que tuvieron su cénit el 2011, están íntimamente ligados. Para decirlo en otro registro -quizá anticuado para los autores- la irrupción electoral del FA podría ser entendida como la “expresión del 2011”, en tanto respuesta al divorcio de la sociedad civil y la sociedad política.

Mayol y Cabrera elaboran una especie de esquema teórico para explicar la relación: “Podríamos decir que es necesario hacer una microsociología del acontecimiento, incorporando su devenir histórico. Es decir, el acontecimiento es un punto en el tiempo, pero es también un proceso que comienza con la desarticulación de un régimen normativo y de la estructuración de la realidad que él representa; proceso que prosigue con el momento de radical confusión, es decir, el predominio de la paradoja, la ausencia de explicaciones suficientes y la radical desilusión de habitar en la incomprensión del presente; para terminar en el momento en que emerge con claridad lo nuevo (…) Llamamos a esto el momento cero, el instante en que el nuevo orden notifica de la existencia de consecuencias políticas que se derivan del proceso de descomposición de lo viejo”.

Tras el uso de las nociones de acontecimiento, confusión (o crisis) y momento cero, lo que se busca sostener es la continuidad entre el cénit de la movilización social el 2011 y la irrupción electoral del FA. Sin embargo, establecer una continuidad y postular como clave para la comprensión del FA entenderlo como una especie de traducción política de la movilización social, recae en la vieja idea de que la lucha -indescifrable y puramente negativa- era incapaz de elaborar un programa de transformación desde sí misma. Desde esa óptica era inevitable la Nueva Mayoría o la participación de RD en el Ministerio de Educación en tanto momento híbrido sin nuevas formas o reglas. Acorde a esta lógica, sólo la irrupción del FA sería el momento estrictamente positivo en este proceso. La viabilidad política y productiva que le da forma al 2011.

Este esquema, sin embargo, padece de una ilusión retrospectiva. El fallecido filósofo marxista francés Daniel Bensaïd recordaba al Marx de La Ideología Alemana que decía que “no hay que creer que la historia venidera sea el objetivo de la historia pasada”. El 19 de noviembre de 2017, podríamos decir, no es el objetivo del movimiento del 2011. Su trayecto se explica por los resultados de la lucha de clases y las luchas políticas entre las corrientes que actúan en ella. Ver las cosas de este modo, permite entender, por ejemplo, que la incorporación de Camila Vallejo al gobierno y de RD al MINEDUC, no fueron un “eventos ineludibles” en el momento de confusión o crisis, es decir, no fueron señales de simple inmadurez política; sino algo distinto: se trató del fruto de decisiones políticas correspondientes con estrategias determinadas: la estrategia del Partido Comunista y la de Revolución Democrática que no basan su actuar en la lucha de clases sino en la colaboración y en las maniobras en los marcos del Estado existente. Por eso, esas decisiones condujeron a un desvío del movimiento estudiantil, que bajó su intensidad durante los primeros años de gobierno bacheletista.

Es en estas condiciones de desvío que se preparó la irrupción del Frente Amplio. Por eso, más que el momento cero que le da una salida positiva al acontecimiento del 2011; el FA es un producto del desvío de la lucha de clases. Ese desvío, a su vez, está relacionado con la orientación política que los miembros del FA le dieron al movimiento estudiantil antes de conformarse como conglomerado, poniendo el acento en incidir en la actividad legislativa más que en desarrollar la fuerza social del movimiento estudiantil y forjar la unidad con otros sectores como la clase trabajadora. ¿Le suena a Mayol y Cabrera el término “bloque de conducción”? La oposición que forjaron a Bachelet fue más bien blanda. Eso no escapó a los debates internos en el movimiento estudiantil y las corrientes de izquierda. Por eso el capítulo El Frente Amplio como exomundo, que intenta construir la historia del conglomerado antes de instalarse en la escena institucional y formarse como tal, tiene un déficit al no referirse a esa dimensión. Carece de un análisis de su rol en la lucha de clases. Desde esta matriz se sobrevalora el momento cero en desmedro del acontecimiento, entendiendo al primero como la consecuencia inevitable del segundo. Pero lo de fondo es que el Frente Amplio no construye un proyecto que apunte a superar el capitalismo sino sólo el régimen, por eso su estrategia no se basa en la lucha de clases. La matriz analítica del libro reproduce este elemento político.


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