La maniobra posmarxista. Del socialismo a la “radicalización de la democracia” (capitalista)

 

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VICENTE MELLADO

En este breve artículo quiero problematizar la propuesta teórica de Ernesto Laclau para la acción política de una nueva izquierda en el siglo XXI. Realizaré una crítica a los planteamientos de sus dos obras fundamentales, Hegemonía y Estrategia Socialista (1985) —en coparticipación con Chantal Mouffe— y la Razón Populista (2004).

Debido al formato seleccionado de la revista, pido disculpas al lector por lo parcial de la crítica realizada. El foco del artículo esta puesto en intentar definir sintéticamente el núcleo de la propuesta laclauniana, someter a crítica algunos de sus planteamientos y ofrecer la propuesta de desarrollar un marxismo del siglo XXI. Con el objetivo de facilitar la lectura de algunos problemas planteados pero no profundizados, entrego a pie de página algunas referencias bibliográficas que servirán de utilidad al lector.

 

Los fundamentos del proyecto político posmarxista

Ernesto Laclau constituye el máximo referente intelectual de lo que se conoce como posmarxismo. En sus dos obras más importantes plasmó una teoría política para la construcción de una nueva izquierda pluralista y democrática que haga frente al desafío que presentó el orden neoliberal. Esta propuesta es más evidente en Hegemonía y estrategia socialista, no así en la Razón populista, donde la izquierda como referente político deja de tener relevancia estratégica. En esta última obra, las vías de construcción de un proyecto político popular no tienen por qué necesariamente  referenciarse en la izquierda.

En Hegemonía y… Laclau y Mouffe afirman que la base sobre la cual construir un nuevo proyecto político de izquierda hegemónico es la pluralidad e indeterminación de lo social. El concepto de hegemonía resulta fundamental para reconstruir un proyecto democrático radical o socialista depurado de las interpretaciones esencialistas del marxismo que colocaron al centro las “necesidades históricas” de la clase obrera como discurso político. Más allá que nunca esté planteado de modo explícito, la acentuación del supuesto “esencialismo” del materialismo histórico permite inferir que Laclau y Mouffe buscan desechar al marxismo de conjunto como teoría de la acción política. La sutil forma de enunciarlo es afirmar que el marxismo solo tiene sentido en la época contemporánea si se deconstruyen sus categorías centrales[1].

Según los autores, el marxismo vulgar estableció que la historia avanza hacia una simplificación creciente de los antagonismos sociales[2]. Las leyes del desarrollo capitalista conducen a un proceso tendiente a la simplificación en dos clases fundamentales, la clase obrera cada vez más numerosa, y la burguesía cada vez más minoritaria. Sin embargo, esto no se produjo. A fines del siglo XIX el marxismo europeo se enfrentó al gran problema de la fragmentación de la realidad social y de cómo unificar la proliferación de elementos heterogéneos y dispersos que había producido el mismo capitalismo. La pluralidad de especificidades de la realidad social implicó una heterogeneidad de nuevas demandas democráticas que el marxismo clásico no supo cómo integrar a su estrategia —la autodeterminación nacional, la opresión colonial, los derechos de la mujer, las demandas del campesinado, por nombrar las más importantes. Estas demandas democráticas fueron el resultado de la contingencia de la realidad social capitalista.

Para resolver la contradicción actual entre la pluralidad de demandas sociales existentes en la realidad social y la construcción de un proyecto político totalizante, los autores recurrieron al concepto de hegemonía elaborado por el marxista italiano Antonio Gramsci.

Sin embargo, para Laclau y Mouffe el concepto de hegemonía construido por Gramsci tiene serias limitaciones. Fue pensado por el comunista italiano con el fin de contribuir a la construcción de una alianza revolucionaria de clases sociales, en la cual la clase obrera urbana cumpliera el rol articulador fundamental. El problema de esta formulación reside en que Gramsci concibió el espacio de construcción de la identidad popular (hegemónica) sobre la base de un espacio político dicotómicamente dividido en clases sociales antagónicas. El núcleo de la articulación hegemónica lo constituye una clase social fundamental (la clase obrera) en oposición a otra clase fundamental (la burguesía). Allí reside su reduccionismo[3]. Por lo tanto, para Laclau y Mouffe el pensamiento de Gramsci constituye solo un momento transicional en la deconstrucción del esencialismo propio del marxismo clásico[4]. Recurriendo a conceptos propios del posestructuralismo —del cual Laclau y Mouffe reconocen es su principal fuente de reflexión teórica— como es la deconstrucción y la teoría de Jaques Lacan, realizaron una nueva formulación del concepto de hegemonía.

Para los autores posmarxistas, la noción de indecidibilidad estructural —concepto extraído de Jaques Derrida que se define como una terminología abierta o la imposibilidad de otorgar un significado estable a un texto— y la no sutura —concepto proveniente del psicoanálisis que implica que todo significante posee un carácter no fijo, y por tanto abierto— constituyen la condición misma de la hegemonía. Esta surgió para llenar una contradicción abierta, un hiato en la realidad social, no para establecer un nuevo tipo de relación. La grieta que debe cubrir es la contradicción entre los agentes sociales existentes y las tareas democráticas que se deben cumplir en un momento histórico determinado. Por esta razón, los autores terminan desechando las concepciones gramscianas y rescatan solo la pretensión del concepto de hegemonía —ser el campo de articulación contingente—, dotándolo de una nueva significación. De este modo, la utilidad del concepto de hegemonía reside en su carácter contingente, el que, según los autores, es incompatible con las categorías básicas del marxismo clásico. Ningún sujeto está construido a priori, sino que por la articulación de diversos elementos discursivos.  En términos más simples, para el posmarxismo la hegemonía es una teoría de la articulación política de múltiples demandas y movimientos sin constituir un sujeto hegemónico.

De hecho, el mismo concepto de hegemonía surgió como una respuesta de los marxistas al problema que presentó en la realidad capitalista europea del 1900 el desajuste entre las tareas democráticas y el sujeto político que debe llevarlas adelante. En otras palabras, surgió para resolver la contradicción abierta por la contingencia: agentes sociales que toman tareas que no le corresponden como necesidad histórica. Según Laclau y Mouffe, en la Rusia previa a 1917 la relación entre la clase obrera y llevar adelante tareas ajenas a su naturaleza de clase (tareas democrático-burguesas) se denominó hegemonía[5].

Sin embargo, la lectura laclauiana de la hegemonía desecha al proletariado como clase universal y redefine la universalidad inherente de esta. La hegemonía es el resultado de la relación dialéctica entre la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia. Conceptos fundamentales desarrollados en su obra posterior La razón populista. La diferencia surge de las múltiples posiciones diferenciales que ocupan los actores sociales en el tejido social, los que a su vez son construcciones del discurso político. Por otro lado, la equivalencia implica la articulación de estas particularidades que construyen fronteras políticas internas en la sociedad, separando a esta en dos campos antagónicos, uno de los cuales constituye el adversario o enemigo. La relación hegemónica consiste en una cierta particularidad que asume la representación de una universalidad, que a su vez es completamente inconmensurable con la particularidad misma. Esto porque las particularidades constituyen las demandas democráticas sostenidas por agentes sociales indeterminados. Por lo tanto, la redefinición laclauiana de hegemonía consiste en un concepto abierto que apunta a diversas direcciones, sin afirmarse en un sujeto social determinado, es decir, sin sujeto hegemónico.

Una de las tesis de Hegemonía y… es crear una cadena de equivalencias entre las diversas luchas democráticas (particularidades) y en oposición a las formas de opresión y subordinación existentes. Las demandas democráticas de la mujer, el racismo, la diversidad sexual, la defensa del medio ambiente y todo lo que implique enfrentar al neoliberalismo, deben ser articuladas con las demandas de los trabajadores en un nuevo proyecto hegemónico de izquierda[6]. Sin embargo, en su obra la centralidad del trabajo fue completamente desechado como articulador hegemónico de un nuevo proyecto emancipatorio y el socialismo se convirtió en un momento de la radicalización de la democracia[7].

 

En La razón populista, Laclau radicalizó y afinó su propuesta planteada en Hegemonía y… colocando en el centro de la construcción hegemónica el concepto de pueblo. Por otro lado, la alusión a construir una nueva izquierda perdió relevancia, diluyéndose en las distintas experiencias políticas que Laclau concibió como experimentos hegemónicos. Entre ellos mencionó al Partido del Pueblo en Estados Unidos (1892-1896), el kemalismo turco (1919-1950) y el peronismo argentino (1945-1973), siendo este último el intento más exitoso de construir una cadena casi ilimitada de equivalencias que superara la división dicotómica inherente al espacio político[8].

Laclau afirmó que la clave de constitución de un sujeto político unificado es la construcción del pueblo. Este surge de la articulación de demandas equivalenciales y no de la existencia previa de un grupo social determinado. En esta obra mantiene su definición de hegemonía planteada en 1985 —“una particularidad que asume una significación universal inconmensurable consigo misma”[9]. La identidad hegemónica constituye un significante vacío, debido a que su particularidad encarna una totalidad inalcanzable. Para eludir esta limitación, Laclau recurre al concepto de pueblo como el articulador hegemónico de demandas. La identificación con un significante vacío es la condición esencial de la emergencia de un pueblo, el que representa una cadena equivalencial.

El pueblo es una construcción política catacrética[10]. Es esta figuración la que posibilita que la categoría de pueblo sea un concepto abierto y flexible que establece sus límites a través de la articulación equivalencial de las demandas y delimitando fronteras políticas al interior de la sociedad. Estas demandas plurales equivalentes Laclau las denomina demandas populares, precondición del populismo.

Para el autor posmarxista, el populismo es ontológico a lo político. Implica la división de la sociedad en dos campos dicotómicos, en virtud de los cuales las demandas particulares se agrupan como diferencias equivalenciales alrededor del polo de la dicotomía que constituye el campo del pueblo, el cual se enfrenta al campo del sistema dominante. Las fronteras políticas existentes entre ambos campos pueden desplazarse en favor de uno y en desmedro del otro. Laclau estableció una analogía entre el desplazamiento de las fronteras políticas con la “guerra de posiciones” sostenida por Gramsci. Este desplazamiento está determinado por la capacidad del régimen político opresivo de recomponer su hegemonía. Si este logra absorber demandas democráticas o particulares la frontera política del campo del pueblo se verá reducida. Estas demandas democráticas que se encuentran en disputa entre ambos campos o proyectos hegemónicos rivales Laclau las denominó significantes flotantes.

Ningún movimiento o partido político puede triunfar en su proyecto político sin  construir un significante vacío que articule lógicas equivalenciales y diferenciales opuestas. En otras palabras, para que un proyecto político hegemónico sea viable históricamente debe ser populista y eso exige liberar al sujeto político de sus determinaciones de clase. Siguiendo esta lógica, ninguna demanda particular puede imponerse sobre otra. Cuando esto ocurre, la construcción del pueblo como significante vacío deja de operar y se impone la lógica de la diferencia que promueve el sistema dominante o el enemigo identificado por el pueblo construido.

 

Atribuyendo al marxismo de Marx lo que no es

 

Laclau y Mouffe realizaron la misma maniobra filosófica que realizó Derrida, Lyotard, Hindess y Hirst para desechar al marxismo como filosofía y teoría política. Citaron a Althusser o a Gerry Cohen para afirmar que el marxismo adolecía de esencialismo y determinismo tecnológico[11].  Acentuaron el determinismo esencialista del marxismo para desecharlo como determinista, economicista y esencialista. Debo reiterar que en ninguna de las obras de Laclau éste recurrió a Karl Marx para criticarlo, lo que me permite cuestionar bastante la validez de sus definiciones y críticas atribuidas al marxismo, tanto de Marx como de Gramsci. En vista de la brevedad de este artículo, me referiré a un par de ellas atribuidas a Marx: el esencialismo de la clase obrera y la teleología como fin predeterminado.

Primero, afirmar que la clase obrera constituye un sujeto pre construido y ontológicamente privilegiado para la acción política, constituye una maniobra literaria muy fácil si nos basamos única y exclusivamente en los planteamientos de Althusser. Por el contrario, para Karl Marx, en su basta y amplísima obra, la clase obrera cumple un rol fundamental en la lucha revolucionaria contra el capitalismo, no por un privilegio ontológico ni por una construcción teórica a priori, sino por la posición objetiva que ocupa en las relaciones sociales de producción capitalistas. Para que la clase obrera haya sido definida como el sujeto de la revolución socialista implicó que previamente su acción social mostró todo su potencial para poner en jaque el derecho de propiedad privada de los capitalistas. La clase obrera o proletariado se constituyó en el sujeto y objeto central de la obra de Marx por ser la primera vez en la historia humana que surgió una clase social universal, presente en todos los rincones del mundo donde penetraba el capitalismo industrial, con la posibilidad real de organizarse internacionalmente. El capitalismo como modo de producción mundial solo podría ser superado en su totalidad de modo internacional. Y el sujeto que tenía la posibilidad real de llevar adelante dicha transformación revolucionaria lo constituyó el proletariado. En esta afirmación no se encuentra ningún determinismo ni economicismo. Es una hipótesis que Marx sostuvo en base a la observación empírica del tremendo potencial revolucionario que demostró tener la clase obrera en sus primeras luchas contra la explotación capitalista en algunos países europeos y por la posición objetiva que ocupa en la producción y reproducción del capital.

Por otro lado, respecto a la clase obrera urbana existente desde las transformaciones neoliberales del trabajo, en sus obras Laclau no entregó ninguna fuente que evidenciara su desaparición ni especificó que entendía por clase obrera. Resulta evidente que a partir de la década de 1980 —y más aún en la actualidad—, reducir la definición sociológica de la clase obrera al trabajador manufacturero industrial es una verdadera caricatura para pensar un marxismo del siglo XXI[12]. Caricatura promovida por las corrientes posmodernas y posmarxistas para afirmar el supuesto “reduccionismo” del marxismo al analizar la realidad social contemporánea.

En segundo lugar, la atribución de teleología al marxismo como un concepto “determinista” es propia de las corrientes filosóficas posestructuralistas. Debo aclarar que el concepto de teleología no es mecanicista ni determinista, ni se reduce a los procesos de la naturaleza[13]. La teleología se relaciona con el problema de la libertad en el sujeto. Se da cuando en un proceso el fin se encuentra más allá del proceso mismo. La teleología no implica que el fin esté dado de manera externa al proceso mismo, es decir, predeterminada. Por el contrario, la historia humana puede estar orientada teleológicamente si los seres humanos libres se proponen fines que estén más allá de su realidad inmediata. Esto implica el concepto de posibilidad real, que en Marx es fundamental para pensar el alcance de la acción política. Por esto, los fines no están predeterminados, ni son a priori, ni son resultados exteriores al proceso que despliega la humanidad. Constituyen un resultado posible de su acción libre. En este sentido, la práctica de la clase trabajadora puede orientarse teleológicamente hacia el socialismo si sus fines propuestos son abolir la propiedad privada de los medios de producción y controlar y determinar la división social del trabajo.

En conclusión, Laclau y Mouffe cometieron el mismo error de toda la filosofía postmoderna y postestructuralista de atribuir a Marx lo que no es para enterrarlo y evitar que sea la fuente de una potente teoría de la acción política anti capitalista en el siglo XXI.

 

Las omisiones estratégicas del posmarxismo: el Estado y la explotación capitalista

 

La teoría política propuesta por el posmarxismo carece de dos elementos fundamentales para la construcción de un proyecto político emancipatorio de la humanidad: el problema del Estado y la economía capitalista.

Si se concibe un proyecto político emancipatorio sin realizar un análisis del contenido y fundamento del Estado, se infiere que este proyecto sólo es realizable dentro de las coordenadas fijadas por la estructura del poder capitalista. Laclau no cuestiona al Estado contemporáneo como estructura de dominación política de clases. Esta omisión en sus dos obras me permite concluir que la articulación hegemónica de demandas equivalenciales solo puede terminar por ocupar el Estado, sin evidenciar que este constituye una formación social determinada en estrecho vínculo con las relaciones sociales capitalistas de producción.

Los Estados modernos son estructuras sólidas y centralizadas de poder capitalista. La forma de dominación política capitalista más eficiente ha sido la democracia parlamentaria. Como sostuvo Ellen Meiksins Wood, en el capitalismo administrado y sostenido por las democracias liberales, el asalariado sin propiedad puede gozar de una serie de derechos políticos plenos en un sistema de sufragio universal, pero no el derecho de privar al capital de su poder de apropiación[14]. La democracia formal (capitalista) hizo posible la coexistencia entre una forma de igualdad cívica con la desigualdad social y la existencia de relaciones económicas de explotación intacta. Algo que Laclau pasó por alto cuando escribió sus obras. Pero esta omisión no responde a un acto de ingenuidad política. Por el contrario, constituye una decisión política y estratégica, que presenta contradicciones y algunas ambigüedades.

Suele ocurrir que los filósofos, politólogos y cientistas sociales que rehúyen el problema del Estado en sus escritos, sus planteamientos los acercan de modo inevitable a plantearse el problema del poder. Llegado a ese punto optan por formulaciones ambiguas, incompletas o “propuestas abiertas”.  Laclau no es la excepción[15].

Considero notable que Laclau haya traducido en un lenguaje político bien sofisticado la propuesta posestructuralista de Foucault y Derrida (tiene más del segundo que del primero). Bajo el prisma del giro lingüístico, Laclau extrapoló la “exorbitancia del lenguaje” a la “exorbitancia de lo político”[16]. La lectura posestructuralista de lo político implicó absolutizar y autonomizar dicha esfera de las relaciones económicas. La operación lingüística trajo como resultado concebir los valores de la democracia liberal —libertad e igualdad— como único horizonte estratégico posible. En términos políticos prácticos, la nueva izquierda solo puede sobrevivir a la ofensiva neoliberal si radicaliza los valores sustanciales de la democracia liberal. La pregunta es: ¿Qué ocurre si el impulso de las demandas democráticas entra en tensión con las formas de propiedad privada capitalista? ¿No ha demostrado el proceso histórico de las sociedades capitalistas que las demandas democráticas de las masas explotadas y oprimidas han encontrado su límite cuando chocan con la muralla del derecho de propiedad privada de los medios de producción?[17].

La omisión de la legitimación del derecho de propiedad privada y de la institucionalización de la explotación capitalista por el Estado bajo el Derecho, es coherente con la formulación laclauniana de que las demandas populares solo pueden realizarse radicalizando el sistema democrático liberal, el cual no es otro que la democracia capitalista.

Como afirmamos más arriba, para Laclau y Mouffe la hegemonía constituye un campo de articulación contingente sin sujeto hegemónico. El surgimiento de esta fue buscar resolver la no correspondencia entre tareas democráticas y sujeto social que las debe llevar adelante. Por lo tanto, en la época del neoliberalismo, la realización de las tareas democráticas todavía constituye una lucha pendiente. A diferencia de la propuesta de los marxistas clásicos de que era la clase obrera el agente histórico (sujeto hegemónico) que llevó adelante las tareas democráticas en vista de la pusilanimidad de la burguesía, Laclau y Mouffe proponen para esta época “posfordista” una pluralidad de sujetos sociales que lleven adelante dichas demandas en la forma de articulaciones equivalenciales. La paradoja de este planteamiento es que retornan a una especie de nuevo esencialismo al otorgar a los “nuevos sujetos” la tarea de cumplir las demandas democráticas. Si bien no existe sujeto privilegiado en la lucha por el socialismo, retorna un sujeto plural y heterogéneo que debe realizar la “revolución democrática” para avanzar en la radicalización de los sistemas democráticos liberales, en donde el socialismo se iguala a la democracia radical.

 

Hegemonía, contingencia y clase trabajadora: un marxismo por la revolución en el siglo XXI

 

Llegado a este punto, es necesario mostrar los límites de la propuesta de Ernesto Laclau y proponer la viabilidad de un proyecto político marxista en el siglo XXI. Considero que su pretensión de lograr la unificación de una pluralidad de demandas en torno a un significante vacío —sin sostenerse en una clase social o un sujeto hegemónico— constituye una teorización política completamente válida. Sin embargo, me pregunto por su viabilidad real utilizando el mismo lenguaje laclauniano. ¿Es viable conquistar la pluralidad de demandas democráticas dentro de los márgenes de la democracia capitalista? ¿Qué ocurre cuando las demandas democráticas unificadas en una cadena equivalencial desplazan las fronteras políticas hasta rozar los intereses capitalistas? ¿Qué ocurre cuando los empresarios y el Estado movilicen una fuerza material para frenar el impulso democrático de las demandas?

Sostengo que la conquista íntegra de las demandas democráticas o particulares no puede lograrse dentro de los límites estructurales de una sociedad capitalista. Creo que es estructuralmente inviable. Un proyecto hegemónico que logre articular una pluralidad de demandas, tendrá que enfrentarse a las instituciones de la democracia capitalista si es que quiere imponerse. De lo contrario, será absorbido por el sistema político el cual desintegrará ese proyecto hegemónico. La historia de las democracias parlamentarias ha demostrado la enorme flexibilidad que tiene el régimen burgués para absorber y desviar las demandas populares, y luego borrarlas de un plumazo como ocurrió con la ofensiva neoliberal desde la década de 1980 —en Chile desde 1973-75.

La única forma de pensar el problema del Estado y su superación es a partir de los organismos de autodeterminación de la clase trabajadora y el pueblo, que Laclau omite por completo. Si bien el concepto de pueblo ha sido tradicionalmente definido por el marxismo como una entidad abstracta sin delimitación social clara —que es desde donde se apoya Laclau para formular su teoría política—puede resultar útil cuando se plantea desde el punto de vista de la hegemonía de la clase trabajadora. Me explico: es la práctica social y política de ésta la que puede producir un concepto de pueblo antagónico a los capitalistas y el derecho de propiedad privada de los medios de producción. Es imposible que el pueblo por sí mismo, construido discursivamente, pueda convertirse en un sujeto político viable contra el sistema dominante. Para que el pueblo logre imponer sus demandas democráticas y acorde a la contingencia —la mujer, la diversidad sexual, los pequeños comerciantes oprimidos por las grandes empresas y los impuestos del Estado, los profesionales universitarios progresistas y una pluralidad de sectores medios antineoliberales— de modo íntegro, es necesario ir más allá de la “radicalización de la democracia”. El sujeto social que mediante su acción política tiene la posibilidad real de superar las relaciones de explotación capitalista y todas las instituciones que sostiene, lo constituye la clase trabajadora asalariada en sentido amplio, tanto en la producción de bienes como de servicios.

Esto exige colocar en el centro de la discusión el concepto de relaciones de fuerza, ausente en el posmarxismo, y planteado por Gramsci en sus Quaderni de carciere (Cuaderno 13, §17). La viabilidad de un proyecto socialista en el siglo XXI exige la articulación de volúmenes de fuerza social que rompan la institucionalidad burguesa liberal imponiendo sus propios organismos de autogobierno. Es desde aquí que se construirán las nuevas instituciones que satisfagan la contingencia de pluralidad de demandas que se imponen en una sociedad capitalista cada vez más compleja y donde el “calentamiento global” está pasando a ser la gran demanda universal para la sobrevivencia del conjunto de la humanidad. Incluso la lucha contra el “efecto invernadero” exige agrupar volúmenes de fuerza contra las grandes empresas capitalistas, principales responsables de la destrucción del medio ambiente y del único planeta en el que vivimos. Por esto, el socialismo no puede ser un momento en la radicalización de la democracia, como afirma Laclau y Mouffe. El socialismo debe ser un horizonte estratégico que garantice la realización universal de todas las demandas y el reconocimiento de las particularidades. Para consumar esta tarea cobra plena relevancia la clase trabajadora como sujeto hegemónico.

Quiero terminar este breve artículo planteando lo siguiente.

En el siglo XXI, la clase trabajadora ya no es más ni puede ser reducida a la clase obrera industrial. Considero dicho reduccionismo una caricaturización de la importancia del trabajo asalariado en la configuración de las actuales sociedades capitalistas modernas. Como afirmé más arriba, no existe argumento alguno para sostener que construir un proyecto hegemónico desde una clase social tan numerosa y cualitativamente relevante como la trabajadora asalariada implique caer en esencialismos. Visto al revés, siguiendo el lenguaje laclauniano —y típica contradicción de los posestructuralistas—, afirmar la existencia de posiciones de sujeto o la existencia de un “sujeto plural” también es caer en esencialismos, pero de nuevo cuño. El argumento que utilizo para refutar ese supuesto esencialismo es que la clase trabajadora, que se dedica a la producción de bienes y servicios, tiene la capacidad de impulsar hacia adelante la demanda más radical de todas —y que erróneamente Laclau la presenta al mismo nivel de las demandas democráticas—: la apropiación colectiva y social de los medios de producción, es decir, la demanda socialista per excellence. Las demandas democráticas existentes, y sin la cuales es imposible construir proyecto hegemónico socialista en el siglo XXI, requieren un nuevo marco institucional y social para realizarse de modo íntegro. Para satisfacer esas demandas es imperioso socializar la riqueza producida por las grandes empresas, superar las democracias liberales burguesas y construir un nuevo Estado de los trabajadores y el pueblo como medio estratégico de transición al comunismo.

[1] Laclau, Ernesto & Mouffe, Chantal, Hegemonía y Estrategia Socialista, Fondo de Cultra Económica, 1985, p. 8.

[2] Ibid, pp. 40-75. Llama la atención que para validar estos planteamientos, Laclau y Mouffe jamás recurrieron a la crítica de las obras de Karl Marx. Por el contrario, las fuentes utilizadas para criticar el “marxismo vulgar” fueron principalmente Karl Kautsky y Edward Bernstein, referentes intelectuales de la II Internacional socialdemócrata.

 

[3] Ibid, p. 103

[4] Ibid, p. 22.

[5] Respecto al desarrollo del concepto de hegemonía y su genealogía en el bolchevismo como respuesta al problema de la “cuestión campesina”, ver: Anderson, Perry, Antinomias de Antonio Gramsci, editorial Fontarama, 1981; Thomas D, Peter, “Chapter two: Antinomies of Antonio Gramsci?”, en: The Gramscian moment, Brill, 2009. En relación a la contradicción sujeto/tareas democráticas, ver el debate entre los bolcheviques de la Oposición de Izquierda, León Trotsky y Eugen Preobrazhensky, respecto a la revolución china de 1925-27, en: “Correspondencia entre Trotsky y Preobrazhensky”, en, Trotsky, León, La teoría de la revolución permanente. Compilación, CEIP, 2ª edición, 2005, pp. 379-394.

[6] Laclau, Ernesto & Mouffe, Chantal, op. cit, p. 202-216.

[7] Ibid, ver capítulo 4 (pp. 191-240).

[8] Laclau, Ernesto, La razón populista, op. cit, ver capítulo 8 (pp. 249-276).

[9] Ernesto Laclau, La Razón Populista, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 95.

[10] La catacresis es una figura retórica  que amplifica el significado que tiene una palabra para poder dar nombre a un objeto que carece de él. Consiste en utilizar metafóricamente el nombre de una parte o miembro de una persona o animal para designar la parte de un ser que carece de una nominación específica. Ejemplos: la pata de la silla; la hoja de la espada; los brazos del sillón.

[11] Larraín, Jorge, El concepto de Ideología, vol. 4, Postestructuralismo, Postmodernismo y Postmarxismo, Lom ediciones, 2007, p. 142.

[12] Acerca de la metamorfosis del mundo del trabajo, de la “vieja” clase obrera y la creación de una nueva clase trabajadora urbana “ampliada” bajo el modelo neoliberal, ver: Antunes, Ricardo. ¿Adiós al Trabajo? Ensayo sobre la metamorfosis y el rol central del mundo del trabajo, Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2003; Antunes, Ricardo, Los sentidos del trabajo. Ensayos sobre la afirmación y negación del trabajo, Ediciones Herramienta, 1999.

[13] Ferrater Mora, José, Diccionario de Filosofía, tomo 2, Editorial Sudamericana, Quinta edición, 1966, tomo 2, p. 768.

[14] Meiksin Wood, Ellen, Democracia contra capitalismo. La renovación del materialismo histórico, siglo XXI, 2000 [1995], p. 234.

[15] Cuando la insurrección o la destrucción de las instituciones del Estado capitalista y su reemplazo por los organismos de autogobierno del pueblo deja de ser un problema estratégico, la dirección que puede tomar un proyecto político emancipatorio radical se pierde en la nebulosa de las democracias parlamentarias burguesas. Al respecto las propuestas de Michel Foucault, Jaques Derrida, Paolo Virno y Antonio Negri, terminan por no ofrecer ninguna salida más allá de las democracias parlamentarias liberales.

[16] Al respecto ver: Cinatti, Claudia, “La impostura posmarxista”, en Revista Estrategia Internacional Nº 20, septiembre 2003.

[17] Para el caso chileno sugiero la interesante obra de Gómez, Juan Carlos, La frontera de la democracia. El derecho de propiedad privada en Chile. 1925-1973, Lom ediciones, 2004.


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